Güelfos y gibelinos y el expansionismo aragonés por el Mediterráneo
Conflicto entre güelfos y gibelinos en la comuna de Bolonia, Crónica Giovanni Sercambi de Lucca. Fuente: Wikipedia.

El territorio comúnmente conocido como Sicilia ha estado poblado desde la Prehistoria. En la Edad Antigua la isla fue ocupada por fenicios, griegos, cartagineses y romanos. Tras la caída del Imperio de Occidente, la isla fue tomada por varios pueblos germánicos: primero llegaron los vándalos, luego los hérulos y, más tarde, los ostrogodos. En el año 535, la isla pasó a estar bajo el control del Imperio bizantino de Justiniano. El control imperial sobre la isla se mantuvo durante unos tres siglos, hasta que pueblos árabes del norte de África la conquistaron y establecieron un emirato (siglos IX-X). En la segunda mitad del siglo XI, la isla fue arrebatada a los musulmanes por los normandos, quienes estaban dirigidos por Roberto Guiscardo y su hermano Roger. Este último conseguiría en 1130 el título de rey (Roger II). Los hermanos contaron en todo momento con el respaldo del Papado.

La vinculación de Sicilia al Sacro Imperio Romano Germánico se produjo a raíz del matrimonio entre Constanza I de Sicilia (hija de Roger II) y Enrique IV (hijo del emperador Federico I Barbarroja). En el año 1194 el emperador Enrique logró la corona de Sicilia. Tras la muerte del emperador en 1197 y la de Constanza en 1298 el hijo de ambos, Federico II Hohenstaufen, fue proclamado rey de la isla. No obstante, al ser menor, se encargó la regencia al papa Inocencio III. Debido al enfrentamiento por la supremacía en Europa entre el Imperio y el Papado, Sicilia se convirtió en terreno de conflictos y luchas. El reino formó parte de las posesiones de la Casa Staufen hasta que Manfredo de Sicilia fue derrotado en 1266.

El titulo imperial lo recuperó Carlomagno el 25 de diciembre del año 800. En la basílica de San Pedro el papa León III lo coronó Imperator Romanorum. A partir de ese momento, dicho título quedó adscrito a un determinado territorio, el alemán, y significaba la supremacía sobre el resto de los reinos cristianos; los reyes reconocían la superioridad del emperador, aunque no le debían obediencia, pues el imperial era un título honorifico. Más tarde, en 962, con Otón I, se produjo la recuperación definitiva del título imperial. A partir de ese momento el imperio fue gobernado por diferentes dinastías: primero la sajona u otoniana, después la salia (primeros enfrentamientos fuertes entre el papado y el imperio), más tarde la Hohenstaufen o Staufen. Estos últimos llegaron al trono tras la muerte del último emperador salio, Enrique V, quien falleció sin descendencia en 1125. Cuando se inició el proceso de selección había dos grandes casas, la de Baviera o Welf y la Staufen. Finalmente se impuso esta última.

Se formaron así dos grandes grupos o facciones políticas: los güelfos (Welf) y los gibelinos (Staufen). La principal diferencia entre unos y otros gira en torno a cómo cada uno cree que debe ser la autoridad del emperador: los gibelinos defienden el autoritarismo imperial, el centralismo y el cesaropapismo (el emperador es la máxima figura tanto a nivel político como religioso), mientras que los güelfos defienden la postura contraria: entienden que el emperador tiene que pactar con las demás fuerzas del imperio (la nobleza, el clero y las ciudades), reniegan del centralismo y apuestan por un sistema más federal y, lo más importante, defienden el sometimiento del emperador al papa. La rivalidad entre las dos facciones traspasó los límites del imperio y prácticamente toda la Europa occidental tomó partido por unos u otros: Aragón apoyó a los gibelinos, Francia a los güelfos...

Federico II fue un emperador de la casa Staufen que mantuvo uno de los pulsos más duros con el papado. Desde su nacimiento en 1194, Federico aspiraba a varias coronas, como la imperial (aunque esta no era hereditaria), o la siciliana (que había heredado por vía materna). Federico accedió primero al trono de Sicilia, en 1198 y, más tarde, en 1220, fue proclamado emperador. Debido a sus reiterados enfrentamientos con el papado, Federico fue varias veces excomulgado. Detrás de dichos conflictos se encontraba la ya mencionada pugna por la supremacía en Europa. También destaca que Federico II contrajo matrimonio con Constanza de Aragón. Este enlace reforzó los lazos entre el imperio, Sicilia y la Corona aragonesa. Tras la muerte de Federico en 1250, se abrió un periodo en el que el título de emperador quedó vacante. Esto se produjo porque el hijo de Federico, Conrado IV, solo había sido elegido rey de los romanos (título previo para poder ser coronado emperador) y, al haber sido su padre excomulgado, perdió legitimidad y no logró acceder al título imperial. Ante esto, los güelfos vieron la oportunidad de colocar a uno de los suyos como emperador.

Se produjo así una lucha entre candidatos: Conrado se enfrentó a Enrique Raspe y Guillermo de Holanda, pero ninguno de estos gozaba de popularidad y no lograron imponerse. Más tarde, en 1254, tras la muerte de Conrado, se abrieron las puertas a la candidatura del hijo ilegítimo de Federico II Hohenstaufen, Manfredo de Sicilia. Manfredo gozaba de gran apoyo popular, sobre todo en sur de Italia, y representaba el ala más dura del partido gibelino, lo que puso en alerta al partido güelfo y al papado. Así, estos, conscientes de la debilidad de su postura y de la falta de un candidato fuerte dentro de su propio partido, buscaron a un nuevo candidato más moderado dentro de los gibelinos. El elegido fue el rey castellano Alfonso X, quien estaba emparentado con los Hohenstaufen por línea materna (la madre de Alfonso, Beatriz de Suabia, era prima de Federico II).

De esta manera, representantes de la república de Pisa viajaron a Castilla y ofrecieron el trono imperial a Alfonso X. Esta alianza entre el papado y Castilla beneficiaba a ambos: Alfonso X reforzaba su imagen en Castilla, al tiempo que conseguía la primacía sobre el resto de reinos peninsulares. Y para el papa, Alfonso era un mal menor, un gibelino moderado que parecía dispuesto a aceptar la supremacía del papado. Pero, el apoyo del papa Alejando IV no era sincero. El pontífice no deseaba que un gibelino ocupara el trono imperial, pues lo que en realidad buscaba era debilitar la postura gibelina haciéndoles elegir entre dos candidatos y también ganar tiempo para encontrar un candidato fuerte dentro del partido güelfo. Así, poco tiempo después del pacto con Castilla, el papa retiró su apoyo a la candidatura de Alfonso X. En consecuencia, la posición del monarca castellano como candidato perdió fuelle. Finalmente, su candidatura fue derrotada por la del güelfo Ricardo de Cornualles.

Los gibelinos no aceptaron dicha elección. Argumentaban que esta no había sido clara, que había dudas sobre quién había sido realmente el elegido. Pero, finalmente, la mayor parte de Europa dio por valida la elección de Ricardo de Cornualles. Así, los güelfos se vieron reforzados, y más aun con la entrada en escena del hermano del rey de Francia, Carlos de Anjou. Este contaba con un poderoso ejército y mostraba su apoyo a la candidatura güelfa. El papado, deseoso de deshacerse de Manfredo, ofreció la corona siciliana a Carlos de Anjou. Así, en 1266, con el apoyo güelfo y del papado, Carlos conquistó Sicilia, mató a Manfredo (quien, tras muchos esfuerzos, había logrado imponerse como rey de la isla en 1258) en la batalla de Benevento y se coronó rey.

Pero los conflictos no acabaron ahí. Conrado IV había contraído matrimonio con Isabel de Baviera, con la que tuvo un hijo, Conradino de Hohenstaufen. El niño tenía dos años cuando su padre murió. Tanto Carlos de Anjou como el papa se habían despreocupado del muchacho, centrando su atención en Manfredo de Sicilia, pero Conradino hizo valer sus derechos a ocupar el trono siciliano. Haciendo caso omiso a la excomunión que le impuso el papa Clemente IV, en el año 1268, Conradino intentó, con apoyo gibelino, recuperar Sicilia. Carlos de Anjou, apoyado por el papado, logró derrotarle en la Batalla de Tagliacozzo el 23 de agosto de 1268. Conradino huyó, pero poco después fue capturado y decapitado en Nápoles por orden de Carlos de Anjou.

Sicilia era un territorio muy heterogéneo. Una vez solucionado el problema de Conradino, Carlos de Anjou emprendió una política no tolerante e instauró un gobierno de tintes absolutistas. Ello generó un clima de descontento, recelo y malestar en la isla. El anterior monarca, Manfredo, había trabado relación con el rey aragonés Jaime I. Tanto Jaime como Manfredo eran gibelinos y llegaron fácilmente a un acuerdo de colaboración para conquistar Túnez. El acuerdo se reforzó con el matrimonio de Constanza (hija de Manfredo) con Pedro (hijo de Jaime). Debido a la política represiva de Carlos de Anjou muchos sicilianos se exiliaron y se dirigieron a los territorios de la Corona de Aragón (la mayoría se asentaron en Barcelona). Así, el vínculo ente Aragón y Sicilia, ya estrecho, se reforzó aún más.

Fuentes:

  • MARTÍNEZ GIL, SERGIO. (2017) La conquista de Sicilia. Historiaragon: Historia de
    Aragón. Disponible en: https://historiaragon.com/2017/03/21/la-conquista-de-sicilia/ 
  • SANCHEZ-MARCO, CARLOS. (2005) La Corona de Aragón en Nápoles y Sicilia.
    Historia Medieval del Reyno de Navarra. Lebrelblanco. Disponible en:
    http://www.lebrelblanco.com/anexos/a0225.htm 
  • WIKIPEDIA. Historia de Sicilia. Disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_de_Sicilia
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