La fama de Mesmer entre la sociedad austríaca y en otros muchos lugares se basó principalmente en sus famosas curaciones, basadas en lo que él mismo llegó a denominar “magnetismo animal”. Erudito, científico audaz, filántropo y burgués acomodado, tuvo la desgracia de nacer y desarrollar sus doctrinas en un tiempo en que se habían dejado atrás buena parte de las supersticiones propias de la Edad Media, dando paso a una ciencia cartesiana muy estricta, con poco espacio para planteamientos heterodoxos. Si solo hubieran pasado unas décadas más antes de que saltara a la palestra mediática, quizá los libros de psicología e historia tendrían mejores palabras para él.
El mesmerismo utilizaba principalmente acciones no verbales como tocar, la fascinación, movimientos, la mirada y otras formas de inducir el trance y afectar al “campo de energía” del cuerpo. Se basa en la acción de la fuerza cósmica sobre el sistema nervioso. Para el investigador, la enfermedad es el resultado de una congestión en el organismo.
Si se logra generar una corriente magnética que acompase todos los órganos, se llegará a la recuperación de la salud. La incipiente electricidad y la misteriosa fuerza a la que se refería el médico se conjugaban en unas sesiones cercanas a las ejercidas por los ancestrales chamanes o por los seductores médiums espiritistas.
En el verano de 1774, Mesmer asistió a las curas magnéticas del padre Hell, un jesuita que usaba unos imanes para ejercer labores curativas. Asombrado por los desconcertantes resultados, el médico decidió experimentar por sí mismo aquellas extrañas piedras imantadas, con las que observó que efectivamente había casos en los que había resultados positivos.
Un par de años después, sus acciones y sus hipótesis evolucionaron, y abandonó el uso de imanes en sus sesiones. La experimentación tanto con personas como con animales y objetos inanimados le llevaron a otra vía de trabajo: sus propias manos y su voluntad eran capaces de hacer movilizar el magnetismo animal a sus pacientes, causando vistosos efectos. En el caso de María Theresia, ciega desde pequeña, esos efectos fueron sorprendentes.
Consentida y talentosa
La vida de María Theresia Paradies estuvo ligada siempre a dos actividades fundamentales: la música y la educación. Vino al mundo en Viena el 15 de mayo de 1759, en el seno de una familia perfectamente acomodada, pues era hija del Secretario Imperial Josef von Paradies, además de nieta de la emperatriz María Teresa. La desgracia llamó muy pronto a su puerta, pues quedó ciega debido a una enfermedad degenerativa a muy corta edad, entre los dos y los cinco años.
A pesar del duro revés, la educación musical de la chica continuó siendo una prioridad, llegando a aprender canto y composición, además de recibir excelentes clases de piano. Entre sus maestros se encuentran algunos nombres insignes, como los de Vincenzo Righini y Antonio Salieri.A medida que su maestría aumentaba, comenzó a tocar y componer piezas que hacían las delicias de la corte vienesa, de la que además recibía una pensión como pago por su talento, aparte de compensatoria por su mal. El estipendio otorgado por la emperatriz María Teresa fue revocado por José II y reinstaurado por Leopoldo II. Una retribución que, a la postre, parece fundamental para entender por qué se interrumpió el tratamiento al que la sometió Franz Anton Mesmer.
Durante su infancia y juventud fue sometida a diversos tratamientos por el influyente doctor Stoerk, médico real y cabeza visible de la Academia austríaca de Medicina. Ninguno de ellos tuvo efecto alguno en el estado de María Theresia, que trataba de continuar con su carrera profesional, que estuvo llena de éxitos. Llamó tanto la atención que Wolfgang Amadeus Mozart escribió para ella un concierto en SI bemol mayor, que por desgracia nunca llegó a sus manos. La intención era que la compositora recibiera dicha pieza mientras daba una serie de conciertos en París, pero abandonó la ciudad antes de poder hacerse con ella.
Durante 1777, la fama del doctor Mesmer era pública y creciente. Si bien había quien dudaba mucho de sus métodos (casi todos desde el ámbito académico), el número de pacientes a los que trataba en su casa no hacía más que aumentar. Lo que comenzó siendo un rumor se convirtió en un clamor popular, que endiosó a un hombre que aseguraba poder paliar dolencias con el solo poder de su voluntad y sus manos. En este contexto, Josef von Paradies quiso probar suerte con la enfermedad de su hija, que se puso en manos del carismático doctor.
No hay constancia cierta de cómo se desarrolló el tratamiento, que se mantuvo hasta 1778. EL acercamiento más claro es el que hizo en su momento el insigne Stefan Zweig en su trabajo La curación por el espíritu, donde dedica un buen número de páginas a desglosar la carrera y la vida del alemán. Por el camino, Zweig constata dos cosas: una es que puede que ambos personajes desarrollaran una relación íntima (pese a que Mesmer estaba casado), y la otra es que María Theresia mejoró de forma sorprendente, como su propio padre declaró.
El poder sugestivo de las terapias mesmeristas era tan patente que provocaba efectos casi inmediatos en algunos pacientes, quizá los más susceptibles o impresionables. Las altas expectativas puestas en el tratamiento también podía jugar un papel importante, y a buen seguro que Paradies confiaba en su propia mejora.
De una forma u otra, la pianista era capaz de tocar viendo el teclado por primera vez en su vida. Era evidente que se había producido algún efecto desconocido en ella. La película de 1994 Mesmer, protagonizada por Alan Rickman y Amanda Ooms, muestra ese crucial pasaje de la vida de ambos personajes, que los unió y finalmente los separó.
La actividad musical de María Theresia se vio afectada de forma negativa por este motivo. Al parecer, su recién recuperada capacidad visual la distraía en sus ejercicios, lo que molestaba sobremanera, tanto a ella como a quienes la oían. Aunque hubo otro factor fundamental: la amenaza de perder su pensión.
Las presiones no procedían de cualquier parte, sino que era el propio doctor Stoerk quien estaba haciendo valer su influencia para apartar a Mesmer de sus prácticas, que consideraba una patraña. Durante aquellos años, cierto sector de la medicina austríaca buscó cualquier excusa para denunciar a Mesmer ante las autoridades, haciéndole caer en desgracia. La repentina mejora de María Theresia les dio la oportunidad perfecta. Josef von Paradies instó a su hija a abandonar la terapia, en contra incluso de su voluntad.
Una vida dedicada a la música y la ceguera
El resto de la historia es conocida. Por un motivo u otro, Franz Anton Mesmer acabó marchándose de Viena, en un periplo que acabó con su llegada a París, donde se convirtió en toda una personalidad en la corte de Luis XVI.
María Antonieta y el resto de damas de la nobleza hicieron de aquel hombre una moda que duró años, hasta que el propio rey nombró una comisión real (formada, entre otros, por Antoine Lavoisier, Benjamin Franklin o el doctor Guillotin, inventor de la guillotina que causaría estragos en la Revolución Francesa) que dictaminó la falsedad de su método, el mismo 1784 año en que Maxime de Puységur daba con los mecanismos que activaban la hipnosis.
Por su parte, la señorita Paradies continuó con su carrera musical, de nuevo en estado de ceguera total. París, Londres, Berlín o Praga fueron algunos de los lugares donde demostró sus dotes. Precisamente en París, conoció a Valenti Haüy, quien dedicó su vida a trabajar para la gente ciega. En 1785, este personaje abrió la primer escuela para ciegos, y María Theresia le ayudó a desarrollar un programa de estudio, basado en métodos que fueron utilizados en su educación personal.
Ya en 1786, se dedicó a la composición con la ayuda de un tablero con clavijas que inventó para ella su amigo Johann Riedinger. El tablero tenía distintas formas para cada figura y altura musical. Posteriormente un copista transcribía las composiciones a una partitura convencional.
En 1808, María Theresia fundaría su propia escuela de música, donde impartiría lecciones de piano, canto y teoría musical, principalmente a chicas jóvenes. María continuó gradualmente involucrándose en la educación, especializándose en las personas ciegas, hasta que finalmente murió en 1824, en su Viena natal.