Sabina, el melancólico artista con la voz de lija

Algunas veces vivo

y otras veces

la vida se me va con lo que escribo

Que se llama soledad, Joaquín Sabina, 1987

Un 12 de febrero de hace setenta años nació Joaquín Sabina. Úbeda, Jaén, fue la ciudad donde pasó su infancia y el lugar que vio crecer al artista, quien en sus años de adolescente comenzó a adentrarse en el mundo de la música versionando a clásicos del rock como Elvis o Chuck Berry.

Su interés por la poesía de Jorge Manrique y la literatura de Proust y Joyce, entre otros, le llevó hasta Granada, donde empezó la carrera de Filología románica. Así, fue esa misma pasión la que en 1970 le acercó al cantautor Luis Eduardo Aute, con quien compartió páginas en la revista Poesía 70 y compartió, también, su otra pasión: la música.

El compromiso político contra la dictadura franquista y la participación en numerosas protestas, le obligaron a dejar atrás la ciudad de la Alhambra y a buscar una nueva vida fuera de España. El destino le llevó a Londres donde, lejos del ambiente de censura de la España de  Franco, pudo dar rienda suelta a su creatividad.

Aunque es originario de Úbeda, fue en Londres donde realmente nació el compositor y el músico. Allí escribió sus primeras canciones, se ganó la vida actuando en bares y organizó pequeños conciertos junto a Paco Ibáñez y Lluís Llach, entre otros artistas españoles, quienes, como él, vivían exiliados.

En 1977, dos años después de la muerte de Franco, regresó a España, donde le esperaba el servicio militar obligatorio con destino en Palma de Mallorca. Una vez acabada la mili, se trasladó a la que se convertiría en su ciudad del alma y protagonista de muchas de sus canciones: Madrid.

En una buhardilla del castizo barrio de la Latina componía los temas que luego cantaba en diferentes salas de la capital. Uno de esos pequeños locales era La Mandrágora, lugar que llegaría a cambiar su vida porque, gracias a sus actuaciones allí (primero como solista y luego acompañado de sus amigos y compañeros de profesión Javier Krahe y Alberto Pérez), su carrera musical acabaría por encauzarse.

En aquellos tiempos se venía fraguando un movimiento cultural en las catacumbas de la capital que revolucionaría a las conciencias reprimidas por la dictadura. Grupos de música como Alaska y los Pegamoides, Radio Futura y Nacha Pop, entre muchos otros, aportaron creatividad y transgresión al panorama musical, en el que se mezclaron todo tipo de estilos, influencias y personalidades. En ese ambiente de explosión artística se movía Joaquín Sabina. Eran los años de La Mandrágora y de su segundo disco, Malas compañías. Era 1980. Era la movida madrileña.

Con la llegada de su segundo disco llegaron también temas que se consolidarían como clásicos y que trasladan, a todo el que los escucha, al desolador, caótico y bello Madrid. En Pongamos que hablo de Madrid, canción que se ha convertido en himno de la ciudad, Sabina modificó la original última estrofa donde pedía que, una vez llegada su muerte, le trasladasen al sur donde nació. El cambio de letra llevaba consigo su proclamación como ciudadano madrileño:

Cuando la muerte venga a visitarme

no me despiertes, déjame dormir,

aquí he vivido, aquí quiero quedarme…

Pongamos que hablo de Madrid

Así, con los años fue cambiando el sur por la capital, y cambió la influencia de Dylan en sus canciones por un estilo más rockero inspiradas en las anécdotas nocturnas del músico por las calles de Madrid. Canciones, incluidas en sus siguientes discos, en las que Sabina pisa el acelerador, pide “fuego, sexo y rock and roll” y en las que las drogas y la delincuencia se convierten protagonistas.

Sabina retrata en estos temas la triste realidad de una época, los años 80, cuando, desgraciadamente, muchas Princesas andaban entre la cirrosis y la sobredosis hasta que se hacía demasiado tarde.

A partir de 1986, con su doble álbum Joaquín Sabina y Viceversa, se convirtió en uno de los cantantes españoles de mayor éxito. De igual manera, sus siguientes discos, Hotel, dulce hotel y El hombre del traje gris, hicieron de Sabina un poeta musicado que, por fin, era apto para mayorías. En ellos, el triste artista canta sobre la pérdida de la mujer amada y confiesa sentirse extraño como un pato en el Manzanares, y amargamente se pregunta, sin recibir todavía respuesta, ¿quién me ha robado el mes de abril?

Llegaron los años 90 y, consagrado como fenómeno de masas, Sabina puso rumbo a Latinoamérica para cantar todo tipo de Mentiras piadosas, nombre de su séptimo disco. Dos años después le dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres cantando esta ranchera amarga y pegadiza, e interpretando por España y Latinoamérica los temas de uno de los discos que mayores ventas y éxito le ha reportado: Física y Química, una colección de historias escritas para ser cantadas.

En su disco Esta boca es mía, Sabina se esfuerza al máximo por conseguir nuevos registros y letras cada vez más amargas y brillantes, y se deja la piel cantando por el bulevar de los sueños rotos a la mexicana Chavela Vargas. Le siguen sus álbumes Yo, mi, me, contigo y Enemigos íntimos, disco realizado junto a Fito Páez con quien acabó teniendo una mala relación. Con estos discos Sabina huye de los versos fáciles y se centra en lo literario, lo que le proporcionará innumerables éxitos.

Durante la década de los 90 no sólo se produjo un cambio de estilo hacia unas canciones más poéticas, sino que tras muchos excesos con el alcohol y el tabaco, su voz cambió consiguiendo un matiz quebrado y ronco que le dio al artista un toque melancólico, acercándolo más que nunca a su amado Bob Dylan.

El año 1999 fue, sin duda, su año. Su álbum número trece le lleva a los puestos más altos de las listas de ventas. Tal vez sea porque con él, Sabina se consagra como un autor al que no se le puede incluir en ninguna de las categorías musicales existentes. Sabina nos dejó el corazón en los huesos con su rumba literaria y canalla 19 días y 500 noches, canción que da nombre al disco. El cantante jienense describe los momentos mágicos del enamoramiento con el tema Ahora que…, en el mismo disco donde incluye un rap. Precisamente, es la sinceridad que desprenden sus canciones, unida a la variedad de estilos, lo que confirma su genialidad, su maestría y su talento.

Numerosos discos llegaron tras esos 19 días y 500 noches llenas de éxito. Durante la década de los 2000 a Sabina le sobraron los motivos para seguir componiendo y seguir llenando estadios y salas de conciertos. En 2001 sufrió un infarto cerebral, susto del que se recuperó y tras el que abandonó por completo su relación con las drogas. Volvió a los escenarios con nuevos álbumes y realizó la gira Dos pájaros de un tiro con su amigo Joan Manuel Serrat.

En los últimos años no ha dejado de hacer colaboraciones, de publicar libros y de lanzar recopilatorios con trabajos de estudio y en directo. En su último disco, donde colabora con artistas actuales como Leiva, Sabina lo niega todo y con su voz rasgada entona canciones vitales, canciones de autorretrato, canciones, de nuevo, brillantes.

Existen más de cien palabras, más de cien motivos para agradecer a Sabina su capacidad de dejarse el corazón y la vida en sus canciones. Nos darían más de las diez y las once, las doce y la una agradeciendo al poeta jienense de nacimiento, pero madrileño de corazón. Al artista canalla que con su boina calada y su voz de lija pone banda sonora a toda una época y que nos da motivos de sobra para, como él, volver siempre a Madrid.

Pero siempre hay un niño que envejece en Madrid, 

[...]

Pero siempre hay un sueño
que se despierta en Madrid, 
pero siempre hay un vuelo de regreso a Madrid

Yo me bajo en atocha, 1998. 

 

-FUENTES: 

Menéndez Flores, Javier. Joaquín Sabina. Perdonen la tristeza. Ed: Plaza y Janés, 2000. 

Valdeón, Julio. Sabina, sol y sombra. Ed: Efe Eme, 2017. 

 

 

 

VAVEL Logo