Un 30 de octubre de 1910 nació en Orihuela un rayo poético que sería llamado Miguel Hernández Gilbert. Tercer Hijo de Miguel Hernández Sánchez y de Concepción Gilabert; su familia se dedicaba al cuidado y pastoreo de ganado, oficio en el que trabajo Miguel desde muy temprana edad. Su escolarización comienza en 1915 en el centro de enseñanza “Nuestra Señora de Monserrat” donde permanece hasta 1916. En 1918 recibió educación primaria en la escuela regentada por los Jesuitas. En 1923 comenzó a estudiar su bachillerato y fue tal su talento que los jesuitas le ofrecieron una beca para poder seguir estudiando. Su padre rechazaría el ofrecimiento pues deseaba que su hijo se dedicara al cuidado del negocio familiar mientras él se centraba en sus aspiraciones de ascenso social. En 1925, Miguel es obligado a dejar el estudio para ejercer de pastor, lo cual compagina con largas horas de lectura y la escritura de sus primeros poemas.
Gracias a la amistad con Luis Almarcha Hernández, pudo acceder a los grandes autores clásicos como Virgilio y otros como San Juan de la Cruz. En sus ratos libres gustaba de visitar la biblioteca pública de Orihuela, donde formo un grupo de amigos cercanos entre los que se encontraban Manuel Molina o su querido amigo José Marín Gutiérrez. Este último compartía grandes inquietudes con Miguel y fue tan fuerte el lazo que unión a ambos que a la muerte de José, Miguel escribió su poema Elegía que ha dejado versos tan inmortales como:
“(…) Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento (…)
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada (…)
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.”
A base de su lectura de autores como Cervantes, Góngora, Quevedo o Lope de Vega, Miguel Hernández se convirtió en su propio profesor y maestro. Tras la compra de su primera máquina de escribir, todos los días al terminar sus labores, se dedicaba a subir al monte de la Cruz de la Muela para componer allí sus inmortales versos. En 1931 con 20 años recibió el primer y único premio de toda su carrera poética. Concedido por la Sociedad Artística del Orfeón Ilicitano, premiaba sus versos sobre Valencia donde describía el paisaje mediterráneo y a sus gentes levantinas. Miguel recibiría con agrado el galardón pero al no contener ninguna remuneración económica se desilusionaría.El sueño de Miguel era poder vivir de la poseía, por ello, viajaría a Madrid un 31 de diciembre de 1931. Allí las revistas literarias La Gaceta Literaria y Estampa le ayudaron a buscar un empleo pero este no tuvo suerte por lo que tuvo que volver a su hogar a retomar el oficio de pastor. Sin embargo, fue en esta primera expedición a Madrid que conocería de primera mano la obra de la entonces joven Generación del 27.
En 1933 se publicó su primer libro, Perito en Lunas, que le valió un gran reconocimiento nacional. Este le permitió hacer una lectura de su obra en lugares de importancia como la Universidad de Cartagena o el Ateneo de Alicante. Volvió a probar a encontrar trabajo en Madrid, esta vez con más fortuna, pudiendo quedarse a vivir en la ciudad donde trabajó estrechamente con José María Cossío, su principal protector. Durante esta época publica su obra El rayo que no cesa así como varios artículos en la Revista de Occidente. Trabo amistad con Vicente Aleixandre y Pablo Neruda que le influyeron para que probara el surrealismo aunque esta época duró poco.
Uno de los momentos más importantes de su vida fue cuando conoció a Josefina Manresa, su futura esposa y madre de sus hijos. Miguel le compuso varios versos de amor que reflejan su profundo amor y cariño por la misma:
“(…) La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos,
bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos que hagan música de sus mudos letargos.
Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida. (…)”
Con el estallido de la Guerra Civil, Miguel Hernández se alistó en el bando de la República y en el Partido Comunista. Ejerció de comisario y combatió en diversos frentes al tiempo que mantenía su actividad intelectual participando en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura o incluso viajando a la URSS representando al gobierno republicano. En 1937, se casó con Josefina Manresa que daría luz a su primer hijo Manuel Ramón que moriría en 1938. La muerte de su hijo le provoca una profunda tristeza representada en el drama “Pastor de la muerte”.
El final de la Guerra en 1939 le sorprende en Orihuela, tratará de cruzar la frontera de Portugal pero la policía de Salazar le detuvo y fue entregado a las autoridades fascistas que le encarcelaron. Este triste momento coincide con el nacimiento de su segundo hijo, Manuel Miguel. Josefina le escribe describiéndole la forma en que su hijo va creciendo y desarrollando sus primeros cinco dientes; también se apena pues solo tiene cebollas y pan para alimentar a su pequeño bebe. Miguel le responde con la composición de las Nanas de la Cebolla.
“(…) Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilos
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca. (…)”
Aunque algunos como Neruda y Cossío trataron de liberarle, consiguiendo al menos que la pena capital a la que había sido condenado fuera cambiada por 30 años de cárcel, ninguno pudo evitar que pasara demasiado tiempo entre barrotes. Miguel poco a poco iría perdiendo la esperanza de ser liberado y de poder disfrutar de su familia en libertad. Llegó a renunciar a su pasado comunista y a jurar por Franco y su Régimen recién instaurado. Sin embargo, un 28 de marzo de 1942, debido a las pésimas condiciones sanitarias de la celda sufrió un agravamiento de sus problemas pulmonares. Estos sumados a la tuberculosis, hicieron morir en la sombra a aquel que fue nombrado como “el genial epílogo de la Generación del 27”.
Puede que su vida fuera corta, pero el profundo sentimiento que exhibió en sus poemas fueron motivo para que cantautores como Serrat compusieran sus discos haciendo uso de sus versos. Sin duda el legado de Miguel Hernández será un Rayo que relampagueará por la eternidad de los tiempos.