Petrarca y la ‘fantástica ascensión’ del Mont Ventoux
Francesco Petrarca / Imagen: aforismi.meglio.it

El Mont Ventoux, el 'gigante de Provenza' pasa por ser una de las cimas históricas del Tour de Francia, aquel monte de paisaje de aspecto lunar ha sido coronado en más de una decena de ocasiones desde que en 1951 se incluyó en el recorrido alpino de la más prestigiosa ronda ciclista del mundo, destacando la victoria sobre sus rampas del legendario Eddie Merckx en 1970; pero lo que muchos no conocen, es que aquella depresión montañosa también conocida como Monte Ventoso, guarda una historia que lo vincula tanto a Francesco Petrarca -poeta y humanista renacentista italiano- como a los que se consideran como los orígenes del alpinismo.

Petrarca destacó por su concepción humanista del arte, por su viaje de retorno a la cultura grecolatina en busca de la restauración de los valores humanos. Y posiblemente la construcción literaria/imaginaria de la historia de la ascensión al Mont Ventoux, tuvo mucho que ver en ello. De hecho tras el minucioso estudio de los historiadores se detectaron una serie de ‘coincidencias y paralelismos’ que evidenciaron que el citado ascenso solo tuvo lugar en la productiva imaginación del poeta.

La carta de la 'ascensión'

Para Petrarca todo aconteció un 26 de abril de 1336, cuando impulsó la ascensión del Monte Ventoso de Los Alpes, cuya altitud es de 1909 metros. Y de aquella iniciativa el autor del Cancionero más influyente en la historia de la poesía occidental, difusor principal del soneto, escribió en una carta enviada a su amigo Dionigi da Borgo San Sepolcro, la memoria de aquella ‘ascensión’. Una carta que comenzaba así:

“Impulsado únicamente por el deseo de contemplar un lugar célebre por su altitud, hoy he escalado el monte más alto de esta región, que no sin motivo llaman Ventoso. Hace muchos años que estaba en mi ánimo emprender esta ascensión; de hecho, por ese destino que gobierna la vida de los hombres, he vivido –como ya sabes– en este lugar desde mi infancia y ese monte, visible desde cualquier sitio, ha estado casi siempre ante mis ojos. El impulso de hacer finalmente lo que cada día me proponía se apoderó de mí, sobre todo, después de releer, hace unos días, la historia romana de Tito Livio, cuando por casualidad di con aquel pasaje en el que Filipo, rey de Macedonia, –aquel que hizo la guerra contra Roma–, asciende al Hemo, una montaña de Tesalia desde cuya cima pensaba que podrían verse, según era fama, dos mares, el Adriático y el Mar Negro. No tengo certeza de si ello es cierto o falso, ya que el monte está lejos de nuestra ciudad y la discordancia entre los autores hace poner en duda el dato. Por citar sólo a algunos, el cosmógrafo Pomponio Mela refiere el hecho tal cual, dándolo por cierto; Tito Livio opina que es falso; en cuanto a mí, si pudiera tener experiencia directa de aquel monte con tan tanta facilidad como la he tenido de éste, despejaría rápidamente la duda. Pero dejando de lado aquel monte, volveré al nuestro”

Licencias poéticas de Petrarca

Precisamente en el comienzo de la misiva que construyó literariamente como una aventura real, se encuentra una de las claves del desarrollo fantástico de la misma. De hecho Petrarca se quiso ubicar mentalmente a la altura del rey Filipo y su ascensión al Hemo, relatada en un pasaje de la Historia de Roma de Tito Livio. Así fue cómo Petrarca usó la licencia poética para atribuirse una memorable ascensión que en su imaginario desarrolló sobre dos vertientes, la espiritual y la física. Ni la fecha de la ascensión fue elegida al azar, pues ese 26 de abril coincidió con viernes de redención y la muerte de Cristo en la cruz, siendo además elegido aquel año de 1336 para coincidir con el trigésimo tercer año de vida del poeta, coincidente también con el ascenso de Jesús al Gólgota.

Subió la montaña porque estaba ahí

Para la citada expedición que acometió con fines puramente personales, alejada de un deseo de conquista o exploración y, tras una serie de tribulaciones en las que no lograba encontrar el candidato adecuado para acompañarle en aquel ‘viaje’ de deleite y alimento espiritual, se percató de que el ser humano ideal estaba mucho más cerca suya de lo que podría haber pensado. Pues encontró en su hermano Gherardo -monje cartujo que eligió el camino recto en la ascensión- al amigo perfecto que al proponerle el tema lo recibió con tal agrado de que se percató al instante de que no podía haber elegido mejor. 

Según Petrarca la ascensión del 'Gigante de la Provenza' fue un hecho real, y se convirtió en el primer hombre tal y como él mismo dijo la acometió porque la montaña simplemente estaba ahí. Llegaron a Maulacene, a la falda de la montaña ubicada en la ladera septentrional al atardecer, y tras descansar durante un día, con la compañía y el apoyo de dos de sus criados iniciaron la ascensión sin demasiados contratiempos, pero con las dificultades lógicas de la aridez de aquella mole empinada. Era un día perfecto, las condiciones se presentaron maravillosas, pero la naturaleza rocosa se interpuso en el anhelo de aquellos caminantes, que querían contemplar y experimentar a través del trabajo que todo lo vence, las sensaciones de tocar el cielo tras un descenso a los infiernos.

En plena ascensión un viejo pastor local se les cruzó e insistió en hacerles entrar en razón para que desistieran de su intento. De hecho cincuenta años atrás con la fuerza y el vigor de la juventud, él mismo había acometido la ascensión de la misma, encontrando tan solo en la cima fatiga, dolor y el arrepentimiento del que tan solo encuentra dificultad y vacío, una vez coronada. Aquellas palabras que les sonaron a prohibición en lugar de disuadirles del intento causaron el efecto contrario en los dos exploradores de lo absurdo, por lo que el pastor siguió su camino.

Viaje de lo corpóreo a lo incorpóreo

Prosiguieron sin mirar atrás, pero presos del cansancio y la fatiga física se detuvieron en un risco; su hermano decidió continuar por el tramo más corto y más recto pero escarpado, en cambio Petrarca eligió la senda más larga pero menos dificultosa para coronar la ascensión. Mientras los criados y su hermano ya habían coronado, Francesco ya agotado siguió por un camino que se le hizo interminable. Hasta en tres ocasiones Petrarca perdió pie ladera abajo, retrasando en pocos segundos los metros que había logrado ascender. Logrando con este hecho determinado y esta descripción volcar el concepto de ascenso y descenso, de pasado y presente, de mundo y alma.

Entre las risas de su hermano y su evidente enojo, comenzó a reflexionar sobre todos los avatares que le habían acontecido en aquella subida. Pensó entonces en la similitud del camino vital y aquella meta, en el movimiento del cuerpo visible, del esfuerzo y en cambio el posiblemente más elevado e importante, caminar del espíritu invisible y oculto. De lo corpóreo y lo incorpóreo, el vuelo mental por lo angosto del camino y la realidad de que en la cima se halla el final de todo y el término del camino al que la peregrinación se orienta. Pues como dijo Nasón: “Querer es poca cosa; necesario es desear ardientemente algo para conseguirlo”.

La fantástica historia del ‘padre espiritual’ del alpinismo

Cuando Petrarca logró coronar la cima, llegó tan fatigado que por un segundo perdió el sentido y al recobrarlo no vio más que nubes. Pero tras ello llegó la revelación, le parecieron entonces menos increíbles el Atos y el Olimpo. En su observación desde una montaña de menor fama dirigió su mirada hacia las regiones de Italia. Extasiado ante los Alpes, helados y cubiertos de nieve, sus ojos se marcharon entonces en dirección al cielo de Italia, -hacia ese texto de Tito Livio- y sintió un deseo desmesurado de volver a ver a los amigos y la patria, tal que en ese momento, se avergonzó de su debilidad.

Una vez contemplado el paisaje abrió una página al azar del libro décimo de las Confesiones agustinas que le había dado su amigo Dionigi y dio curiosamente con un pasaje absolutamente idóneo para el memorable momento: “Van los hombres a admirar las alturas de los montes, los ingentes oleajes marinos, el flujo de los amplísimos ríos, el ámbito del océano y las órbitas de los astros, y se dejan a sí mismos”. De esta forma en la cima de aquella montaña, en la cima poética del imaginario de Petrarca, de su humanismo, se fundieron cuerpo y alma, guardando en el archivo de sus ojos interiores la experiencia durante todo el descenso hasta que pudo escribir la carta de su mítica ascensión.   

Una ascensión con la licencia poética de Petrarca, de la que hizo uso para plasmar las grandes claves del alpinismo y marcar la senda a un mundo absolutamente apasionante. Aquel en el que el hombre en su intento de acercarse al cielo, a un supuesto dios, se encuentra a sí mismo, a su verdadero ser y su lugar en un mundo, que desde la cima se abre tremendamente inmenso y bello. El de la grandeza y pequeñez, la unión de los dos mundos, la fantástica historia del considerado por muchos como ‘padre espiritual’ del alpinismo

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