Tras una serie de intrigas palaciegas, Zhu Di derrocó a su sobrino del trono en 1403 con ayuda de los eunucos. Al proclamarse emperador, tomó el nombre de Yongle, que significaba “alegría eterna”. Emprendió una serie de reformas, de entre las que destacó la restauración de Beijing como capital imperial. La decisión no fue aleatoria, sino que Yongle consideraba que desde Beijing podría controlar mejor la Gran Muralla.
Por ello mismo, ordenó construir en 1406 el palacio más suntuoso y lujoso edificado hasta ese momento. La construcción de dicho palacio duró más de 15 años y Yongle solo pudo disfrutar de él durante los últimos cuatro años de su vida. Sin embargo, durante las siguientes generaciones, la construcción continuó expandiéndose hasta cubrir 72 hectáreas y albergó más de 9.000 habitaciones.
El palacio se denominó “Ciudad Prohibida”. Su nombre se debe a que la entrada y salida estaban restringidas y solo podían ser autorizadas por el emperador. Alrededor de la Ciudad Prohibida había un foso rodeado por parques, templos y almacenes.
La Ciudad Prohibida fue el centro neurálgico de 14 emperadores de la dinastía Ming y 10 emperadores de la dinastía Qing. El uso imperial de la Ciudad Prohibida finalizó en 1912, cuando el último emperador, Pu Yi, abdicó y se le permitiría vivir en el patio interior hasta 1924.
Sin embargo, la forma antigua del palacio era diferente a lo que hoy podemos hallar, pues la plaza de Tiananmen fue construida en los años 50 del último siglo haciendo desaparecer varios edificios, portones y muros clásicos. Aun así, la presencia de grandes patios y galerías sigue siendo permanente, así como las terrazas de mármol blanco y las barandillas talladas.
La Ciudad Prohibida contaba con diferentes puertas para su entrada y salida: la Puerta Sur contaba con tres arcos para entrar a la Ciudad Prohibida, pero el central solo podía ser usado por el propio emperador; la Puerta de la Suprema Armonía, que conduce al eje norte-sur y a los salones del Patio Exterior tras superar los cinco puentes sobre un riachuelo; la Puerta de la Pureza Celeste era la que dividía el Patio Exterior del Patio Interior y estaba custodiada por dos leones que “advertían a las concubinas de mantenerse fuera de los asuntos de la Corte”; y la Puerta del Poder Divino, donde una campana y un tambor se utilizaban para marcar las horas del día.
También se podían hallar una serie de salones: en el centro de la Ciudad Prohibida se encontraba el Salón de la Suprema Armonía, usado como antecámara y sala de descanso para el emperador; el Salón de la Reserva de la Armonía, usado principalmente para banquetes y vestidor en coronaciones; el Palacio de la Pureza Celeste, residencia del emperador; la Sala de la Unión, lugar de reunión para las mujeres de la Corte, la princesa y la emperatriz; y el Palacio de la Tranquilidad Terrenal, residencia para las emperatrices Ming y cámara de matrimonio para los Qing.
La Ciudad Prohibida está cargada de simbología en todos sus rincones. Desde la elección de las personas que pueden pasar por cada puerta hasta los colores elegidos para la construcción. Los tejados de la Ciudad Prohibida son amarillos en su mayoría, ya que es el color del emperador.
No obstante, hay otros edificios en los que el color del tejado varía. Estos son la biblioteca, cuyos tejados eran negros, debido a la asociación de ese color con el agua, de modo que se evitaran los incendios; y la residencia del príncipe, de tejados verdes. En la cultura china, el verde se asocia con la madera, y con ello, se asocia al correcto crecimiento también. Los edificios eran coronados por diferentes figurillas, cuyo número variaba según el estatus del edificio. La Sala de la Suprema Armonía fue la sala con más figurillas, concretamente diez, y con más estatus.
FUENTES:
-URRACA, J.M, (2017), La Ciudad Prohibida, fortaleza de palacios y jardines, Revista Vive la Historia, nº32, pp. 16-17.
-MORENO GARCÍA, J., (2017), China imperial, Barcelona, Ed. Descubrir la Historia.
-RENDE, F. M., (1997), La ciudad prohibida: el palacio imperial de China, Revista de Arqueología, Año nº 18, Número 200, pp. 36-45.