Hermenegildo Lanz González nace en la Sevilla romántica del siglo XIX. Desde su infancia más incipiente y por motivos laborales de su progenitor, vivió en las ciudades de Buenos Aires, Lisboa y Madrid.
En 1912 se matriculó en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado de la capital de España. Finalizados los estudios, alcanza por oposición la cátedra de dibujo de la Escuela Normal de Maestros de Granada. En la ciudad nazarí entabla rápidamente amistad con Federico García Lorca, el accitano Ismael González de la Serna y Manuel Ángeles Ortiz, entre otros, integrándose rápidamente en el mundo artístico e intelectual de la provincia.
En el año 1923 retorna al municipio pacense de Azuaga, donde ejerce como docente de dibujo. Tan solo tres años después, regresa a Granada, donde presenta una exposición de Aguafuertes que lleva por nombre “Estampas de Granada”, con un marcado carácter expresionista.
Fue uno de los fundadores de la tertulia El Rinconcillo, que se realizaba en el famoso café Alameda, situado en la Plaza del Campillo. Formaban parte de esta tertulia Manuel de Falla, el guitarrista Ángel Barrios, García Lorca, Francisco Soriano Lapresa, Antonio Gallego Burín. Hermenegildo también participó en varios proyectos, entre los que hay que destacar la organización del Festival de Cante Jondo, celebrado en 1923 en Granada.
Hermenegildo Lanz se convirtió en el máximo responsable de las aventuras titiriteras que recorrieron parte de España junto a Lorca y Falla. Diseñador y creador de las marionetas, buscó la difusión del teatro como modo de acercar la cultura a la población. Llegaron a representar La Moza de Cántaro, El Retablo de Maese Pedro, Los dos habladores, El Misterio de los Reyes Magos o Los Títeres de Cachiporra, entre otras muchas obras.
Coincidiendo con el comienzo de la II República, en 1932 el Patronato del conservatorio de Granada lo nombra Pintor, Escenógrafo y Decorador de Indumentaria y Mobiliario, con categoría de profesor numerario, para que colaborara con los diferentes proyectos que se venían desarrollando.
Ese mismo año, se inaugura en Madrid el Teatro Lírico Nacional, siendo la obra elegida para la inauguración "Curro Vargas", una zarzuela inspirada en la novela de Pedro Antonio de Alarcón “El Niño de la Bola”. Lanz recibe el encargo de realizar la escenografía y los figurines, para lo cual se inspiró en las particularidades de Guadix (cuevas, paisajes y personajes de la época), donde se desarrolla la acción de la misma.
En 1933 se alzó con la plaza de profesor de dibujo de Segunda Enseñanza en el Instituto Pedro Antonio de Alarcón, un centro académico cuya apertura fue autorizada tan solo un año antes por el Ministro de Educación, Fernando de los Ríos. Según señala Manuel Jaramillo, a la gestión de Lanz, se le debe la reposición por primera vez de los autos sacramentales en Guadix, después de ser prohibida su representación en 1765.
Su estancia en la población accitana sería muy breve, pues pronto volvería a la Escuela Normal de Magisterio de Granada, donde desarrollo su función docente durante años.
Como consecuencia de su inquietud sociocultural, Lanz desarrolló actividades de fotografía, pintura, grabación, figurinista, escenógrafo, diseñador de muebles y decoración o creador de juguetes, entre otros, pero, siempre sin perder de vista su verdadera pasión, el dibujo.
A pesar de poseer una gran creatividad en el mundo del dibujo, su figura quedó ensombrecida por la talla de personajes como Lorca o Falla, entre otros.
El 20 de mayo de 1949, a la edad de 55 años, Lanz muere a consecuencia de un ictus cerebral que le sorprende en la calle cuando volvía de un curso de adoctrinamiento político y religioso promovido por el bando nacional para regenerar a los derrotados.
La represión franquista coartó su libertad, su trabajo y su patrimonio, llegando hasta nuestros días en el más absoluto de los olvidos a nivel cultural, dentro de un país que no ha sido capaz de reparar la memoria histórica de aquellas personas que fueron silenciadas de la manera más injusta.
Gran parte de los documentos relacionados con este genial dibujante se conocen gracias a su hijo Enrique Lanz Durán, que, con coraje y valentía, supo custodiar y conservar el legado de su padre.
A la memoria de aquellas personas silenciadas que lucharon por la promulgación de la cultura.