Robert Koldewey y el mito de Babel
Robert Koldewey, descubridor de la Torre de Babel. Fuente: Public Domain, Wikipedia.

Estamos hablando de un asentamiento mítico, destruido y vuelto a levantar en varias ocasiones. Llegó a maravillar a Alejandro Magno, hasta el punto de querer convertir Babilonia en su capital durante su épica campaña para extender el territorio macedonio por todo el mundo conocido. En la actualidad está sitiada por los interminables conflictos que se desarrollan en la zona, pero ello no ha impedido que hayamos rasgado el velo del tiempo y ser testigos de la grandeza que un día tuvo. Una grandeza que se debe en gran medida a la labor de Nabucodonosor II, el mismo que destruyó el Templo de Jerusalén. La Gran Ramera, como es nombrada en el libro de Isaías, gozó de un nivel cultural pocas veces conocido hasta el momento.

¿Qué sabemos sobre el origen de Babilonia? La principal hipótesis actual es que fue fundada o reconstruida a partir de un pequeño asentamiento por Sargón de Acad. También existe la posibilidad de que el fundador fuera Sargón II, pero sigue sin haber consenso. Los trabajos modernos sobre el terreno comenzaron con las excavaciones de la Sociedad Oriental Alemana en el siglo XIX. La Compañía de las Indias británica había comenzado sus labores sobre el terreno anteriormente, aunque las polémicas sobre hurtos de piezas arqueológicas para el Museo Británico propiciaron que los alemanes fueran quienes tomaran la delantera. De entre todos los profesionales que tomaron parte en esta aventura en pos de la mítica Babilonia, hay uno en especial al que prestar atención, y ese no es otro que Robert Koldewey.

Nuestro hombre nació en 1855, y pronto destacó por ser una persona muy inteligente y con un futuro prometedor. De hecho, estudió arquitectura, arqueología e historia del arte en Múnich, Berlín y Viena. Sus primeros tiempos no fueron fáciles, ya que no contaba con los fondos suficientes para financiar su verdadera pasión, la excavación del mundo antiguo. Por ello, se vio obligado a trabajar como arquitecto hasta 1899, año en el que el Museo Imperial de Berlín le encargó el trabajo de su vida: excavar Babilonia. Koldewey contaba por aquel entonces con 43 años a sus espaldas. Los primeros días de nuestro intrépido arqueólogo en las colinas donde una vez se levantó la mítica ciudad no fueron fáciles. Los ladrones del desierto hostigaban a los extraños allí presentes,y las disputas con los asiriólogos propiciaron que estos últimos abandonaran la expedición, dejando toda la responsabilidad a Koldewey y los suyos.

Para su sorpresa, lo primero que comprobó es que Heródoto estaba en lo cierto cuando escribió y estimó que sus murallas defensivas tenían unos 120 estadios de lado. Ésto es, unos 22 kilómetros, lo que da arroja la increíble cantidad de 500 kilómetros cuadrados, una superficie mayor que la del Londres de principios del siglo XX. Aunque mediciones modernas han bajado esa cantidad hasta los 18 kilómetros, el tamaño de la ciudad de Nabucodonosor no era nada despreciable. Un año después de su llegada, Koldewey ya había sacado a la luz dos de los grandes lugares de la antigua ciudad: la Avenida de las Procesiones y la Puerta de Ishtar. Con el nombre de Auburshabu, la Avenida de las Procesiones fue construida por orden de Nabucodonosor II y tenía como objetivo principal honrar y adorar a Marduk, dios principal de la ciudad. En medio de la avenida se hallaron unas placas cuadradas en cuya parte inferior se podía leer lo siguiente:

Soy Nabucodonosor, hijo de Nabupolasar, rey de Babilonia. He hecho pavimentar con placas de piedra de montaña esta calle de Babel, para la procesión del gran Marduk. Oh, Señor, concédeme la vida eterna.

Nabucodonosor murió en el año 562 a. C. 24 años después, los persas conquistaron la ciudad, para posteriormente pasar a formar parte del imperio de Alejandro y finalmente de los sirios tras su temprana muerte. La ciudad jamás se recuperó, los grandes palacios se desmoronaron – por estar hechos de ladrillo cocido en su mayoría – y el considerable número de habitantes descendió drásticamente.

En tiempos romanos fue conquistada por Trajano, pero ya no era ni la sombra de la bella y legendaria ciudad, cuna de los Jardines Colgantes o del templo de Marduk. Su grandeza se había extinguido, pero su recuerdo siguió vivo a través de los siglos, hasta que Koldewey confirmó que las historias alrededor de ella no eran exageradas, sino que tenían un fundamento real. El sistema numérico, los pesos y medidas, la invención del arco o la bóveda, lenguaje, escritura, astrología o brujería y una parte de los fundamentos jurídicos de la actualidad tuvieron su origen en Babilonia. Pero el logro del arqueólogo que más interesa aquí es el de dar veracidad a la Biblia en el asunto de la torre de Babel, pues la misma existió realmente, y ya existía en tiempos de Hammurabi, a partir de los restos de la descrita en las páginas bíblicas, que según el Génesis fue erigida por Nimrud. Este rey fue, según el primer libro del Pentateuco, el primero en subir al poder después del Diluvio Universal. Un opositor al poder de Dios que dedicó su empeño en hacer del hombre un ser tan poderoso como el Creador. Se le identifica bien con Sargón I o con el dios asirio de la guerra y de la caza Ninurta.

Etemenanki

Dibujo de Etemenanki, tal como se cree que debió ser su aspecto. Fuente: Wikipedia Public Domain
Dibujo de Etemenanki, tal como se cree que debió ser su aspecto. Fuente: Wikipedia Public Domain

En el centro geométrico de la ciudad, Koldewey halló el rastro del relato bíblico de la torre de Babel en forma de zigurat, una torre o pirámide escalonada, que estaba junto a la Avenida de las Procesiones, y en cuya cima se hallaba el gran templo de Marduk. Según se cree, fue Nabupolasar quien la restauró, y Nabucodonosor II quien terminó de rematar las obras, teniendo ladrillos de adobe en su base y ladrillos cocidos y vitrificados en diferentes colores en el exterior, dando así a cada nivel un color diferente. La visión de la misma en sus tiempos de esplendor debió de ser espectacular, pues se estima que su altura debía oscilar entre los 60 y los 90 metros, por lo que nos encontramos ante una edificación impresionante. Una inscripción datada en tiempos de Nabopolasar dice lo siguiente sobre la construcción del zigurat, que recibió por nombre Etemenanki, la Casa de la Fundación del Cielo y la Tierra:

Marduk me ha ordenado colocar sólidamente las bases de la Etemenanki hasta alcanzar el mundo subterráneo y hacer de este modo que su cúspide llegue hasta el cielo.

La estructura como tal fue descubierta por Koldewey en 1913, con unas largas escaleras en el lado sur del edificio, que llegaban hasta la entrada del templo de Marduk, la Esagila. Una tablilla cuneiforme hallada en Uruk y datada en 229 a. C., copia a su vez de un documento más antiguo, hablan de Etemenanki como una torre con una base de 90 metros de lado y otros 90 de altura. Se trataría de una pirámide de siete pisos, con muros verticales, y con un templo en su cumbre que estaba adornado de manera que imitara la inmensidad del cielo, con tonos azules. Heródoto dedicó unas palabras a la torre en el primer volumen de Los nueve libros de Historia. Otro clásico entre los clásicos, Flavio Josefo, también mencionó en sus Antigüedades Judías el episodio bíblico de la torre de Babel y definió a Nimrud como un tirano que pretendía alejar a la humanidad de Dios. Su narración recoge también el celo de Dios hacia la gente de Babilonia, que se vio obligada a seguir a Nimrud en su empresa por miedo a un nuevo Diluvio.

También existe un mito sumerio que se ha querido emparentar con todo este asunto de la torre que simbolizaba la rebeldía contra Dios. David Rohl asoció al Nimrud del Génesis con Enmenkar, rey de Uruk hacia finales del tercer milenio a. C. Según el relato, Enmenkar construyó un zigurat en Eridu, pidiendo luego al todopoderoso Enki restaurar – o interrumpir, depende de la traducción del texto que se haga – la unidad universal de todas las lenguas del universo. Según la hipótesis de Rohl, el zigurat de Eridu – que también tenía un templo dedicado a Marduk – inspiró el posterior zigurat que se levantó en Babilonia.

Como ven los lectores, Robert Koldewey tuvo la gran oportunidad de sacar a la luz una verdadera leyenda, hito muy parecido al de Schliemann en Troya, por solo poner un ejemplo. Su esfuerzo y tenacidad han permitido dar veracidad a un relato bíblico que se consideraba mítico, pero que escondía un sustrato de verdad, como tantos. La investigación y los hallazgos siguen, pues el pasado esconde mucho más de lo que muestra.

Fuentes:

- ARIAS, Juan. La Biblia y sus secretos, Punto de Lectura, 2007.

- ARMSTRONG, Karen. Historia de la Biblia, Editorial Debate, 2015.

- EINSLE, Hans. El misterio bíblico, Ediciones Martínez Roca S. A., 1989.

- FILKENSTEIN, Israel y ASHER SILBERMAN, Neil. La Biblia desenterrada, Siglo XXI de España Editores S. A., 2003.

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