Cada pueblo, en cada momento de la historia, ha contado el tiempo que transcurría de una forma diferente, aunque siempre teniendo en cuenta los movimientos de los cuerpos celestes. Los cómputos más corrientes han sido los lunares, cuyas reminiscencias nos quedan a nosotros hoy en el cálculo de la fecha de Semana Santa. El calendario musulmán es lunar y el judío lunisolar, aunque el cálculo de las festividades religiosas judías se realiza con el cómputo lunar.
El Calendario Musulmán o islámico, comienza con la Égira, la huida de Mahoma de la Meca a Medina el 16 de julio del año 622 de la Era Cristiana. El mes comienza con el primer día de la luna llena y cada año lunar cuenta con unos 11 días menos que el año solar. Mientras, el Calendario Judío, una reforma del antiguo calendario hebreo, considera que el tiempo debe contarse desde la creación del mundo, momento que tuvo lugar, aseguran, el 7 de octubre del año 3761 antes de la Era Cristiana. Veda “el venerable”, en el siglo VII, defendía la fecha del 18 de marzo del 3952 a.C., y el obispo James Usher, en el siglo XVI, decía que ocurrió el 23 de octubre del año 4004 a.C., concretamente a las 9 de la mañana. En occidente (y en buena parte del mundo) rige el Calendario Cristiano, aunque no siempre ha sido único y ha pasado por varias etapas.
LAS ERAS
Pero antes hablemos de las Eras. Son periodos largos de tiempo cuya duración es indeterminada, y de la que se conoce, a veces con exacta precisión, su inicio (porque se refiere a un acontecimiento importante y puntual), pero no su final. Por ejemplo, en la Grecia antigua se conoce la Era de las Olimpiadas, ya que los cálculos del tiempo se basaban en este acontecimiento que se celebraba cada cuatro años. Se empezó a usar el 1 de julio del año 776 a.C. y se siguió datando con este sistema incluso hasta después del fin de los Juegos Olímpicos, hacia el año 395 (los suprimió Teodosio “el grande”).
En Roma se utilizaba el cómputo ad urbe condita, basado en la fecha de la Creación de Roma, que Varrón situó el 21 de abril del año III de la VI Olimpiada, es decir, el año 753 a.C. (Catón, sin embargo, lo situaba en el año 752 a.C., aunque normalmente se sigue el cálculo anterior). Roma utilizó otros sistemas a lo largo de su existencia, por ejemplo, la Era del Consulado (desde el año 537, prescrito por el emperador Justiniano, se databan los documentos con el nombre del Cónsul en ejercicio), la Era Post Consulatum Basilii (desde el año 541, tras el consulado de Basilio “el joven”) o la Era Regia (entre los siglos VIII y IX, ya en época medieval). Conocemos otras Eras de la antigüedad, como la Seleúcida (desde el 412 a.C. con las conquistas de Seleuco Nicator, en Siria) o la Bizantina (desde el nacimiento de Jesús, ocurrido el 1 de septiembre del año 5508 desde la creación, según este calendario). Pero la más utilizada en los documentos medievales fue la Era Hispánica.
La Era Hispánica da comienzo el 1 de enero del año 38 a.C. (el año 716 ad urbe condita, en la Era Romana), posiblemente en relación a la conquista de Hispania por Roma (Aera Hispanica, el tiempo fiscal impositivo tras la pacificación del territorio), aunque es un dato incierto. En los escritos se hace constar como “in era” o simplemente “era” y en cada uno de los reinos peninsulares tuvo una duración diferente. En términos generales se utiliza hasta bien entrado el siglo XIV, incluso en territorios del sur francés, pero con sustanciales diferencias: en los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca, se abandona con el reinado de Jaime I de Aragón (1208-1276); en los Condados Catalanes cesa tras el Concilio de Tarragona del año 1180; en la Corona de Castilla se suprime por acuerdo de las Cortes de Segovia del año 1383 (entró en vigor el 25 de diciembre del año siguiente); en Portugal se siguió usando hasta el 22 de agosto de 1422 con el rey Juan I; y Navarra aún utilizó este cómputo en el siglo XV.
Llegamos así a la Era Cristiana, el Anno Domini, el tiempo establecido en el siglo VI bajo los cálculos del monje Dionisio el Exiguo, quien fijó el nacimiento de Cristo el día 25 de diciembre del año 753 de la fundación de Roma (el año 1 de la Era Cristiana era, pues, el año 754 ad urbe condita). Desde Roma, se extiende por toda Italia y llega tímidamente a España hacia el año 1000 pero, como hemos visto, no lo hizo de una forma unitaria.
LAS ERAS CRISTIANAS
En términos generales, la Era Cristiana considera el inicio del año el día 1 de enero (se celebra la Circuncisión de Cristo), pero no en todas partes se hizo así, ni siquiera en toda Italia. Por ejemplo, hubo zonas donde se entendió que el año debía comenzar el 25 de diciembre (anno nativitate) del año del nacimiento de Cristo (recordemos, el 753 ad urbe condita, no el 754 o año uno) y otras donde se contabiliza el año a partir del día de la Anunciación, el 25 de marzo (anno incarnationi domini). Pero para hacerlo aún más complicado, en Florencia (y otros lugares como la cancillería pontificia, Inglaterra o Francia) se consideraba esa fecha después del 25 de diciembre, mientras que en Pisa y en zonas de su influencia, se contabilizaba la encarnación antes del nacimiento de Cristo, con lo que resulta casi un año de adelanto respecto al resto de calendarios.
Con toda esta amplia variedad de cálculos cronológicos, resultaba difícil establecer una única fecha para datar un acontecimiento, mucho más cuando se hacía necesario plasmarlo en un escrito oficial.
No se vayan todavía, aún hay más: en Venecia se empezaba el año el 1 de marzo después de la Natividad; en Bizancio y zonas de ámbito griego, el 1 de septiembre antes del nacimiento de Cristo; en el sur de Francia, Navarra y Nápoles, el comienzo del año se complicaba todavía más, pues se hacía coincidir con una fecha variable entre el 22 de marzo y el 25 de abril, en el día de la Pascua de Resurrección… y podríamos seguir.
Pero aun así, todos los cómputos de la Era Cristiana se basaban en el establecimiento de un calendario anual, solar, compuesto de estaciones, meses, semanas, días y horas, además de ciclos que designaban varios años: lustro, cinco años; década, diez años; Indicción romana (las hubo también griega, bizantina, genovesa…, con variaciones en su inicio), quince años (el año 312 fue nombrado por Constantino el de la primera Indicción); y siglo, cada cien años.
LOS CALENDARIOS ANUALES
Nuestro actual calendario, basado en el cómputo romano, consta de 365 días (uno más en año bisiesto, cada cuatro años), 12 meses y 52 semanas de siete días cada una. Pero llegar a esta convención no ha sido fácil. Los antiguos babilonios ya establecieron un periodo anual de 12 meses basándose en el ciclo lunar: observaron que entre dos lunas transcurrían unos 28 días y que esto sucedía doce veces en un año. Pero el antiguo calendario romano, elaborado según la tradición por el mismísimo Rómulo, era también lunar y tenía tan solo 10 meses. Daba comienzo en marzo, constaba de un número de días variable entre 295 y 304, y los meses constaban de 30 y 31 días. Cobraba importancia, más que la semana, una separación en tres partes coincidiendo con las fases de la luna: kalendas (luna nueva), el día uno del mes; nonas (primer cuarto de luna), el día 5 o 7 según el mes; y los idus (luna llena), el 13 o 15 según el mes.
Este modo de contar el tiempo no se ajustaba a la realidad solar, así que, según cuenta Plutarco ("si no con gran inteligencia, tampoco con una absoluta ignorancia"), el rey Numa Pompilio (753-674 a.C.) lo amplió hasta los 355 días anuales añadiendo dos meses finales: enero y febrero (recordemos que el año comenzaba el 1 de marzo entonces, hasta que en el año 153 a.C. se fija en el 1 de enero), estableciendo doce meses de una duración variable de 28, 29 y 31 días. Este calendario durará hasta el año 45 a.C. (llamado “el año de confusión”) cuando Julio César (100-44 a.C.) instaurará su propio calendario.
El Calendario Juliano se implanta siguiendo las instrucciones del astrónomo Sosígenes de Alejandría (quien agregó 10 días al año nuevo), para quien la duración del año debía coincidir con el ciclo solar, es decir, 365 días y 6 horas (se tuvieron que añadir 85 días para compensar los errores acumulados, dos meses entre noviembre y diciembre y otro en febrero), divididos en meses de 30 y 31 días de duración, excepto febrero, que tendría 28. Para compensar el desfase de horas, estableció que cada cuatro años, se intercalara en febrero un día entre el 23 y el 24 que era la sexta kalenda del año (ante diem sextum kalendas martias) y que se llamaría bi-siesto (ante diem bis-sextum kalendas martias). Sosígenes también estableció el 25 de marzo como el día del Equinoccio de Primavera y remodeló los nombres de los meses.
Este calendario estuvo en vigor hasta que en 1582, el papa Gregorio XIII (el 24 de febrero, por la bula Inter Gravissimas) lo corrige para ajustarlo aún más a la duración solar, suprimiendo 10 días de golpe: de la noche del 4 de octubre se pasó al día 15 del mes (una curiosidad es que Santa Teresa de Jesús falleció, precisamente esa noche de la transición del calendario, el día cuatro, y fue enterrada el día 15, al día siguiente). El de 1582 fue llamado “año corrector” y contó con tan solo 355 días. El cálculo también evitaba posibles errores acumulativos eliminando tres años bisiestos: 1700, 1800 y 1900 no tuvieron 29 de febrero. No obstante, este calendario atrasa cerca de 26 segundos al año, por lo que cada 3.300 años debe ajustarse. Apúntenlo en la agenda.
El Calendario Gregoriano es que sigue estando en vigor hasta hoy, pero no en todas partes se implantó al mismo tiempo, con lo que a veces es difícil establecer las fechas de algunos acontecimientos. Por ejemplo, es sabido que Miguel de Cervantes y William Shakespeare murieron el mismo día, el 23 de abril de 1616. Sin embargo, no es del todo exacto ya que en España estaba en vigor el Calendario Gregoriano, mientras que en Inglaterra aún se regían por el Calendario Juliano (no se implantó hasta el siglo XVIII), por lo que en España Shakespeare murió, en realidad, el 3 de mayo.
La Iglesia ortodoxa sigue utilizando el Calendario Juliano para el cálculo de la fecha de Pascua, que es diferente a la católica.
Solo España (en los territorios de ultramar un año más tarde), Portugal, Italia, Saboya, Bélgica y Francia (en diciembre), además de Luxemburgo, adoptaron el nuevo calendario en octubre del año 1582. Al año siguiente lo hicieron Austria, Suiza y la parte católica de Alemania y aún dentro del siglo XVI lo hicieron Polonia y Hungría. En el siglo XVII fue adoptado por Prusia, en el XVIII por Gran Bretaña (y todas sus colonias), países protestantes de Centroeuropa, Suecia y Finlandia. En el siglo XIX se introdujo en Japón y Egipto y muchos países se fueron adecuando a lo largo del siglo XX (como Grecia, en 1923), siendo el país más tardío la República Popular China, que no implantó el Calendario Gregoriano hasta el año 1949.
OTROS CALENDARIOS Y CÁLCULOS
Por si pensaban que ya habíamos acabado, aún nos queda uno más (y dejaremos los calendarios asiáticos y precolombinos para otra ocasión). El Calendario Republicano Francés fue establecido el 22 de septiembre de 1792 por el gobierno del periodo de la Convención, durante la I República francesa. Estuvo en vigor hasta fin de 1805, con el comienzo del imperio napoleónico (el calendario Gregoriano volvió el 1 de enero de 1806). Estableció una forma diferente de contar el tiempo anual, dando comienzo el año con el Equinoccio de Otoño (22 de septiembre). También contaba con 12 meses de 30 días, divididos en décadas (en lugar de semanas) de tres días, que llevaban nombres numerales: primedi, duodi, tridi, quartidi, quintidi, sextidi, septidi, octidi, nomidi y decadi. Los meses se denominaron de acuerdo con las labores agrícolas correspondientes: vendémiaire, brumaire y frimaire, en otoño; nivôse, pluviôse y ventôse, en invierno; germinal, floréal y prairial, en primavera; y finalmente, messidor, thermidor y fructidor, en verano.
Todas estas fechas anuales, mensuales y diarias tuvieron durante siglos unas divisiones diferentes basadas en otros modos de calcular el tiempo. Por ejemplo, en Roma se contabas periodos con los nombramientos de cargos civiles, o los días de votaciones. Después, el santoral católico y la liturgia religiosa, marcaron los tiempos de la mayor parte de la población europea, incluidas las horas del día, que se señalaban con toques de campana. En la Época Medieval el año se dividía en dos grandes periodos religiosos: Navidad y Pascua. A partir de ahí las dataciones podían incluir momentos relacionados con esos acontecimientos o con las festividades dedicadas a los santos, por ejemplo, decir “segundo domingo de Adviento”, o “por san Blas”, eran fechas conocidas por todo el mundo. A veces, el santoral se mezclaba con los tiempos agrícolas y ganaderos, y se decía “para la virgen de agosto” o “el día de San Martín”, o con tiempos celestes, como por ejemplo “la noche de San Juan” (Solsticio de Verano).
El tiempo cristiano también modificó (o lo intentó) los nombres paganos de los días de la semana, instaurados por Constantino en el año 321 d.C.: el dies Saturni romano, pasó a ser el sabat hebreo, o sábado; y el dies Solis romano, pasó a ser el dies Domini, o domingo. Para el resto de días de la semana, solo en Portugal se sigue manteniendo esa variante, llamándose: segunda Feria, tercera Feria, cuarta Feria y quinta Feria.
Así que ahora díganme… ¿en qué año y día estamos?