El caballero que se duplicó para rezar y estar en la batalla
Foto: World Atlas

Situémonos. Estamos en la pascua de un año indeterminado de la década de 970. Las huestes califales comandadas por Almanzor preparan una ofensiva contra la frontera cristiana que por aquel entonces no estaba lejos de San Esteban de Gormaz (en la actual provincia de Soria).

Las bellas calles de San Esteban de Gormaz aun guardan secretos como la historia de Fernan Antolinez (Fotografía del autor)
Las bellas calles de San Esteban de Gormaz aun guardan secretos como la historia de Fernan Antolinez (Fotografía del autor)

En ese momento, antes de partir a la batalla, las tropas cristianas escuchan misa en la iglesia de Nuestra Señora del Rivero y aunque se celebran tres misas en honor de Santa María solo un caballero permanece durante toda la liturgia,  es Fernán Antolinez cuyo ardor guerrero solo es superado por su piedad religiosa. Una veneración que no fue vista con tan buenos ojos por su escudero, el cual, desesperado por la partida del resto de nobles a la contienda sospecha lo inevitable. La vergüenza de su señor por haberse quedado ensimismado en la misa.

Don Fernán consciente de su descuido implora ayuda a la virgen y a uña de caballo parte al vado de Cascajal donde se libraba la batalla. Sin embargo la contienda ha terminado hace rato y para su sorpresa el recibimiento es apoteósico, el conde García Fernández le abraza y le dice: "En buena hora os he conocido que, si no fuera por vos, juro a Dios, que fuéramos vencidos yo y los míos; pero tantos matasteis vos de sus moros que el rey Almanzor hubo de darse por vencido, pero os ruego, porque lo habéis menester, que cuidéis de vuestras llagas, señor, que yo tengo un ungüento de Montpellier que puedo pronto curaros de ellas".

El pobre Fernán Antolinez no entiende nada y cuando se mira la armadura la encuentra llena de sangre y magulladuras, solo entonces entiende el milagro, mientras oraba en el templo se había teletransportado a la refriega.

La versión más sencilla y posiblemente más antigua del relato aparece en la cantiga 63 de las compuestas por Alfonso X el Sabio, y a esta narración se le fueron añadiendo detalles en cronicones como la “Estoria de España” del mismo rey Alfonso X o el “Tesoro de la lengua castellana” de Sebastián de Cobarrubias. A esa suma de detalles se le añadieron curiosidades tales como que Fernán Antolinez cambió de nombre al de Pascual Vivas tras el milagro o que el epitafio de su tumba conservada en el atrio de Santa María del Rivero decía: “Aquí yace ¡Pascual Vivas! cuyas armas lidiaban oyendo misa...”. Más allá de la verosimilitud de la leyenda existe un sustrato literario de lo más interesante pues además de ser inspirador de grandes dramaturgos como Calderón de la Barca con su auto sacramental “La devoción de la misa” contiene fascinantes conexiones con la mitologías paganas tan lejanas como el folclore los pueblos del norte de Europa.
 

Tumba de Fernán Antolinez en el atrio de Santa María del Rivero (Fotografía del autor)
Tumba de Fernán Antolinez en el atrio de Santa María del Rivero (Fotografía del autor)

Historias de hombres que se desdoblan pudiendo estar en dos sitios a la vez las vemos recogidas en obras como “La historia de Noruega” (s. XII)  en ellas se nos cuenta cómo un reducido grupo de fineses llamados suomis tenían la facultad de caer en una especie de letargo mientras que su espíritu o ángel de la guardia (como se cuenta de Fernán Anolinez) era capaz de recorrer el mundo. Teorías estas del desdoblamiento que incluso aparecen entre los filósofos jónicos del siglo VII como Hermótimo de Clazómene cuyos métodos lo convertían en una figura más próxima al chamanismo.

Curiosamente en países nórdicos donde el paganismo pervivió hasta bien entrada la Edad Moderna, se han conservado ya no leyendas sino testimonios de personas como el general Leopold de Gerlach quien en el siglo XIX afirmaba sin pudor lo cierto de estos estados,  tal y como aconteció con un lapón llamado Peter Lärdal el cual fue capaz de superar las pruebas que le propuso el incrédulo arzobispo de Upsala ante el que aportó datos de una vivienda y una mujer tan  concretas que no había lugar para el fraude. Sea cierto o no, no hay duda de que estos relatos a nivel mitológico resultan fascinantes y quién sabe si pese a la lejanía geográfica compartan un origen común.

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