Antes de conocer esos momentos clave más recientes de la Prehistoria, es necesario hablar de otra fecha y de otro personaje imprescindible para el conocimiento del pasado ancestral del hombre. Me estoy refiriendo a Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888) y el descubrimiento, en el verano de 1879, de las pinturas policromadas de la Cueva de Altamira, en Santillana del Mar (Cantabria). Ese día, la niña María sorprendió a su padre con aquel ya famoso grito de “¡Mira, papa, bueyes!”. En realidad, eran bisontes, pero María y Marcelino habían realizado el más importante descubrimiento del arte paleolítico mundial.
Claro que a Sautuola no se le reconoció ese mérito en vida. En 1880 puso por escrito sus descubrimientos en una pequeña obra titulada “Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander”, defendiendo la validez e importancia de las pinturas. Solo el catedrático de Geología de la Universidad de Madrid, Juan Vilanova, creyó al erudito santanderino (que por otro lado, era un aficionado a la arqueología, no un experto), siendo ninguneado por los mayores entendidos del momento como, por ejemplo, el francés Émile Cartailhac (1845-1921), quien rechazó bastante airadamente la tesis de Sautuola, o Gabriel de Mortillet (1821-1898), quien estaba convencido de que eran falsificaciones de clericales españoles.
Marcelino Sanz de Sautuola falleció en 1888 sin ver reconocido su trabajo. No será hasta 1902, tras varios descubrimientos similares en Francia, cuando Cartailhac reconoce su equivocación rindiendo un homenaje a Marcelino y a Altamira en una obra, ya famosa, titulada: "La cueva de Altamira, España. Mea culpa de un escéptico".
LAS SIETE HIJAS DE EVA
En 1963, Margit y Sylvan Nass, de la Universidad Rockefeller (Nueva York) descubren la existencia y comportamiento del ADN mitocondrial (mtDNA). Este avance (los estudios sobre células humanas venían realizándose desde el siglo XIX) fue importante para la investigación prehistórica porque el mtDNA, que solo se transmite por vía materna y con alteraciones que se sabe suceden cada 10.000 años, ha permitido establecer líneas genéticas ascendentes hasta llegar a la que se ha denominado la primera “Eva mitocondrial común”, con una antigüedad de unos 200.000 años y originaria de África oriental.
Toda la población europea desciende de tan solo siete linajes femeninos.
Tirando del hilo de esta investigación, el genetista y profesor del Instituto de Medicina Molecular de Oxford, Bryan Sykes, desarrollo la teoría de “Las siete hijas de Eva” en un libro publicado en el año 2001.
Según Sykes de aquella primera “Eva mitocondrial común” surgieron 33 linajes en todo el mundo de los que 13 son africanos. Tres de ellos salieron del continente y de uno solo, bautizado por Sykes como el clan de Lara, derivarían las siete mujeres de las que desciende toda la población europea. El autor las llamó: Tara, Helena, Katrine, Xenia, Jasmine, Velda (la que pobló España) y Úrsula, la más antigua de todas, que vivió en Grecia. Desde entonces, los avances y estudios genéticos se han convertido en la estrella de la investigación prehistórica.
EL HOMBRE DE FLORES
Uno de los misterios más buscados por paleontólogos y arqueólogos de todo el mundo desde la publicación de la Teoría de la Evolución de Darwin, es el “eslabón perdido”, ese imaginado ancestro situado entre los primates y los primitivos homínidos que dieron lugar al hombre moderno. En 1891, el anatomista holandés Eugène Dubois (1858-1940), creyó encontrarlo cuando halló un espécimen de Homo erectus en la Isla de Java. Sin embargo, aún se sigue buscando.
Hoy sabemos mucho más acerca de la línea filogenética del hombre y, aunque aún falta mucho por descubrir y no todos los científicos están de acuerdo, parece que el primero pudo ser el Homo habilis, el espécimen de hace aproximadamente 1,8 millones de años de antigüedad hallado por Mary y Louis Leakey en África. Pero el descubrimiento de Dubois abrió una vía de investigación asiática que, aún hoy, sigue dando nuevos y sorprendentes frutos.
Uno de los más increíbles descubrimientos asiáticos recientes tuvo lugar en la Isla de Flores, no muy lejos de la de Java, cuando unos investigadores de la Universidad de Nueva Zelanda, hallan un espécimen muy extraño en el año 2004. Le bautizaron como Homo floresiensis, Hombre de Flores, pero pronto se ganó el apodo de “Hobbit” por lo extraordinariamente pequeño que era: apenas un metro de altura y 25 kg de peso.
El Hombre de Flores demuestra, sin lugar a dudas, que aún queda mucho por desvelar de nuestro pasado más remoto.
El Hombre de Flores, sencillamente “no debía” estar ahí: la ocupación de esas islas, separadas de Java por la “infranqueable” línea de Wallace, no podía ser tan temprana (entre hace 95.000 y 50.000 años); el pequeño tamaño de su cerebro y las pruebas fósiles de su cultura (herramientas, fuego, navegación, caza, sociabilidad, lenguaje…) desbarataban todas las teorías que afirmaban que a mayor cerebro mayores habilidades cognitivas; su altura, aún por la especialización alopátrica (es decir, evolución disforme en condiciones de aislamiento), era extrañamente dispar con la dentición y disposición de los miembros superiores, más parecidos al hombre moderno; y, sobre todo, su procedencia filogenética es aún casi un misterio. Hay quien apunta a una evolución del erectus (lo más probable) y quien lo sitúa en la línea del habilis e, incluso, hay quien no considera que deba estar en la línea de evolución del homo. Pero existe y sigue siendo un apasionante misterio.
LOS ESTUDIOS GENÉTICOS
Los estudios con ADN no dejan de proporcionar sorpresas increíbles. En el año 2010 se presentó en sociedad el último descubrimiento, unos restos óseos (primero fue una falange del dedo de la mano de una niña, nombrada como “mujer X”, más tarde un molar, una falange de pie y finamente, en el 2015, otro molar) encontrados en Siberia (Ásia), que evidenciaban la convivencia de un nuevo Homo, llamado denisoviensis, con neandertales y sapiens. Esta nueva especie habitaría un amplia zona euroasiática entre hace un millón y 40.000 años. ¡Era la bomba!
Ya no solo habíamos conocido a los corpulentos neandertales, sino que el hombre moderno había llegado a convivir con los gráciles denisovanos antes de convertirse en la única especie humana sobre la tierra.
La unicidad del hombre moderno también ha quedado matizada por los estudios de ADN llevados a cabo por Svante Pääbo, investigador principal del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania), el centro puntero en este tipo de investigaciones.
Pues bien, Pääbo, que fue quien llegó a establecer la diferenciación genética de la nueva especie de Denisova, y su adscripción a la línea evolutiva de los neandertales y sapiens, también descifró, en el año 2013, la secuencia completa del ADN neandertal, llegando a establecer que los europeos hemos heredado un 2,5% de su genoma. Esta conclusión, junto al descubrimiento de material genético denisovano en algunas poblaciones asiáticas (un 0,2%) y de Oceanía (Papúa, Melanesia, Australia…, entre un 4% y un 6%), demostraría una profunda y compleja interactuación entre las tres especies de homos de la Prehistoria, además de lo mucho que nos queda aún por saber de nuestros orígenes.