Las mujeres de las élites empezaron a reclamar diferentes espacios reservados únicamente a los varones, vinculados al entorno intelectual. Los salones se convirtieron en espacios de reunión, centros políticos y eruditos, en los que las mujeres ostentaban la posición de anfitrionas. Comenzaron así a participar con sus opiniones en los círculos de la élite intelectual, pero siempre siguiendo los roles asignados a su sexo.
Sin embargo, ilustrados como el filósofo dieciochesco Poullain de la Barre, supieron valorar la función que cumplieron las mujeres de los salones como promotoras de las nuevas formas de saber y las nuevas prácticas emergentes.
Estos nuevos espacios de sociabilidad, asamblearios y culturales, tuvieron su antecedente en el siglo XVII. Catalina de Vivonne, más conocida como la marquesa de Rambouillet, fue la fundadora del primer salón parisino, ubicado en el Hotel de Rambouillet. Esta relevante figura solía concentrar a la esfera social e intelectual más desarrollada de Francia, debido a su interés en cuestiones culturales. De esta manera, este nuevo espacio, el salón, comenzaba a conformarse en torno al siglo XVII y, a mediados del XVIII, todas las capitales europeas podían disfrutar de uno. Así ocurrió en Francia.
En un principio, los salones franceses creados en el siglo XVII, estaban relacionados con el espacio público, pues en ellos surgían innovadoras normas y valores sociales. Sin embargo, fueron también concebidos como parte del ámbito privado, cuando este no se vinculaba únicamente a lo doméstico y familiar. Esta apreciación es fundamental, ya que la dicotomía entre lo privado y lo público empezó a configurarse a partir del siglo de las Luces. Lo “privado” se entendía como el conjunto de relaciones establecidas entre las personas, y lo “público” como las obligaciones sociales ligadas a la vida cortesana, el rango y linaje.
En este lugar, por lo tanto, hombres y mujeres se reunían con el propósito de intercambiar conocimientos. La marquesa de Rambouillet coordinaba, además, a un colectivo de mujeres que recibía el nombre de las “preciosas”. Estas impusieron sus normas en un terreno en el que las mujeres rara vez habían podido toma decisiones.
Como consecuencia, emergió un movimiento social y literario conocido como Preciosismo, en el que las mujeres ostentaban un gran protagonismo. Curiosamente esta corriente fue conocida por la gran mayoría debido a la denigración llevada a cabo por el dramaturgo Molière en su obra “Les precieuses ridicules”.
Uno de los lemas esenciales del Preciosismo era la noción de mérito, puesto que se consideraba que permitía y legitimaba a la mujer ejercer una serie de tareas y funciones asignadas a los varones.
La influencia que las mujeres llevaron a cabo en los salones, y, por extensión, en la sociedad de la época, viene siendo objeto de debate historiográfico actualmente. Según algunas autoras, el “gobierno de las damas”, también denominadas salonnières, tuvo un papel decisivo durante la Ilustración, mientras que otras defienden que tenían una relevancia secundaria.
Continuando en esta línea, el debate sobre el verdadero papel de los salones en la cultura de la Ilustración no está cerrado. De la misma manera que sucede en la mayoría de los países europeos, en España el protagonismo que realmente adquirieron las mujeres en los modelos de sociabilidad de esta época ilustrada ha sido estudiado profundamente.
Durante el siglo XVIII, la presencia y la función social de las mujeres sufrieron un retroceso debido al desplazamiento de la política hacia un entorno cada vez más público. De este modo, el ambiente semiprivado de los salones de origen francés quedó relegado a un segundo plano. Estos espacios verán limitada su influencia en la vida política e intelectual a partir del final del siglo XVIII, si bien continuaron existiendo durante el XIX.
En definitiva, los salones se transformarían hasta configurar en la segunda mitad del XVIII círculos donde el nuevo protagonismo adquirido por los hombres de letras reduce a las salonnières a un papel más limitado y discreto.
Este acontecimiento adelantará la progresiva exclusión de la mujer de la vida pública y política, reflejo del triunfo de la teoría educativa rousseauniana. Las salonnières quedaron apartadas y se impuso el personaje literario que representaba para el filósofo francés Jean-Jacques Rouseeau el modelo ideal de mujer: Sofía.
Se puede concluir que estos modelos de sociabilidad se situarían en un marco teórico donde “privado” y “público” configuran categorías conceptuales que empezaron a identificarse con el mundo de la política, ligado a los hombres, y con la vida doméstica, relacionada con las mujeres. En definitiva, estos ámbitos de sociabilidad mixta en casas particulares deberían colocarse entre lo privado y lo público, es decir, se hallaban entre medias.