La exótica isla de los Faisanes
La isla de los Faisanes (1759) | Foto: Blogspot

Una de sus peculiaridades más llamativas reside en su soberanía. Francia y España se distribuyen el dominio de la superficie de manera semestral. Por lo tanto, forma parte del territorio galo entre los meses de agosto y enero, mientras que se convierte en posesión española desde febrero hasta julio.

Este reparto tiene lugar desde que la firma del Tratado de Bayona de 1856 ajustase las fronteras territoriales en las provincias de Navarra y Guipúzcoa. El artículo 27 de este acuerdo hispano francés manifestaba lo siguiente: “L’Ile des Faissans... appartiendra, par indivis, á la France eta l’Espagne...”.

Actualmente no está permitido visitar esta inusitada zona. Únicamente tienen acceso los miembros de las comandancias navales de San Sebastián y Bayona, quienes se encargan de la jurisdicción de la isla dependiendo de la época del año en la que nos encontremos. Existen teorías dispares acerca del porqué de su denominación. Una de ellas establece su origen a partir del concepto “faisant”, referido a los campesinos encargados de drenar los juncales para cultivar a la vera del río.

En un contexto más histórico, durante el siglo XVII este lugar fue testigo de encuentros entre personalidades francesas y españolas por diversos motivos. Esto es debido a que tanto la Isla de los Faisanes como el río Bidasoa representan literalmente un espacio simbólico de la no-identidad. Un cruce de caminos y escenario neutral para dirimir controversias y zanjar disputas entre los Estados limítrofes.

Se empleó para el intercambio de prisioneros y reinas, princesas e infantas solteras entre ambos países, si bien el acontecimiento más relevante acaecido en esta isla fue la ratificación del Tratado o Paz de los Pirineos a principios de junio de 1660. Previamente, Luis Méndez de Haro, sobrino y sucesor del Conde Duque de Olivares, y el cardenal Jules Mazarino, primer ministro de Luis XIV, habían firmado el pacto el 7 de noviembre de 1659.

Este acuerdo significó el final del conflicto entre España y Francia iniciado durante el transcurso de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y estableció las fronteras de ambas potencias. Uno de los ejes fundamentales de este convenio fue el contrato nupcial entre el rey Luis XIV de Francia y María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España e Isabel de Francia. La ceremonia de su cumplimiento se produjo nuevamente en la isla de los Faisanes, unos días después de la confirmación de la Paz de los Pirineos.

El prestigioso pintor español Diego de Velázquez fue, junto al artista galo Charles Le Brun, el encargado de acondicionar el entorno conforme a la magnitud de estos dos eventos. Debía construirse un espacio que reflejara el esplendor de la monarquía francesa frente a la reconfiguración de la hispana. La colección de tapices que cubrían las paredes de los distintos departamentos fueron una indudable prueba de ello.

"Encuentro de Luis XIV, Rey de Francia y de Navarra, y de Felipe IIII, Rey de España, en las Isla de los Faisanes (1660) | Foto: Embajada de Francia en España
"Encuentro de Luis XIV, Rey de Francia y de Navarra, y de Felipe IIII, Rey de España, en las Isla de los Faisanes (1660) | Foto: Embajada de Francia en España

El escenario contaba con un pabellón de madera constituido por dos salas iguales que convergían en una principal. Es precisamente aquí donde tuvieron lugar las sucesivas reuniones. Con esta estructura, Velázquez y Le Brun trataron de levantar dos espacios totalmente diferenciados, correspondientes a cada una de las cortes. Cabe destacar la ausencia de techo, como consecuencia del contexto estival en el que se produjeron los actos.

Con Felipe IV se configuran tanto el espacio cortesano como el ceremonial. En este último, tenía especial importancia la distribución del entramado que significaba la aparición pública del monarca, tanto fuera como dentro del entorno cortesano. Como consecuencia, Velázquez realizó una labor de notable minuciosidad, no solo en la decoración de la nave principal, sino también en la vestimenta, jardinería, selección de los alimentos y bebidas a degustar en el banquete, divertimentos, etc.

Este escenario tan opulento y atractivo a la vez ya no se conserva en la actualidad. Sin embargo, puede distinguirse un monolito en medio de la humilde naturaleza, donde aparecen una serie de inscripciones alusivas a los acontecimientos mencionados.

Añadir como anécdota final que la designación de esta isla no se corresponde con la realidad, pues, como apuntaló Víctor Hugo, no hay ni rastro de faisanes revoloteando en el lugar. En definitiva, esta isla constituye un elemento clave en las relaciones hispano-francesas siempre tan embrolladas a lo largo de la historia. Ambas coronas han caminado por sus suelos y navegado por su río.

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