Los poderes fácticos siempre han sido los que han dirigido el destino del ser humano y sus sociedades, estos actores estratégicos tienen en común que poseen la capacidad para detener o impulsar en beneficio propio el desarrollo o la detención de la economía, muy especialmente en la sociedad de consumo. En gran medida los poderes fácticos residen en los intereses de los grandes sectores empresariales y financieros. Estos además han residido históricamente en las iglesias, las religiones, los estamentos militares, los gobiernos y las mafias, todos al servicio y en busca del poder. No es muy difícil de comprender por tanto, lo que acontece en la actualidad en este bello Planeta azul deteriorado por la penumbra financiera que mueve los hilos en la sombra. La historia está ahí, los historiadores son profundos conocedores de que han cambiado el nombre de los actores, pero que el ser humano se empeña en repetir un modelo existencial en el que solo unos privilegiados gozan de la mayor parte de los beneficios que generan la gran masa; anteponiendo los intereses económicos muy por delante incluso de la salud física y mental del ciudadano.
Patterson, la edad de la Tierra
Por ello y recurriendo a la historia, entre los legajos de la ciencia resulta tremendamente aleccionadora la experiencia vital de uno de los más eminentes científicos de la historia de la humanidad: Clair Cameron Pattterson, geoquímico estadounidense nacido en Iowa en 1922, que pasó a la historia al convertirse en el primer ser humano en conocer y datar, mediante el método científico la antigüedad de la Tierra.
Patterson era un joven estudiante que doctoraba en Chicago cuando el prestigioso Harrison Brown, le encomendó el estudio de la edad exacta de la Tierra partiendo de un método basado en experimentos anteriores de Arthur Holmes, gracias al cual pudo deducir que sería posible descubrirlo si se lograba efectuar la medición de los isótopos de plomo en las rocas ígneas. Un método basado en transformación lenta de los elementos radiactivos, en elementos no radiactivos, fundamentalmente en plomo. Conociendo que el uranio es el elemento de mayor peso en la Tabla periódica, todo era tan sencillo y tan complicado, como calcular las proporciones entre ellos en una roca con uranio y plomo. Medir el tiempo empleado por el U238 hasta convertirse en Pb 206, para calcular la edad precisa del Sistema Solar y por tanto de la Tierra.
Su proyecto de tesis consistió en estudiar la conversión del uranio en plomo, y Patterson descubrió la partida cósmica de nacimiento de la Tierra con la técnica de la espectrometría de masas, empleada en un fragmento de meteorito caído hace 50,000 años en Arizona. La degradación a plomo del uranio le sirvió para establecer la fecha oficial y científica del nacimiento de nuestro planeta, estimada en unos 4.500 millones de años. El citado estudio fue publicado en 1953 en la revista Geochimica et Cosmochimica Acta, gracias a los porcentajes de plomo encontrados en el citado meteorito. Por ello Patterson recibió el reconocimiento mundial y la financiación de sus estudios científicos, pero en esa búsqueda de base científica absolutamente real, descubrió una realidad ciertamente aterradora.
Cuentan que aquel día en el que Patterson descubrió la verdadera edad de la Tierra, se fue a casa y quiso que fuera su madre el segundo ser humano en conocer la edad del planeta; pero en el trayecto de investigación se topó con otra realidad encubierta que tuvo la valentía de defender y denunciar durante casi veinticinco años, desafiando a todos los poderes fácticos. Enfrentándose a los dueños de las petrolíferas, aquellos que le retiraron cualquier tipo de financiación y quisieron desprestigiar su excelso nombre como científico. Durante el citado trabajo de investigación se percató de que los niveles de plomo en su época eran absolutamente disparatados, y le costó tanto llegar a la datación de la Tierra porque para llegar a una medición fiable tuvo que recurrir la creación de una habitación limpia, un laboratorio estéril absolutamente exento de contaminantes, muy especialmente del plomo ambiental.
La guerra del plomo
Patterson era perfecto conocedor de los devastadores efectos que poseía el plomo en la salud humana y, obteniendo muestras del fondo del mar y estratos de hielo de Groenlandia; comparando ambas con las muestras obtenidas en superficie ambiental, descubrió que las concentraciones de plomo se habían duplicado por mil. No le costó demasiado tiempo deducir las razones por las cuales, en cien años, la presencia de plomo se había disparado al punto de poner en serio peligro la integridad física de sus coetáneos y las futuras generaciones. Patterson era tan metódico que sus estudios eran difícilmente revocables, pero pese a ello sufrió las amenazas, el desprestigio y la ira de la gran industria.
El plomo genera en nuestro organismo numerosos síntomas, que pueden desencadenar incluso con la muerte. Es un hecho bien conocido históricamente que uno de los grandes Imperios productores de plomo fue el Imperio Romano, del que se llegó a especular que en su decadencia, intervino directamente la presencia habitual del citado elemento en la vida cotidiana del romano. De la misma forma siempre se conoció las dificultades y alucinaciones que sufrieron todos aquellos que trabajaron en la extracción del mineral o en su proceso de transformación. Clair Patterson no tardó en deducir que la decisión de Thomas Midgley, que trabajaba como ingeniero para la "General Motors" de incluir en la gasolina un aditivo para evitar la trepidación de los motores, un antidetonante: Plomo (Pb). El plomo tetraethílico, conocido por todos como Ethilo, intervino decisivamente en las fatales consecuencias.
El ser humano como siempre había puesto por delante el beneficio económico a la salud humana y a la contaminación ambiental. El bajo coste, la facilidad, la maleabilidad del plomo lo convirtieron en un elemento de uso común, en tuberías, pinturas y en una por entonces joven industria automovilística de fáctico poder que intentó acabar con la carrera del científico de Iowa. La publicación de su estudio en 1963 en un artículo firmado en colaboración con uno de sus mejores alumnos, poniendo su propio nombre en segundo lugar, le acarrearon una serie de graves consecuencias. Patterson dejó de recibir financiación de las empresas petroleras, que presionaron a la Universidad de Pasadena para que fuera despedido. Incluso el Servicio de Salud de Estados Unidos cuestionó su trabajo. Fue excluido del Consejo Nacional de contaminación Atmosférica por plomo. La empresa automovilística contrató sus propios científicos y médicos para echar por tierra los estudios de Patterson, pero su perseverancia y metodología científica hicieron posible que el potente neurotóxico comenzara a desaparecer de la vida del ser humano. Le costó todo su prestigio y muchos años de lucha en contra del sector empresarial. Afortunadamente las evidencias y los estudios de Patterson por todo el mundo, convencieron a la Agencia de Protección del Medio Ambiente, que en 1973 dictaminó a su favor, determinando la reducción progresiva del plomo en los combustibles completada en 1986. Gracias a Patterson hoy día los niveles de plomo ambiental se encuentran entre los menos de 10 microgramos/ dl para los niños y menos de 20 microgramos/dl. para los adultos; pero el ser humano y los poderes fácticos siguen anteponiendo los intereses económicos y financieros a la salud ambiental de un planeta en el que se respira la ‘mierda’ que produce el dinero.
Por ello el mundo precisa de nuevos Clair Cameron Pattterson, eminente geoquímico que no solo logró datar la fecha del nacimiento de la Tierra y el Sistema Solar, sino que puso la primera piedra para demostrar que la salud es más importante que el dinero: Patterson alertó que la irracional explotación de los recursos es un acto bárbaro más, una lección que el ser humano parece no querer nunca aprender en este cada vez más irrespirable planeta.