Principios del siglo XIX, las Cortes se han trasladado a Cádiz tras su estancia en San Fernando ante el avance del ejército francés. Cádiz es una ciudad cosmopolita donde permanece aún la flota inglesa, lo que permite que siga siendo un puerto comercial. El ejército francés carece de flota en su intrusión en la península, y Cádiz, ciudad amurallada, y que ha reconstruido sus frentes y murallas para hacerse más inexpugnable, con el refuerzo de los baluartes construidos más allá de Cortadura, sobre todo en el tramo comprendido entre Puente de Suazo y el caño de Sancti Petri hasta el Castillo. Se convierte, así en un seguro tanto para la Regencia como para las nuevas Cortes leales a la patria y a la corona de Fernando VII.
En este contexto y ambiente, la importancia de algunos establecimientos llamados cafés, que sirven de reuniones políticas y literarias crece, siendo frecuentadas por diputados de esas Cortes, literatos, librepensadores y también reaccionarios, aristocráticos, que hacen que en esos cafés se debata sobre los distintos temas candentes en el panorama político de la época.
Evidentemente no nos referimos a los modernos café bar de la actualidad, donde las relaciones se establecen en una misma mesa, aunque sin duda son herederos de los que mencionamos.
El café de Cádiz era ya una institución desde finales del XVIII. Es interesante señalar, que puede afirmarse que fue en nuestra ciudad donde apareció este tipo de local, que luego se extendió por toda España.
En estos lugares, además de degustar la droga más aceptada del mundo, procedente de Guayaquil o de Cartagena, también se discutía de política, se leían los periódicos, se jugaba al billar o se veía pasar la tarde.
La escena común se repetía en los establecimientos, puertas y ventanas, billar, mesas y sillas….
Eran comunes las sátiras sobre aquellos que iban a leer prensa extranjera a los cafés, y lo hacían con la única intención de figurar porque ni siquiera sabían o dominaban el idioma del periódico que estaban leyendo, pero la mayoría de ellos los leía de verdad, ya que los periódicos locales se limitaban en un principio a copiar lo que venía del exterior, aunque como sabemos, estos locales fueron el artífice de la nueva prensa gaditana, que en esos años gozó de una salud notable.
Y siendo muy importante estos cafés, también lo eran las zonas de los alrededores, sobre todo si hablamos de uno de los cafés más importantes, el Apolo, la zona de calle Ancha, donde ya se formaban corrillos donde se debatía sobre los mismos temas que luego se llevaban al Apolo.
Siguiendo con el Apolo, quizás fuese el más importante, ya que hasta se decía que las discusiones allí llegaron a ser de tal grado que influían en lo que después se discutía en las Cortes, por lo que se le llegó a denominar 'las Cortes Chicas'. Estaba situado en la esquina de la plaza de San Antonio con la antigua calle Murguía (hoy Presidente Rivadavia), en el lugar que actualmente ocupa la Tesorería de la Seguridad Social.
El local, de dos plantas, era propiedad del barcelonés, Ramón Soler, que sólo atendía en la planta baja por su estado de salud. Las charlas más intensas, a su vez, se daban en la planta alta, donde atendía a los parroquianos el milanés Santiago Pirra, mediador de las conversaciones cuando se elevaban de tono, algo de lo que da fé en su obra 'El Café Apolo' José Navarro Latorre, centrándose sobre todo en la causa. Una vez que Fernando VII anula la Constitución, en 1814, se somete a juicio a muchos de los asistentes, que puede encontrarse en el Archivo Histórico de la Nación de Madrid, Se juzgaba por hacer un juicio paralelo al monarca Fernando VII y condenarlo a muerte, hecho que nunca pudo ser probado. Se tata de un lugar cuya fama traspasa el tiempo, según indican las continuas alusiones literarias e históricas, y que no deja de tener su leyenda.
Durante la revolución de 1868 el Nuevo Café de Apolo reunió en sus mesas a algunos de los implicados de "La Gloriosa", la sublevación militar encabezada por el Almirante Topete que acabaría con el derrocamiento y posterior huida a Francia de la reina Isabel I.
Otro local importante era el Café de las Cadenas, también llamado 'Casa del Señor don Quijote de la Mancha' porque estaba decorado con tapices que representaban escenas de la obra de Cervantes. El café era propiedad de doña Josefa Martínez, viuda de don Benito Gullón, y de su socio don Carlos Amedey, según se deduce de una escritura en la que don Ramón Soler, dueño del Apolo, le otorga al citado don Carlos una fianza. Estaba en la Plaza de las Nieves número 121.
Igual de importante que el Apolo era el café de Orta, más conocido como Café de los Patriotas. Estaba ubicado en la confluencia de las calles Valverde y Cánovas del Castillo. Era el lugar al que acudían los artesanos de la ciudad, que no podían acudir a las galerías de San Felipe pero sí tenían interés por conocer lo que pasaba. El dueño era un gallego, José Rodríguez, que abrió el café con los 93.000 reales que le facilitó el comerciante Cecilio Zaldo. Aunque los que acudían a uno u otro establecimiento eran públicos diferentes, hubo un acto de confraternización entre ambas clientelas.
No podemos olvidarnos de la confitería de Cosi, uno de los lugares más aristocráticos de la ciudad en punto de reunión y tertulia. Estaba situado en la calle San Francisco, numero 48 antiguo, según consta en el padrón de 1813. Su dueño, don Francisco Cosi, era natural de Cádiz, y contaba por entonces veintiséis años de edad. El local debía de ser muy grande, pues tenía 24 empleados que vivían en el mismo. La concurrencia a esta confitería, que más propiamente debería llamarse café como en realidad se llamó en muchas ocasiones, fue siempre muy numerosa. Con frecuencia los periódicos de Cádiz hacen referencia a ella como café. Así, en el Redactor General del 16 de febrero de 1811, comentando que el Diario Mercantil del día anterior publica un artículo del autor de las Exequias del Conciso, dice: "Los periodistas del Conciso, ¿tienen bula para no ir a la guerra y quedarse charlando en el café de Cosi?". Aparte de estos, había muchísimos otros. Estaba el café del Ángel, en la confluencia de la calle Santo Cristo con la plaza Candelaria, en un edificio anterior al edificio que hoy alberga una espartana residencia de estudiantes, con su fachada superpoblada de balcones. El café del Ángel ocupaba un edificio que fue mezquita y después ermita de moriscos para luego pasarse a la religión del café y la política.
En la calle Nueva, también de mucha importancia junto a Ancha, estaba el café del León de Oro, justo donde estaba una tienda de telas (K.A. International) que hace poco cerró sus puertas. Antes de que la franquicia lo ocupara fue el Bazar Inglés que aún conservaba la estructura del café, con sus clásicas columnas. Otra estructura que no se ha roto es la del Café del Correo, en Cardenal Zapata, 6. Hace unos años, cuando Jesús Pina cogió el local para abrir su tienda de decoración se encontró los arcos de ladrillo y las columnas y por prescripción municipal, las mantuvo. Hasta hace poco, estaban las mesas y sillas antiguas. En el escalón de entrada aún puede leerse el nombre del viejo café, grabado en el mármol.
Otro café de importancia lo encontramos en la plaza de la Cruz de la Verdad número 89, propiedad de Francisco de Rojas. En Novena había dos más: uno propiedad de unos gallegos y otro del italiano Antonio Cardelino.
Según la relación de gremios de 1802, existían 23 cafés y 29 confiterías, por no hablar de las cervecerías, que también las habían, y las populares tabernas.
Pero aunque es cierto que los cafés tenían un matiz innovador y liberal, para el historiador José María García León su papel «se ha mitificado mucho». Hay que tener en cuenta que la mayoría de la población era analfabeta (hasta el 94% de los españoles en el año 1803). Ese era el principal motivo por el que los periódicos de la época se leían en voz alta. «Pero la gente iba allí sobre todo a charlar, a tomar café y a jugar al billar, que era muy popular en la época; no siempre se hablaba de política», subraya el profesor de la UCA.
Aún con la mitificación hemos de reconocer para ser justos, que estos cafés fueron los primeros resquicios de una opinión pública contemporánea, junto a las tertulias y las charlas en calle Ancha, cuando parte de la población es capaz de debatir y juzgar con un valor crítico, aportando ideas, la situación del país y de la ciudad.
Por todo ello consideramos, , no estaría mal recuperar de forma organizada, el espíritu de estos cafés de la época, y con una propuesta que nos viene desde ADIP, recuperar también el sentido simbólico de los mismos, eso sí, con una visión acorde con la época actual, evitando el elitismo, en el que gente de toda condición social e ideologías, sean capaces de sentarse a debatir y buscar soluciones para la ciudad de Cádiz fuera del ámbito institucional, en un encuentro entre trabajadores, intelectuales, librepensadores, etc.