Kennedy, mil días para soñar y uno para morir
(Foto: www.alazul.com).

Tras cincuenta años de su asesinato en Dallas, Texas, aquel 22 de noviembre de 1963 aún seguimos dudando profundamente de la Comisión Warren, formada para tratar de aclarar las circunstancias del magnicidio. Nos cuesta creer que Lee Harvey Oswald pudiera efectuar los tres disparos desde la ventana del sexto piso del Depósito de Textos Escolares de Texas, especialmente incomprensible el hecho de que pudiera recargar su rifle Mannlicher Carcano en tan escaso periodo de tiempo y un grado de precisión tan alto. Mucho menos asimilar la idea de que un desconocido resentido pudiera acabar con la vida de un presidente que había hecho méritos sobrados para convertirse en el objetivo de muchos. Repasando aquellas imágenes altamente sobrecogedoras, nos seguimos encogiendo ante la figura de Jackie buscando en el cuello de la camisa de su marido instantes antes de entrar en pánico ante el disparo mortal que le hizo trepar por el Lincoln negro. Especialistas en balística siguen defendiendo que el disparo que voló el cerebro del presidente con una munición posiblemente fragmentaria, describió otra trayectoria y tuvo que ser efectuado desde otra posición, por lo que la teoría de un solo tirador se vendría abajo.

Alimentadas por la posterior ejecución de Oswald por parte de Jack Ruby, figura secundaria del hampa estadounidense, las teorías de la conspiración se han multiplicado incesantemente desde las 12.30 horas de aquel 22 de noviembre. Pero como suele suceder con la figura del príncipe de Camelot, del 35º presidente norteamericano solemos incurrir en el error de congelarnos en aquel suceso que convirtió al presidente norteamericano más carismático de la historia en mito. La sociedad norteamericana y el mundo siguen adorando la imagen de aquel hombre de 46 años aparentemente sano que padecía una salud delicada, seguimos fascinados por aquellos mil días para soñar y uno para morir en los que Kennedy demostró que había una forma distinta de gobernar y hacer política.

Quizás por ello solo nos quedamos con sus luces, obviando las sombras de un mandato marcado por la crisis de los misiles de Cuba, el apoyo a los derechos civiles y su recapitulación en la guerra de Vietnam. Es indudable que Kennedy y su política comunicativa estaban destinadas a cambiar el mundo y la imagen de su país, pero son muchos los que se preguntan si tras el personaje no se escondía una oscura estrategia política, pues tardó demasiado en hacer efectivos esos sueños.

En cualquier caso hay infinidad de datos objetivos que le convierten en un presidente único. En sus mil días de presidencia se aprobaron más leyes (108 de las 166 presentadas en el Congreso) que bajo cualquier otro presidente desde los años 30, llevó a cabo reformas políticas, jurídicas, económicas y educativas, apoyando los principales movimientos a favor de los derechos sociales. En este sentido hay que decir que las luces y las sombras vuelven a ceñirse sobre la figura del presidente, pues son muchos los detractores que denuncian una relación ambigua sobre tan grave desafío. Kennedy tardó demasiado en convertir sus discursos encaminados hacia el fin de la segregación racial en hechos. Existen fundadas sospechas de que Kennedy manejó con la palabra el voto negro y con su efectiva prudencia el voto de los demócratas del sur. No fue hasta 1962 cuando se impulsó verdaderamente la causa y esta no se tradujo en realidad hasta 1964 con el gran avance legal, la gran reforma de los derechos civiles ya con Lyndon Johnson como presidente. En cualquier caso el importante impulso de la palabra y el apoyo de un presidente, sirvió para cambiar la conciencia de todo un pueblo.

Y es que Kennedy fue en esencia ese genio que hipnotizaba con la palabra sueño, una cascada de frases que alimentaron el mito. Instantes para la historia, desde el : “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino que puedes hacer tú por tu país” hasta el "Esta nación debería unirse para conseguir la meta, antes de que esta década concluya, de llevar un hombre a la Luna y hacerlo volver sano y salvo a la Tierra", pasando por la histórica cita en plena crisis de los misiles en la que dijo : "Nuestra meta no es la victoria de la fuerza, sino la vindicación del derecho; no es la paz a costa de la libertad, sino tanto la paz como la libertad, aquí, en este hemisferio, y, ojalá, en todo el mundo".

Kennedy abrió una nueva historia de la comunicación política instaurando la rueda de prensa semanal con preguntas libres y directas, en las que el magnetismo personal del presidente hipnotizaba a los periodistas. Sin gozar de la preparación económica que requería la altura del cargo que ostentaba, supo rodearse de un grupo de trabajo encabezado por Walter Heller, que logró transformar una situación económica de estancamiento con dos recesiones en tres años, una tasa de desempleo del 8% y cinco millones de parados, en un crecimiento anual del 5%. Todo ello aplicando una política típicamente keynesiana, bajando los impuestos e incurriendo en un déficit presupuestario que provocó una inflación que puso en duda la reforma económica keynesiana a mitad de los años sesenta.

En materia de política exterior es sin duda donde sus luces y sombras entablan una batalla más encarnizada, pues si es atribuible a Kennedy su papel en salvar al mundo de una Guerra nuclear, es igualmente atribuible al presidente el hecho de haber llegado a esa situación crítica. Circunstancia respaldada históricamente en el hecho de que no supo administrar la crisis de Berlín en 1961, todo ello en un año marcado por toda una serie de reveses internacionales: en Cuba con el desembarco de Bahía de Cochinos y en Laos. En esencia la historia de una tensa relación, la mantenida entre Kennedy y Kruschev, que condujo a la crisis de los cohetes en Cuba en 1962 y que afortunadamente se resolvió con un acuerdo igualmente histórico a los errores cometidos con anterioridad.

En Camelot no todo es leyenda dorada pero Kennedy es también ese presidente que como primera orden ejecutiva firmó el Cuerpo de Paz, cumpliendo su promesa de llevar a cabo la idea del senador Hubert Humphrey, también es el mismo que impulsó la Alianza para el progreso. Es a su vez aquel hombre al que cantó Marylin el 19 de mayo de 1962 en el Madison Square Garden en su 45 cumpleaños. Es un personaje único con el que aún seguimos fascinados, hipnotizados por el mito que nos hizo creer que la paz y la libertad caminan juntas, que jamás debemos negociar con miedo, pero que no debemos tener miedo a negociar y que el arte es una forma de verdad. Esto último una constante en su forma de hacer política y su estilo de comunicación, pues Kennedy convirtió el arte del discurso y el uso de la metáfora en verdades visibles y ocultas. Quizás por ello, por el hecho de querer cambiar el mundo y su país a su manera, los mil días que invirtió en su presidencia para soñar, quedaron congelados en solo uno para morir, en Dallas, Texas, un 22 de noviembre de 1963, en el que muchos de sus enemigos efectuaron el disparo de gracia que paralizó el mundo.

Foto: www.abcdelasemana.com

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