“Basicamente por entonces todo el que estaba medianamente informado quería hacer algo. Pero al final solo unos pocos se arriesgaban a dar el paso con todas sus consecuencias”.
Robert Maistriau.
Déjenme que les diga algo: la mayor parte de historias de cualquier tipo, época y lugar sobre la resistencia irredenta de tal o cual colectivo frente al invasor contienen un abundante conjunto de mitos y leyendas. Por ejemplo hay muchos aspectos oscuros a discutir sobre las famosas guerrillas españolas durante la Guerra de Independencia contra los franceses. Otro ejemplo, ya algo más relacionado con el tema que vamos a tocar, la Resistencia contra los nazis durante la IIª Guerra Mundial también presenta abundantes claroscuros y exageraciones. Esto último no es una opinión, es una impresión sólida que se ha ido asentando progresivamente en la historiografía a través de los trabajos de investigadores como Laurence Rees.
Por otra parte, no es este el lugar para valorar la interesante discusión historiográfica que se ha dado al menos desde los años 70 respecto al papel de la propia población alemana ante el nazismo. Pero, al menos en lo tocante a otros pueblos caídos temporalmente bajo la bota nazi, la conclusión es que la Resistencia contra la ocupación nazi y sobre todo contra sus odiosos propósitos de limpieza racial fue mínima en lo que concierne a la mayor parte de países de Europa.
Escasa Resistencia
Para empezar el único país ocupado en el que los nazis encontraron una cierta oposición por parte de la población a sus esfuerzos de persecución de los judíos fue en Dinamarca, y eso sobre todo porque allí la población judía era muy poca y los nazis no estaban demasiado interesados en usar la fuerza en esa zona totalmente secundaria para sus propósitos. Por el contrario en Chequia, Eslovaquia, Austria y, más sorprendentemente, en Francia, Holanda o Bélgica la oposición de la población a los designios nazis fue mínima y en ocasiones llegó a darse incluso una abierta colaboración. Eso por no hablar de los pueblos que se aliaron gustosamente con los nazis e incluso en ciertas ocasiones los superaron en entusiasmo represivo, por ejemplo los croatas.
Circunscribiéndonos al caso francés, en el cine clásico de Hollywood (y en el francés igual, claro) casi nunca falta la aparición de tres o cuatro personajes de heroicos miembros de la Resistencia en cada película sobre la IIª Guerra Mundial; pero los datos y la Historia no respaldan esta imagen. Como se ha insinuado, en realidad los países donde existió una Resistencia digna de tal nombre fueron otros. Los alemanes tuvieron problemas de verdad en Bielorrusia, Serbia o, ya avanzada la guerra, en Italia. En cambio lo ocurrido en Francia fue muy distinto. Por ejemplo, incluso en fechas muy tardías, cuando la victoria aliada se hacía evidente, con Francia ya liberada, resulta que el propio ejército regular “francés” estaba compuesto en un porcentaje insultante por magrebíes, argelinos y exrepublicanos españoles refugiados. Franceses "de pura cepa" combatiendo activamente hubo muy pocos incluso al final de una guerra en la que, en general, el esfuerzo bélico clave para derrotar al nazismo y liberar Europa de su yugo resultó ser el soviético y no el aliado (otra cosa es que los soviéticos tuviesen en mente una concepción muy rusa de la palabra “liberar”) .
La Resistencia francesa está muy mitificada, en parte por el cine Es más, en el caso de Francia, durante el último año de guerra más o menos, abundaron, obviamente, los alistamientos de población en diversos grupúsculos de la “Resistencia”. Pero quienes se alistaban en el esfuerzo contra el ogro nazi eran en muchos de esos casos funcionarios colaboracionistas que buscaban “limpiarse” una vez que la victoria era segura y ya no se jugaban nada (el propio Mitterrand por ejemplo). Por su parte las acciones de “resistencia” se dedicaban en muchos casos no a combatir a los alemanes sino a tomar represalias sobre otros franceses colaboracionistas (en muchos casos prostitutas, funcionarios o comerciantes locales y otros grupos de baja estofa sobre los que se podía descargar fácilmente la ira o llevar a cabo acciones de poco riesgo; casi nunca sobre grandes empresarios o banqueros que habían colaborado en mayor medida pero que también podían defenderse mejor de las iras populares).
Ahora bien. Si todo lo anterior es cierto y revela el lado gris del pasado humano, también es verdad que los momentos de crisis y oscuridad en ocasiones dan lugar a tímidos, minúsculos, breves… pero también hermosos ejemplos de lo mejor del ser humano.
Dicho todo lo anterior paso a contarles lo que en el fondo venía a contar hoy.
El 19 de abril de 1943 pasaron dos cosas relacionadas con los judíos, el Holocausto y, en general, con la resistencia al nazismo en Europa. Una de ellas es bien conocida: ese día comenzó oficialmente el levantamiento del ghetto de Varsovia. La otra no es tan conocida y tuvo lugar en Bélgica.
El Transporte Número 20 era un tren de prisioneros alemán dedicado a transportar judíos desde el campo de internamiento de Mechelen (una instalación transitoria donde agrupar los detenidos en el área belga) hasta el complejo de exterminio de Auschwitz.
Asalto al convoy
El 19 de abril de 1943 el convoy partió hacia su destino llevando 1.631 hombres, mujeres y niños hacia Alemania. Pues bien, ese fue también el día en que tres universitarios belgas de veintipocos años decidieron hacer algo al respecto. Se trataba de Youra Livchitz, un judío belga, y sus dos amigos Robert Maistriau y Jean Franklemon, que no eran judíos pero es evidente que eran personas con buen corazón y algo de agallas. Los tres se mostraban próximos ideológicamente al llamado Groupe G, una organización de resistencia belga que –ante la falta de otras posibilidades que fuesen realistas en sus objetivos- preconizaba la realización de actos de sabotaje contra los nazis. Así las cosas, bajo la iniciativa de Youra, el cual tenía obvias razones para odiar a los nazis, nuestros tres estudiantes decidieron dar un paso adelante liberando tantos judíos como pudieran del próximo convoy que se preparaba a partir para ese sitio llamado Auschwitz.
El plan de acción era tan ridículamente ingenuo y simple como valiente. No podía ser de otra forma, los tres amigos no tenían instrucción militar y contaban por todo arsenal con una pistola y unas cizallas. Se limitaron a colgar una linterna en un bosque al lado de la vía del tren; la linterna estaba envuelta en un trozo de cartulina roja esperando que vista a distancia la luz de la linterna tomase un color rojizo como el de las señales ferroviarias de peligro o de alto.
La idea era que el maquinista se desorientase pensando que se encontraba en otro lugar del trayecto ante alguna señal de paso a nivel o de stop -abundantes en otros puntos del trayecto cerca de las estaciones- y así desconcertado o desorientado detuviese el tren unos momentos. Momentos que nuestros protagonistas esperaban aprovechar para, usando una cizalla, hacer saltar las cerraduras de las puertas de los vagones más cercanos a donde se encontraban apostados y así liberar cuanta gente pudieran.
El 19 de abril de 1943 pasaron dos cosas relacionadas con los judíos, el Holocausto y, en general, con la resistencia al nazismo en Europa. Una de ellas es bien conocida: ese día comenzó oficialmente el levantamiento del ghetto de Varsovia. La otra no es tan conocida.
El plan por simple que fuera más o menos funcionó en su primera fase tal y como estaba previsto. Ante la misteriosa luz roja la locomotora se detuvo mientras el oficial alemán al cargo enviaba algunos de sus hombres (15 soldados encargados de la protección del convoy) a inspeccionar a ver qué ocurría.
A partir de aquí se desató el caos. Nuestros héroes aprovecharon para salir de la espesura e intentaron poner en práctica la segunda fase de su plan que, sin embargo, en un primer momento fue un relativo desastre. Mientras Youra Livchitz disparaba con la pistola que poseían, intentando mantener alejados a los alemanes, Jean y Robert salieron de su escondite y se lanzaron a cortar las cerraduras y alambres de los vagones. Sin embargo solo consiguieron sacar a gente del primero de los vagones que abrieron, donde solo había 17 personas. Después de eso la llegada de los soldados desde el furgón de cola los obligó a lanzarse a la fuga montados en tres bicicletas.
No obstante en ese punto entraron en acción otros dos elementos capitales en esta historia: el caos y el maquinista Albert Dumon. Para empezar cuando los alemanes se dieron cuenta de lo que ocurría empezaron a disparar y a perseguir a los tres estudiantes y los evadidos. Era de noche, en una zona boscosa y los alemanes no tuvieron demasiada suerte con sus primeros esfuerzos policiales con lo que perdieron mucho tiempo allí estacionados mientras inspeccionaban la zona.
Eso dio tiempo a muchos pasajeros del convoy para apercibirse de la situación y sacar partido de ella para llevar a cabo sus propios intentos de evasión. Por otra parte el maquinista Dumon puede que no estuviese demasiado convencido de la ética de su “trabajo” dedicado al transporte de esos extraños convoyes de gente como ganado. Así pues aprovechó las circunstancias para una cierta “huelga de celo” (o tal vez simplemente se puso nervioso con el desarrollo de los acontecimientos, quien sabe) y al parecer se demoró sobremanera en volver a arrancar además de que durante el resto del trayecto mantuvo una velocidad bastante baja.
Aprovechando ese factor, y que nuestros protagonistas habían roto las cerraduras de otros vagones además del que habían liberado de gente (aunque en un primer momento la reacción de los soldados alemanes no había permitido a la gente escapar de ellos) en las horas siguientes empezaron a sucederse los intentos desesperados de evasión del tren por parte de grupos de pasajeros diversos que intentaban sacar provecho de la coyuntura. Al final, durante aquella infernal noche hicieron su intento 236 personas de las cuales 115 tuvieron éxito mientras que el resto fueron recapturados o abatidos a disparos.
El día 22 el tren llegó a Auschwitz con su cargamento humano. Le quedaban en su seno 1.395 inquilinos frente a los 1.631iniciales. De esos 1.395 solo sobrevivirían 150.
Tras el rescate
Un mes después del ataque al convoy Youra Livchitz fue arrestado. Fue el primero de los tres amigos en ser detenido. Sin embargo una vez llevado a los cuarteles de la Gestapo en Bruselas se las arregló para realizar una fuga imposible tras reducir a un guarda y escapar disfrazado de soldado alemán sin que nadie lo reconociese (a él, un judío, qué ironía). Sin embargo un mes después fue nuevamente detenido y moriría unos meses más tarde ante un pelotón de fusilamiento.
Por su parte Robert Maistriau después de la acción del convoy se unió a los maquis belgas. Al año siguiente participó en una acción para dejar sin corriente eléctrica a la industria de la zona. Tras esta nueva acción fue detenido, logró fugarse en un primer momento pero pronto fue nuevamente atrapado y transferido a Buchenwald y luego a Bergen-Belsen. Lo mismo le ocurrió a Jean que también fue arrestado y se pasó el resto de la guerra internado igualmente en diversos campos de concentración. Sin embargo contra todo pronóstico ambos lograron sobrevivir a la guerra.
Durante la IIª Guerra Mundial solo de Bélgica salieron 28 convoys ferroviarios que trasladaron algo más de 25.000 judíos (una quinta parte de ellos niños) y algunos cientos de gitanos a los campos. De todos ellos, poco más de 1.200 judíos y dos docenas de gitanos regresaron con vida.
Con pocos medios y mucha valentía los tres jóvenes lograron salvar de la muerte a más de cien personas Lo sucedido con el Convoy número 20 muestra dos cosas muy importantes: por un lado, frente a los frecuentes testimonios en la línea de “durante aquellos años nadie sabía nada” era evidente que los que no cerraban los ojos se daban cuenta de que algo muy malo estaba pasando; por otro lado no era imposible hacer algo, incluso con muy pocos medios y organización. Aquellos tres jóvenes de una forma torpe pero valiente marcaron la diferencia entre la vida y la muerte para más de cien personas en el espacio de una sola noche.
Sin embargo, hasta donde este autor conoce (se agradece cualquier aportación al debate a través de los mensajes) durante los años que duró el conflicto el Convoy número 20 fue el único transporte de judíos atacado por la “Resistencia” o la aviación aliadas no ya en Bélgica sino en toda Europa. De esta forma durante varios años seis millones de judíos, homosexuales, gitanos y opositores políticos de diverso tipo pudieron ser tranquilamente detenidos, almacenados, transportados a través de miles de kilómetros y finalmente exterminados, todo ello ante la pasividad general de la mayor parte de la población del continente.
Si la Historia sirve para algo es, entre otras cosas, para recordar hechos como estos. En realidad es más útil recordar las vergüenzas antes que las glorias (pese a que preferimos lo contrario). Recordar los errores es útil aunque no nos guste porque sirve para no repetirlos. Por ello en coyunturas como la actual en la UE, ante el ascenso de partidos (por ahora) “moderadamente” xenófobos, racistas, filofascistas… no está demás seguir dando la lata. Por si acaso.
Foto 1: Youra Livchitz (izquda.)
y Jean Franklemon.Foto 2: Robert Maistriau.