La lucha entre varios contendientes por un trono es algo que hemos visto en numerosas ocasiones. Ya sea por series televisivas de la HBO, como por ciertos conflictos idealizados provenientes de la Edad Media, el caso es que estamos acostumbrados a las pugnas por el poder. Roma no fue ajena a esta clase de guerras y en un solo año, 69 d.C., llegó a ver sucederse a cuatro emperadores.
La sublevación de Vindex
Todo comenzó con la sublevación, un año antes, del legado en la Galia Lugdunensis, Julio Vindex. Descendiente de la aristocracia de Aquitania, empleó sus influencias y sus legiones para sublevarse contra el despótico gobierno de Nerón. Sin embargo, no quiso proclamarse emperador debido a sus raíces galas. Puso sus ojos en el gobernador de la Tarraconensis, Servio Sulpicio Galba. Descendiente del artífice del asesinato de Viriato, era un militar con reconocido prestigio, que aceptó el nombramiento.
La sociedad romana estaba cansada de la crueldad de Nerón, quien además quería introducir un modo de vida helenizante Al principio, Nerón no dio importancia a la sublevación, pero con el devenir de los días fue poniéndose nervioso. Pronto recibió la buena noticia de que sus defensores habían vencido a las tropas de Vindex en Vesontio y que el general galo había muerto. Galba consideró suicidarse, pero los vientos de la fortuna cambiaron. El senado declaró a Nerón enemigo público y él, solo y abandonado hasta por sus libertos, decidió suicidarse ante la noticia de que una guardia venía a apresarle. El camino hacia el imperio de Galba quedó expedito tras la renuncia de dos potenciales rivales al trono, Ninfidio Sabino, prefecto del pretorio, y Licinio Muciano, gobernador de Siria. La paz parecía volver al Imperio.
El reinado de Galba
Pero esto no fue así. El nuevo princeps pronto se ganó el odio de buena parte de la aristocracia romana y del ejército. Nada más ser investido como gobernante, se negó a darle el tradicional donativum, pago por su fidelidad, a su guardia pretoriana. Elevó los impuestos y creó nuevas tasas. De él nos dice Suetonio que se ganó rápidamente la fama de hombre tacaño. También se nos ha contado que era gobernado por tres de sus libertos, a los que el pueblo, sarcásticamente, llamaba sus preceptores. Galba fue informado de que su popularidad había descendido drásticamente, y él, ingenuamente, pensó que ese odio se debía a que carecía de sucesor. Adoptó públicamente a Lucio Calpurnio Pisón y eso selló su destino.
Esa decisión irritó sobremanera a uno de sus más estrechos e incondicionales aliados, Marco Salvio Otón. Había sido un gran amigo de Nerón, pero tras una disputa con este por el favor de Popea Sabina fue mandado a la Lusitania como gobernador. Acumulando y cultivando su rencor, Otón esperó una ocasión de poder vengarse de su antiguo compañero de juergas, y ésta se presentó con la sublevación de Vindex. Apoyó a Galba y estuvo tan ligado a él que esperaba ser su sucesor. Por eso, tras serle notificada la noticia de la adopción de Pisón, Otón se puso en contacto con la Guardia pretoriana.
Rápidamente se labró una compleja trama. El 15 de enero del 69 Otón fue a ver a Galba a palacio, le presentó sus respetos y se marchó en litera, alegando dolor intestinal. Fue conducido en secreto al campamento de los pretorianos y fue aclamado emperador. Mientras, su predecesor había sido puesto al corriente de la conjura. Galba fue al foro, trató de calmar a la violenta turba, y tras ver que su destino era la muerte, le presentó el cuello a un pretoriano exigiéndole que le apuñalase ahí. Fue descuartizado y su cabeza presentada a Otón, ya nuevo dueño de Roma. Galba había reinado 6 meses y 7 días.
Otón, el amado
Una eternidad en comparación con el gobierno de su sucesor. Las primeras medidas de Otón fueron destinadas, paradójicamente, a la rehabilitación pública de su íntimo enemigo, Nerón. Con él guardaba un gran parecido y unas similares concepciones vitales. Ordenó que se volviesen a levantar sus estatuas y continuó con las obras de su fastuosa Domus Aurea, el macro-complejo que sirvió como residencia a Nerón. También aceptó su nombre y acogía con agrado que el pueblo le aclamase de esa manera.
Quien no le aclamaba era Aulo Vitelio, legado en Germania. Sus legiones se acantonaron y exigieron un emperador nombrado por ellos. Quién mejor para ocupar ese puesto que su propio comandante. Él, ufano, aceptó el cargo y el sobrenombre de Germánico. Atrás quedaba su pasado como auriga para Calígula, o la vergonzante adulación que su padre perpetró hacia la dinastía Julio-Claudia. Avanzó hacia Roma, aunque mandó como avanzadilla a varias legiones.
La vida de Otón no presagiaba la valentía que mostró el emperador en sus últimas horas Mientras, en Roma, Otón hizo llamamientos para la paz. Sin embargo, incapaz de detener la ambición de Vitelio, decidió reclutar un ejército y avanzar a su encuentro. La batalla tuvo lugar en Bedriacum, cerca de Cremona. La victoria fue para las tropas vitelianas. No fue decisiva, Otón tenía aún numerosas tropas de refresco y levas reclutándose en Roma, pero este decidió tener una muerte heroica. Su vida disipada no parecía indicar que fuese a optar por el suicidio para tratar de librar a Roma de una sangrienta guerra civil. Tras despachar durante toda la noche a sus generales, se clavó un puñal y expiró. Se dice que conmovió tanto a sus hombres que muchos de ellos decidieron inmolarse sobre su pira funeraria. Reinó 91 días.
Vitelio, luces y sombras
Vitelio avanzó triunfante sobre Roma. Ya entonces dio muestras de una enorme crueldad. En el camino observó una piedra con la inscripción En honor a Otón y exclamó despectivo: “Mausoleo digno de él”. En la Ciudad eterna comenzó una sangrienta persecución contra los apoyos de Otón, licenciando a la Guardia Pretoriana por su fidelidad a su predecesor. El nuevo emperador había tenido una juventud disipada que le había hecho endeudarse enormemente. Sobra decir que sus acreedores también fueron ajusticiados.
El princeps era muy aficionado a darse enormes festines, invitándose a las casas de los patricios romanos, a los que obligaba a pagar banquetes de elevadísimo coste. En su reinado también tomó medidas alabadas. Acabó con la corrupción de los centuriones, que vendían cargos y dispensas a sus hombres, a la vez que abrió los puestos administrativos a los caballeros. También expulsó a todos los astrólogos de Roma.
La sublevación de Vespasiano
Pero la fortuna es caprichosa, y lo que propició la caída de su antecesor fue lo que provocó la suya. Los ejércitos de Oriente nombraron emperador a su general Vespasiano. Éste se encontraba en Palestina sofocando la revuelta de los judíos, empresa que dejó a cargo de su primogénito Tito. Su nombramiento fue apoyado por su buena fama, ya que no le conocían, por las legiones de Mesia y Panonia. Vespasiano puso rumbo a Egipto para asegurar el suministro de trigo, a Roma mandó uno de sus lugartenientes, Marco Antonio Primo.
Vitelio nunca había sido un hombre valiente. Aterrorizado, intentó en primer lugar nombrar heredero a Vespasiano. Posteriormente afirmó que había aceptado el Imperio contra su voluntad y que estaba dispuesto a abdicar en favor de su enemigo. Nada de esto le salvó. Las tropas de Primo vencieron a las suyas en La Segunda Batalla de Bedriacum. El ejército vespasiano entró en Roma y asesinó al hermano de Vitelio, prefecto del pretorio. El aún emperador se escondió en la garita de un portero. Los soldados le reconocieron y le trasladaron al foro, donde fue asesinado, su cuerpo arrojado al Tíber y su cabeza paseada por la ciudad. Reinó 8 meses y 5 días.
A mediados del año 70, apenas dos años después del nombramiento de Galba, el cuarto sucesor de Nerón entraba en Roma. Por fin llegó la estabilidad y Vespasiano fundó la dinastía Flavia, que reinaría en Roma 27 años.
Imágenes
- Mapa Imperio Romano durante el año de los 4 emperadores de Steerpike y Andrei nacu. Wikipedia.