Diego de Torres nació en Salamanca como hijo de un humilde librero. Pese a los pocos recursos con los que contaba la familia, el pequeño Diego pronto mostró una insaciable curiosidad por el saber humano. Aprendió a leer y escribir y devoró los libros de la tienda de su padre, con especial interés en los de matemáticas. Cuando contaba seis años estalló la Guerra de Sucesión que dejó en una situación aun más delicada al negocio familiar.
Para su fortuna, sus ganas de aprender no pasaron inadvertidas para un joven académico, Juan González de Dios, que le tomó como pupilo y le enseñó latín. Tres años después ganó una beca para proseguir sus estudios en el Colegio Trilingue. Allí, Diego comenzó a mostrar los primeros comportamientos que se repetirían a lo largo de su errática juventud. Robaba comida de las despensas, faltaba a clase y se metía en peleas. Tanta mala fama llegó a tener que sus compañeros y profesores le apodaron 'Piel de diablo'. Cuando acabó sus estudios se marchó a Portugal para huir de ciertos problemas con la ley.
Viaje a Portugal
Solo y sin recursos, su vida portuguesa constituye uno de los puntos más reveladores de su autobiografía, en la que describe su juventud del siguiente modo: “Aprendí a bailar, a jugar la espada y la pelota, a torear, a hacer versos, abría puertas, falseaba llaves, vendía candados y no se escapaba de mis manos pared, puerta ni ventana donde no me pusiese en disposición de falsearla, romperla o escalarla”. El propio Diego de Torres indica que primero se estableció en Trasamontes dispuesto a redimir sus pecados con una vida de ermitaño. Sin embargo el escritor no estaba hecho para la soledad y pronto se marchó a Coímbra, donde se unió a una compañía de bailarines, oficio que alternó con el de curandero. Ávido de gloria militar, posteriormente se traslada a Oporto, donde se enrola en el ejército portugués, del que no tardó en desertar. La última etapa de su peripecia portuguesa fue en Lisboa. Allí se incorporó a una cuadrilla de toreros con la que regresó a España.
Su labor relacionada con el mundo paranormal le puso en el punto de mira de la Inquisición
En nuestro país continuó con su vida de pícaro. Mientras estudiaba medicina, investigó los secretos de la alquimia y la necromancia y se hizo cazador de duendes. Diego de Torres mentía “a borbollones”. Como hombre con cierta educación, confiaba solamente en la razón y decidió aprovecharse de la ignorancia de la gente para tratar de ganar algún dinero.
Cazador de duendes
Tras licenciarse en medicina, fue nombrado vicerrector de la Universidad de Ávila, pero sin explicación aparente se marchó a Madrid, donde pasó mucha hambre y solo logró sobrevivir bordando ropajes para un vendedor de la Puerta del Sol. Su fama como personaje extraño se iba acrecentando poco a poco y un día, según reveló, paseando por Madrid vino a verle un criado de la condesa de Arcos para solicitarle que investigase los hechos sobrenaturales que ocurrían en su palacio de la calle Fuencarral. Diego de Torres, totalmente convencido de que uno de los criados estaba gastando una broma a todos, apostó con sus amigos un real afirmando que resolvería el misterio. Se desplazó al palacio y allí pasó 11 noches sin pegar ojo, testigo de los inexplicables hechos que ocurrían: caída de grandes cuadros de las paredes sin mediación humana o sonido de cadenas que se arrastraban. Aterrorizado y avergonzado, acabó por confesar a la condesa que en el fenómeno había algo inexplicable y terminó por recomendarla que cambiara de domicilio, como finalmente hizo. La aristócrata, agradecida con su franqueza, le dio un sitio en su nuevo hogar, donde vivió dos años hasta que fue expulsado de la ciudad por el Real Consejo.
Fue pionero en España al dedicarse al estudio del fenómeno OVNI. En su obra Juicio y pronóstico del globo y tres columnas de fuego que se dejaron ver en el horizonte español recoge tres fenómenos lumínicos en el cielo que vio a lo largo de una década: uno en 1726, otro en 1730 y el último en 1737. Debido a que era astrónomo, conocía perfectamente el firmamento y sabía que las luces no eran meteoritos o cometas, sino un “prodigio” de origen desconocido.
El piscator de Salamanca
Todos estos trabajos que había ejercido no le habían hecho abandonar la peligrosa frontera de la pobreza. Su mayor fuente de recursos provino de la labor periodística. Fue uno de los primeros personajes en España que alcanzó a prever el potencial económico que tenía el negocio de la prensa. El diario que fundó, titulado “El piscator historial de Salamanca”, tenía contenidos de crónica social y almanaques proféticos sorprendentes por su índice de acierto. A principios de 1724 se atrevió a afirmar que el joven rey Luis I moriría en verano. Debido a la buena salud del monarca, la mayoría de sus lectores pensaron que simplemente era una bravuconada proveniente del estrafalario carácter de Diego de Torres. Sin embargo, ese verano el rey murió obligando a su padre a volver a tomar las riendas del Estado. Otro de sus grandes aciertos fue la profecía de la caída en desgracia del Marqués de Esquilache cuando era el ministro predilecto del rey Carlos III. Sin embargo, la más sorprendente es la siguiente:
"Cuando los mil contarás
con los trescientos doblados
y cincuenta duplicados,
con los nueve dieces más,
entonces, tú lo verás,
mísera Francia, te espera
tu calamidad postrera
con tu rey y tu delfín,
y tendrá entonces su fin
tu mayor gloria primera".
Realizando una sencilla operación matemática nos da un año, 1790 y un contexto, la Revolución Francesa. La predicción fue hecha 25 años antes, por lo que o Torres Villarroel tenía un olfato político muy fino o se hace difícil explicar cómo pudo acertar.
Mientras ejercía esta labor a medio caballo entre el periodismo y la adivinación, descubrió que el puesto de catedrático de matemáticas en la universidad salmantina estaba vacante desde hacía dos siglos. Decidió presentarse al puesto, aunque él mismo confesó en su autobiografía que sus conocimientos en el campo eran muy pobres, pero el nivel matemático en España era tan ínfimo que consiguió la cátedra sin problemas.
En 1745, arrepentido de su pecaminosa juventud, se ordenó sacerdote y llegó a ser presbítero en Salamanca
El escritor nunca se libró de las sospechas de la Inquisición. Sus conocimientos matemáticos y astronómicos, sus profecías, el rumor de que tenía sangre judía y la afilada crítica social que se publicaba en su diario pudieron haberle costado caro. Su fama y reconocimiento fueron lo que le salvó. Diego de Torres fue uno de los primeros ídolos de masas modernos y se cuenta que realizó el Camino de Santiago en 1750 rodeado de una cantidad ingente de seguidores y aduladores.
Trayectoria literaria
El enésimo oficio que Torres Villarroel desempeñó fue el de escritor. Siguiendo la corriente literaria de la picaresca, recopiló su propia vida y fue publicada bajo el kilométrico título Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del Doctor Don Diego de Torres Villarroel, catedrático de prima de matemáticas en la Universidad de Salamanca, escrita por él mismo. La trayectoria literaria del catedrático osciló entre lo serio y lo cómico, lo humano y lo divino. Recopiló vidas de santos, escribió tratados científicos como Anatomía de lo visible e invisible de ambas esferas y también publicó obras más populares como Visiones y visitas de Torres con D. Francisco de Quevedo por Madrid.
Tras jubilarse de su puesto de catedrático, siguió asistiendo a las reuniones del claustro. Incapaz de abandonar la actividad, se dedicó a administrar las posesiones del Duque de Alba en Salamanca. Tras pasarse toda su vida huyendo de la pobreza en sus últimos días logró reunir una fortuna ingresando, según afirmó, más de 1.000 pesos al año. No tuvo mucho tiempo para disfrutar de sus ganancias, pues en 1770 este escritor, sacerdote, curandero, bordador, torero, bailarín, cazador de duendes, ufólogo, catedrático de matemáticas, administrador, astrónomo, adivino y periodista moría a la avanzada edad de 76 años. Su diario publicó la siguiente cuarteta, perfecto reflejo de una vida tan estrafalaria como apasionante.
"Hoy tuvo ocaso en su Oriente
el gran Torres salmantino,
por sus obras aclamado
el Quevedo de este siglo".