Los beaterios eran comunidades medievales de mujeres semi-religiosas no vinculadas a órdenes religiosas y que tomaban votos de obediencia, pobreza y castidad, pero no de clausura, algo inusual en el siglo XIII.
“Beata”, procedente del latín, equivale a una persona feliz, dichosa, ya que deriva del verbo “beo” que significa “hacer feliz”. “Beguina”, por otro lado, viene del verbo alemán “beginnen”, que quiere decir “empezar”, así como del verbo inglés “to beg”, es decir, mendigar. Existe un gran contraste entre los lugares que utilizaban beguina en vez de beata, ya que, en esos casos, la connotación que se le daba al término era negativa, utilizándose hasta como un insulto o un término degradante.
Al no tomar el voto de clausura, las beatas o beguinas tenían permitido, según explica “La Regle des fins Amas”, o “La Regla de los auténticos amantes”, festejar y distraerse, así como salir del recinto del beaterio siempre que fueran con permiso de la superiora y portando hábito honrado, cubriéndose cabeza, espalda y pecho.
Sus actividades variaban según la zona en la que se encontraran, pero destacan sus labores de ayuda a pobres y enfermos, la oración, y distintas actividades que ayudaban al desarrollo económico de las regiones: desde trabajos en la industria textil hasta repostería, como en el caso de los beaterios de la ciudad de Rotterdam. Además, gracias a esta ausencia del voto de clausura y, por tanto, su capacidad de movilidad de las beatas fuera del beaterio, era probable que algunas de ellas abandonasen estas comunidades para casarse.
Por lo tanto, y aunque las beatas o beguinas dedicaban su tiempo a una vida religiosa y de ayuda a los demás, en muchos lugares se tenía una concepción negativa de ellas, sobre todo por parte de otros miembros de la institución eclesiástica. Un ejemplo de esto es las obras de El Conde Lucanor o El Corbacho del Arcipreste de Hita, en las que se identificaban a estas beatas con la hechicería y el pecado.
Los beaterios tenían un carácter espontáneo, autónomo y descentralizado de la propia jerarquía de la Iglesia. Esta independencia causó que en los beaterios surgieran tendencias y discursos fuera de la ortodoxia católica. Aparecieron voces discordantes como la de Margarita de Porete, que en su obra “El Espejo de las Almas Simples” defendía que cada persona debía desarrollar su propio sentir de la espiritualidad, alcanzando a Dios librándose de todo lo que sobra, incluyendo los evangelios y las escrituras. Este discurso tan atrevido causó que Margarita de Porete sufriera dos procesos inquisidores, acabando quemada en la hoguera el 1 de junio de 1310 por herejía.
Las beatas fueron una organización que, poco a poco, fue cayendo bajo la herejía. Desde el IV Concilio de Letrán, convocado por el papa Inocencio III en 1213, en el cual se prohibió la creación de nuevas órdenes religiosas, la institucionalización de los beaterios fue muy dificultosa, e incluso de frenó su expansión por Europa en el siglo XIV, manteniendo los beaterios de las zonas de origen en Países Bajos y Francia.
Al no tomar el voto de clausura, la Iglesia católica ejerció una gran presión sobre los beaterios; algunos de estos fueron incluidos en la Orden Tercera de franciscanos, dominicos y agustinos entre los siglos XIV y XV. Esto supuso una pérdida de autoridad de las beatas en la dirección y gestión de los beaterios. Más tarde, tras el Concilio de Trento, se impuso la clausura en los monasterios femeninos, para garantizar una mayor disciplina dentro de la Iglesia. Sin embargo, no todas las beatas aceptaron de buen grado el voto de clausura, ya que les impediría seguir con sus deberes para con los pobres y los enfermos.
Por otro lado, fuera de la institución eclesiástica, la sociedad bajomedieval otorgó apoyo a estas beatas que rechazaban la clausura, ya que la labor social que estas ejercían era muy valiosa en los pueblos y ciudades. Entre estos apoyos encontramos a personalidades muy influyentes como la reina Isabel de Castilla que, a través de varias cartas dirigidas a su tesorero, decidió otorgar una cantidad de dinero a una beata llamada Bictoria para la confección de prendas de lana para los pobres, y le concedía permiso a esas mujeres para desplazarse a otras zonas.
Los beaterios, según citan diversas fuentes, se convirtieron en un espacio de sociabilidad que permitió a estas mujeres desarrollar una conciencia individual y de grupo. Esto fue posible gracias a la autonomía que se les dio para poder conocer y estudiar la literatura religiosa. Esto pudo ser considerado como una amenaza y como una conducta no ortodoxa desde la institución de la Iglesia católica, lo que provocó, además de los aspectos ya mencionados, esas presiones y persecuciones de beatas o beguinas hasta finales del siglo XVI.