La taumaturgia, las artes mágicas chamánicas o los milagros obrados por santos eran inseparables de la vida social del siglo XVI. Ritos, visiones o profecías eran el pan de cada día desde la antigüedad, donde la sacralidad era sinónimo de influencia y poder, de orden, siempre según los intereses imperantes. Intereses que respondían mayoritariamente a los de las monarquías, los grandes señores y la Iglesia. En tiempos de zozobra religiosa o política, una de las grandes armas que usaban quienes ostentaban los puestos de mayor importancia era el miedo, y qué mayor miedo se puede implantar en el inconsciente colectivo que el del propio mal personificado: Satán, unido a sus huestes demoníacas.
Luchas de religión, persecución religiosa, caza de brujas… Una época convulsa. Pero todo no era simple temor, sino que había quienes iban más allá y estudiaban las causas o la posible naturaleza del mal. Muchos satanistas creían que el Diablo era un embaucador en toda regla. Un ser capaz de influir de tal manera a sus víctimas que perdían todo control sobre sus fantasías y sus deseos. De esta forma, se les podría eximir de responsabilidad en los casos de brujería que se denunciaban a diario. En esta corriente de pensamiento se insertaba nuestro hombre, Ioannes Wierus.
Antecedentes nigromantes
Juan Wiero, como se le conoció en nuestro país, vino al mundo en 1515 en la localidad holandesa de Grave, dominada entonces por los Habsburgo. Desde muy pequeño comenzó a estudiar latín, y no tardó en convertirse en discípulo de uno de los hombres más importantes desde el punto de vista intelectual de la Edad Media: Enrique Cornelio Agrippa de Nettersheim. A sus catorce años, Wier comenzó a aprender del filósofo, cabalista, médico o alquimista, entre otras cosas. Aunque también se le consideró nigromante. ¿Por qué se le acusó de tal cosa? Mayoritariamente, se debió a las doctrinas que planteó en su libro más famoso y a la vez polémico, De Occulta Philosophia.
La obra está dividida en tres tratados. Cada una de sus partes está dedicada a las parcelas en las que el autor dividía el Universo: elemental, celeste e intelectual. La conclusión a la que se llegaba era que el ser humano era en su conjunto un demiurgo, pero de forma reducida. Era el propio Cosmos y su relación con la Tierra y la Naturaleza lo que permitía a quienes entendieran estas sutiles conexiones cierta capacidad de manipulación de las cosas en este mundo. Dios gobierna, pero sus servidores ejecutan – ya sean magos o demonios, pues según Agrippa ellos también sirven, a su manera, al Creador –. Así, todo el que accediera a estos secretos podría ser un demiurgo, dentro de un Universo que está perfectamente estructurado, siendo todo parte del Alma. El resultado es un pensamiento donde se dan cita la Alquimia, la Demonología, la Cábala o la Magia, entre otras.
Cornelio mostraba la estructura del Universo según su propio entendimiento: elemental, celeste e intelectual, en sentido ascendente. Pues bien, viajando a través de su libro más famoso se llega sin remedio a su tercera parte, donde su autor se puso un objetivo ambicioso: resumir las claves que podrían ayudar a ascender a través de esta escala hasta llegar al propio Dios.
Con estos antecedentes, es lógico que un día también se acusara al propio Wier de nigromante. Antes de eso estudió junto a Agrippa, para luego continuar su formación abrazando la medicina en París y Orleans. Ejerció su profesión en su Grave natal, y después en Arnhem en 1545. Su labor llamó la atención de Guillermo I de Cléveris, que reclamó los servicios de Johannes en 1150, labor que le ocuparía hasta 1578, diez años antes de su muerte. Fue precisamente en esta etapa de su vida en la corte Cléveris cuando desarrolló su pensamiento hacia el Diablo y las brujas, destacando su obra Pseudomonarchia Daemonum.
La mente brujeril según Wier
Su etapa previa a la labor en la corte de Guillermo I de Cléveris como médico sirvió para que Wier tomara contacto directo con la nigromancia y la demonología. Ocurrió en 1548, durante su estancia en Arnhem, cuando tuvo que acudir como experto a un proceso contra un adivino acusado de hechicería. En este caso tuvo que hacer frente a sus propias ideas. Y es que este hombre tenía una cosa clara: el poder del Diablo le permitía manejar la imaginación de sus víctimas.
Satán usaba al nigromante y a la bruja como herramienta para acceder al mundo. Las artes supuestamente mágicas de los oficiantes de ritos oscuros se apoyaban en efectos ópticos y sonoros que favorecían la eficacia de estos actos, y a su vez la extensión de la histeria que llevó a las infames cacerías. Como embustero y hábil timador, Satán usaba a sus demonios y a los pobres infelices que se cruzaban en su camino mediante un teatro infernal que representaba a la perfección. De esta forma, los oficiantes de los rituales no eran culpables de sus actos.
Nadó a contracorriente, incluso contra el mismísimo Malleus Maleficarum, el terrible manual ideado por Kramer y Sprenger que los inquisidores apoyaron hasta sus ultimas consecuencias. Posicionarse en contra de las leyes contra la brujería le valieron la acusación de nigromante, una acusación muy grave que casi le llevó a ser perseguido. Por ejemplo, Martín del Río hizo de Johannes un seguidor del Diablo en su Disquisitionum Magicarum, y sus obras acabaron en el Índice de Libros Prohibidos. Pero por suerte para Wier, la corte de Cléveris le protegió bien.
Fue allí donde escribió sus obras más importantes sobre demonología y brujería: De Praestigiis Daemonun (1563), Pseudomonarchia Daemonum (1577) y De Lamiis Liber (1577). El segundo de ellos es el más conocido y en él señala que su fuente principal fue el Libro de los oficios de los espíritus, o libro llamado Empto. Slomón, sobre los príncipes y los reyes de los demonios, una relación de los nombre demoníacos y los procesos de invocación de los mismos. En este libro cita a sesenta y nueve demonios, con detalles de sus atributos.
Hay quienes señalan que Wier se basó también en el Livre des Esperitz – el Libro de los Espíritus –, un anónimo francés del propio siglo XVI donde se hace inventario de cuarenta y seis demonios, de los cuales treinta y cinco también están en la Pseudomonarchia. Más allá de estos detalles, nadie conoce a ciencia cierta si esta influencia es tal. Lo que sí es posible saber es que, a pesar de que reconocía la existencia de fuerzas oscuras que operaban sobre las mentes y los cuerpos de las personas, Johann Wier estaba en contra de las cacerías que se desataron por toda Europa, y por supuesto no aprobaba las artes de los inquisidores y los magistrados que dictaban sentencias tan crueles hacia la ida humana. Dentro de un mundo tan supersticioso como el que le tocó vivir, Wier intentó poner un poco de orden en tanta sinrazón, lucha que mantuvo hasta su muerte, acaecida en Teklenburg, Renania del Norte, en 1588.