En 1817 el barón alemán Karl Drais inventó un artefacto de propulsión humana, sin pedales aún (estos los incorporará el escocés Kirkpatrick Macmillan en el año 1839), al que llamó Laufmaschine o máquina andante, que pronto se comercializa con el nombre de Draisiana en honor de su inventor.
Llegó a contar con modelos diseñados exclusivamente para mujeres desde el principio, como el llamado Ladies Hobby Horse, fabricado entre 1818/1819. Este artefacto aún necesitó “andar” mucho camino para convertirse en un velocípedo, pero se hizo tan popular, que poco pudo imaginar el barón que con él las mujeres decimonónicas iban a conseguir poner en marcha sus anhelos de libertad e igualdad tantos siglos negados.
Hacia el tercer cuarto del siglo XIX, el velocípedo era ya muy parecido al que conocemos ahora como bicicleta y se había popularizado de tal manera que se editaron hasta revistas especializadas, como la francesa Le Vélocipède Ilustré, que en la portada de su primera edición ya exhibía a una mujer en bicicleta como símbolo de progreso. En España, el equivalente fue El deporte Velocipédico (1895).
En 1896 los hermanos Wright, de Dayton (Ohio), antes de dedicarse a la aviación, crearon un modelo de bicicleta especial para mujeres, la Van Cleve for woman (sin el travesaño central que permitía a las mujeres montar sin alzar la pierna), y se desató la locura.
Pero ¿de qué forma contribuyó este vehículo a la emancipación de la mujer? Para empezar, la bicicleta ofrecía a las mujeres un medio de transporte seguro e independiente, así como un elemento de ocio más allá del encorsetado paseo vigilado. Y, además, su utilización continuada propició hasta la evolución de la indumentaria femenina, eliminando el corsé en la mayoría de los casos, y dando lugar a la utilización de falda-pantalón, más cómoda, y los pantalones bombachos o bloomers, una prenda femenina inventada por otra defensora de los derechos de la mujer, la neoyorquina Amelia Bloomer (1818-1894):
“La vestimenta de las mujeres debería adaptarse a sus deseos y necesidades. Debería procurar, a la vez, su salud, confort y utilidad; y, aunque tampoco debería dejar de procurar su embellecimiento personal, debería darle una importancia secundaria.”
No es que el solo uso de la bicicleta produjese una suerte de revelación mujeril, no. En realidad, las reclamaciones de igualdad de sexos y las acciones por la equiparación de derechos entre el hombre y la mujer, empezaron con la Revolución francesa de 1789, considerado como el punto fundacional de las reivindicaciones femeninas. Así que, la bicicleta vino a sumarse a toda una serie de acciones que ya estaban llevando a cabo las mujeres, al menos, desde finales del siglo XVIII. La bicicleta fue el último de los emblemas de todo un siglo de reivindicaciones femeninas. La Convención de Seneca Falls (Nueva York) del año 1848, la primera convención celebrada por los derechos de la mujer en los Estados Unidos, está considerada como uno de los puntos clave en la evolución del feminismo y, para entonces, las mujeres utilizaban ya con soltura sus bicicletas para desplazarse.
El incremento de la educación, la incorporación de la mujer a las sociedades filantrópicas y de carácter masónico, la aparición de prensa específicamente femenina, el auge de la lectura y la escritura… así como la industrialización y la incorporación de la mujer al trabajo fabril, contribuyeron sobremanera al afianzamiento de las reclamaciones femeninas. Igualmente, la introducción en la misma sociedad decimonónica de ideologías marxistas: “Quienes no se mueven no notan sus cadenas”, diría más adelante Rosa Luxemburgo. Pues bien, las mujeres llevaban ya tiempo moviéndose y descubrieron la bicicleta. Para las mujeres supuso todo un instrumento de libertad.
Hacia 1890, la “Nueva Mujer”, término popularizado por las sufragistas, tenía en Annie “Londonderry” Cohen (1870-1947) su exponente más evidente (de hecho, el escritor Henry James la calificó así) y referente de libertad para muchas mujeres. Annie fue una periodista y aventurera neoyorquina que se convirtió, por mor de una apuesta, en la primera mujer en dar la vuelta al mundo en bicicleta. A bordo de una bicicleta Columbia que promocionaba el “agua Londonderry”, partió de Boston en octubre de 1895 y completó su hazaña en 15 meses, recorriendo buen parte de Norteamérica (Nueva York, Chicago, San Francisco, Los Ángeles, Denver…) además de Francia, Egipto, Jerusalén, Sri Lanka, Yemen o Singapur.
Pero no fue un camino fácil. Muchos médicos y moralistas clamaron contra esa afición femenina alegando que el cuerpo de la mujer no podría soportar el ejercicio físico que suponía montar en bicicleta, además de otras “lindezas”, como que la mujer sudaba indecentemente, que se despeinaba y resultaba poco femenina, que el uso continuado de la bicicleta podría producir abortos o esterilizaciones e, incluso, provocar una excitación sexual innecesaria... Se consideraba que todo lo que apartase a la mujer de su labor de madre y esposa modélica era peligroso además de pecaminoso. Así que, la bicicleta y la indumentaria adoptada por las mujeres, pasaron a ser también objeto de crítica de moralistas puritanos.
“Además, por su género de vida y por la clase de sus ocupaciones, rara vez se ve obligada a rendir trabajos cerebrales sostenidos, que son los que con mayor urgencia y premiosidad indican la prescripción de ejercicios físicos para restablecer la armonía tan necesaria entre los músculos y el cerebro."
”El Velocípedo, sus aplicaciones higiénicas y terapéuticas" (1893), por el Dr. José Codina Castellví (1867-1934).
Pero fue gracias a la bicicleta, a la constancia emancipadora femenina y a la labor de mujeres luchadoras, como las ya mencionadas o como también la activista norteamericana Susan Brownell Anthony (1820-1906), para quien “La bicicleta ha hecho más por emancipar a las mujeres que cualquier otra cosa en el mundo”, fue así, decía, como el feminismo se abrió camino en un difícil mundo masculino.
El ciclismo femenino de competición también nace en las mismas épocas en los EE.UU., con varias pruebas, tanto deportivas como de exhibición, celebradas por todo el país. En 1895, en el Madison Square Garden II, se ofreció una carrera de seis días en bicicleta para damas.
En Francia, en Burdeos, existe ya una carrera ciclista femenina en una fecha tan temprana como 1868; y en Inglaterra, en 1889, se lleva a cabo una carrera para damas llamada “las veinte horas” en bicicleta, a razón de cuatro horas diarias durante cinco días. En España, en 1897, se celebró una carrera ciclista para señoritas con un premio de 200 pesetas para la ganadora. En 1935, al tiempo que nacía la Vuelta ciclista a España, se organizan carreras ciclistas femeninas que fueron suspendidas al año siguiente con la Guerra Civil y la moralina franquista. No volverá a celebrarse una carrera ciclista femenina en España hasta 1974.
La primera gran prueba ciclista femenina por etapas se celebró en 1955 con el Tour de Francia femenino, aunque la segunda edición tardó en disputarse, concretamente hasta 1984. El primer Campeonato del Mundo femenino de ciclismo en ruta, considerado como la primera prueba ciclista femenina de importancia, tuvo lugar al año siguiente, en 1958. Sin embargo, la mujer no compitió en ciclismo en unos JJOO hasta la edición de Los Ángeles de 1984, con una participación femenina en Ciclismo en Ruta (no en pista). Casi noventa años después de la gesta de Annie Londonderry...
-FUENTES: Wikipedia; Pinterest; Mujeres en la Historia; La Mujer y la Bicicleta en el Siglo XIX (2013-2014), Rosa Mª Sáez García; El Velocípedo, sus aplicaciones higiénicas y terapéuticas (1893), José Codina Castellví; Damas en Bicicleta. Como vestir y normas de comportamiento (2014), original de F.J. Erskine (1897), Traducción de José C. Vales, Madrid: Editorial Impedimenta.