Fue el eje central de la política de Akhenatón, el faraón hereje de Amarna. El faraón de la dinastía XVIII que desató toda una “damnatio memoriae” contra su figura en la antigüedad, en la que sus sucesores – sobre todo Horemheb – decidieron borrar todo rastro de su existencia. Pero todo tenía un en los lagos de Zarw – donde nació Amenhotep IV – o en Gosen, lugares en los que el futuro mandatario residiría durante su infancia y donde se educó, siempre a caballo entre estos lugares y otros como Heliópolis o Tebas. De hecho, en Heliópolis tenía un tío materno, hermano de su madre Tiy, que era alto sacerdote de Ra en el templo dedicado al mismo. Si entabló contacto con la religión en ambos templos (Zarw y Heliópolis), puede que podamos entender mejor cómo se desarrollaron sus ideas religiosas.

Ra era también un dios solar, dios del cielo y origen de la vida. En la antigüedad había multitud de dioses solares, pero llegó un momento en que este Ra se convirtió en el dios preeminente, siendo tomado por los faraones como figura principal del panteón, como luego ocurriría con Amón. Ambos formaron un binomio conocido como Amón-Ra, un sincretismo divino que era usado con bastante asiduidad dentro de la mitología del país del Nilo. En su caso, Ra nació de Nun, las aguas primordiales. Un buen día, Nun puso un huevo del que surgió Ra, heredero del poder creador de su madre, quien le creo a partir de la nada. ¿Qué es lo primero que hizo el recién nacido dios? Crear el Sol bajo tres formas: Khepri, Ra y Atum, que correspondían con el amanecer, el mediodía y el anochecer. Este carácter de disco solar asociado al atardecer de Atum – el Atón de los periodos posteriores – quizá fuera el motivo por el que se le asoció al sabio y culto Thot en su versión nocturna. Dado su poder para transformarse en lo que le viniera en gana, se convirtió en el primer faraón una vez que hubo dado forma al cielo, la tierra y a Egipto.

El Atum que simbolizaba a Ra en el atardecer también formaba parte de la enéada heliopolitana, cosmogonía que fue concebida por el clero de Heliópolis. Era hijo de Nun, el océano primordial. Aunque quizá 'hijo' no es el término correcto, ya que nació de sus propias emanaciones. Hay versiones que dicen que brotó de sus propias lágrimas, otras de su sudor, o su saliva. En todo caso, nació con la capacidad de dar forma a lo que quisiera. Usó su propia conciencia para dar vida al resto de los dioses.

La política de algunos de los faraones de la XVIII dinastía los llevó a acercarse a algunas divinidades antiguas, alejadas de los grandes centros de culto. El ejemplo más cercano a Amenhotep IV fue su propio padre, Amenhotep III, cuyo barco de paseo se llamaba “Rayos de Atón”. Amenhotep IV pudo comenzar a concebir los importantes cambios que se avecinaban observando los pequeños gestos de su padre. De hecho, hay investigadores que le señalan como uno de los principales culpables de las futuras acciones de su hijo. Un mentor que le alentaba a acudir a los templos solares de Atón y Ra para aprender doctrinas que se alejaban de las dictadas por el clero de Amón, que se alzó con la expulsión de los hicsos de Egipto en los inicios de la XVIII dinastía.

La evolución de un dios

Akhenatón, bajo la forma de esfinge, ante el disco solar que representa a Atón. Fuente: Creative Commons.

 

El templo de Atón en Zarw, la ciudad natal de Akhenatón, pudo moldear la mente del pequeño, que tiempo después asumiría como suya la misión de hacer a aquel ser un símbolo nacional. El faraón, en su primer jubileo, solo contó con Atón como divinidad con acceso a los rituales. Tras ello, abolió el culto al resto de dioses. Perdió el título de jefe sacerdotal y encargado máximo de los templos. Su acercamiento a lo que hoy todos entendemos como monoteísmo le llevó a perseguir todo lo que tuviera que ver con Amón, el dios solar cuyos representantes habían causado tantos estragos desde hace años. No se conformó con restarles importancia, sino que trató de borrar toda huella de ese ser que, según pensaba Akhenatón, trataba de suplantar a su amado Atón. Mandó a miles de funcionarios a cada rincón del país, con la misión de borrar el nombre de Amón de cada monumento o tumba que les saliera al paso.

El siguiente paso fue hacer lo propio con todo el panteón restante. Inscripciones, monumentos y templos de toda condición sufrieron una tremenda persecución. El calado de esta reforma fue inmenso. La sociedad egipcia adoraba a sus dioses, arraigados desde hace cientos e incluso miles de años. La oposición no se hizo esperar. Las protestas debieron extenderse cuando los ciudadanos asistieron impotentes a las visitas de los funcionarios y policía del rey. El ejército se mantenía firme, aunque se debatía entre el deber y la convicción, pues lógicamente también debían sentirse atacados en sus creencias más profundas. Este ataque sin precedentes a lo establecido se vería frenado pasados unos pocos años.

El origen de Atón origen puede rastrearse hasta los tiempos antiguos, con ejemplos como la eneada heliopolitana. Pero Akhenatón supo dotarle de nuevos elementos, afines a su modo de interpretar los conocimientos que asimiló en su infancia. Vean de modo esquemático la evolución que se vivió en el culto al dios durante el reinado del hereje:

 

- Año 1 de reinado: Akhenatón se consideraba a sí mismo una especie de mensajero de la voluntad del ser supremo entre los humanos. Se autodenominaba “el primer profeta” de Atón, representado como un ser antropomorfo con cabeza de halcón y que era coronado con el disco solar. Esta primera versión ya es considerada por el personaje como un verdadero ser celeste que gobernaba con una potestad mayor que la de cualquier persona. Por esta similitud, su nombre se podía ver dentro de dos cartuchos, a la manera de los faraones.

- Años 4-5 de reinado: La corregencia con Amenhotep III avanzaba, y con ella las ideas sobre el dios, ya respaldadas por una parte de la nobleza y la familia de Akhenatón. Como profeta de Atón, el aun conocido como Amenhotep IV era el único capaz de comunicarse con él. Era considerado como la mayor potencia del universo, motor de la vida que surge en cada rincón. Sus rayos logran con cada nuevo día que brote la existencia. El arte del estilo de Amarna – capital construida por el hereje en honor a Atón – nos muestra como Akhenatón y Nefertiti reciben los rayos del disco solar en sus manos. Sobre la mano del rey se podía ver en ocasiones el ankh, símbolo de la vida. Los rayos de Atón acababan en ese ankh, como símbolo del carácter creador del Sol.

- Años 6-8 de reinado: La familia real se traslada a Amarna, donde Akhetatón – el otro nombre de la nueva capital – se sigue levantando a pasos agigantados. Las estelas que sirven de perímetro de la ciudad ya están en su lugar, y se celebran fiestas en honor a Atón. En este contexto recibe un nuevo título, el “celebrador de jubileos”. Cada celebración o edificio consagrado a la inmortalidad se dedica a él, borrándose el rastro del resto de dioses.

- Años 9-17 de reinado: El faraón aun encontraba rastros panteístas en las características que definían a Atón. Por ello, procedió a eliminarlos. ¿Cómo lo hizo? Suprimiendo totalmente de entre sus denominaciones y representaciones signos antropomórficos. No debía haber nada que le asemejara a los antiguos dioses, que solían ser imaginados con aspectos humanos. Su propio nombre cambió para ser ahora conocido como “Ra, señor vivo del horizonte, en su nombre, de la luz que está en el Atón”.

A los pocos años llegaría el fin. Nefertiti desapareció, al igual que Akhenatón. ¿Fueron asesinados? ¿O huyeron de su terrible destino y se exiliaron? No hay nada claro al respecto. Solo las acciones de los faraones posteriores. Tutankhamón, Smenker, Ay y Horemheb restablecieron el culto a los antiguos dioses, y este último monarca se dedicó en cuerpo y alma a borrar todo rastro de Atón y su valedor, al que solo conocimos siglos después. Su historia fue la de todo un rebelde, que un buen día tuvo una revelación, y que llevó a su dios particular a lo más alto del panteón de los panteones.

 

Fuentes:

- BALZANO, Ondina. Akenatón: el faraón iluminado, Editorial Grupal, 2006.

- FILKENSTEIN, Israel y ASHER SILBERMAN, Neil. La Biblia desenterrada, Siglo XXI de España Editores S. A., 2003.

- JACQ, Christian. Nefertiti y Akenatón. La pareja solar, Ediciones Martínez Roca S. A., 1992.

- GREENBERG, Gary. 101 mitos de la Biblia, Ed. Océano, 2002.

- JOHNSON, Paul. La historia de los judíos, Zeta Bolsillo, 2010.