Sin embargo, durante el período medieval la cuestión sexual no se encontraba censurada, sino que era concebida como algo natural. De hecho, incluso la Iglesia llevaba a cabo tratados sobre este mismo.

Pero, en un primer momento, el sexo, así como la sexualidad estaban condenados por el cristianismo. Esta circunstancia iba a sufrirla en mayor medida la mujer del medievo, pues, como en muchos otros ámbitos se hallaba en una posición inferior a la de su análogo, el hombre. Y, precisamente la Iglesia cristiana iba a potenciar esta concepción difamadora y contraria al sexo femenino.

En cuanto a las fuentes empleadas, Pilar Cabanes, en su artículo “El deseo femenino a la luz de algunas composiciones literarias medievales” denuncia la ausencia de estudios realizados por mujeres, puesto que los análisis elaborados por hombres muestran una noción del sexo, concretamente del deseo sexual, totalmente sesgada.

Esto ha dado lugar a una visión de la realidad de las mujeres falsa, tergiversada, producto de lo que Cristina Segura, autora del ensayo “La sociedad y la Iglesia ante los pecados de las mujeres en la Edad Media”, denomina “razón patriarcal”, creadora de la figura de Eva, quien, al comer la fruta prohibida, según la Biblia, es castigada y relegada al ámbito doméstico.

Mientras, el hombre recibiría también una sanción debido al pecado cometido por Eva: dedicaría sus mayores esfuerzos a trabajar el resto de su vida, por lo que el entorno de lo público quedaría copado única y exclusivamente por hombres. Como resultado, una división del trabajo quedaría establecida en función del género.

“Estas composiciones no son un reflejo del deseo de la mujer en la Edad Media; sino más bien de las creencias, las obsesiones, los temores, de los hombres de este período histórico”, asegura Pilar Cabanes.

Esta autora escoge las cantigas de escarnio y maldecir gallego-portuguesas para poder visibilizar la imagen que de la sexualidad principalmente femenina se tenía en época medieval. Imagen siempre creada mediante interpretaciones masculinas.

Por otro lado, Cristina Segura se basa en una serie de documentos religiosos medievales de gran rigor, como los penitenciales, catecismos y normativa conciliar. Esta escritora va a centrarse en un primer momento en la concepción del pecado mediante su clasificación en diversas categorías, una de las cuales hace referencia a los “desórdenes sexuales”. Además, lo define como una “transgresión del orden social establecido”, por lo que los pecados también influyen a nivel social.

Asimismo, manifiesta la diferencia existente entre los pecados masculinos, vinculados al ámbito público (oficios, propiedades, etc.) y femeninos, relacionados con el ámbito privado, doméstico, como la lujuria. Esta misma, uno de los siete pecados capitales, comentada por ambas autoras, da lugar a la insaciabilidad sexual que se le atribuye a la figura femenina (hipersexualidad). Ese deseo enfermizo, avidez sexual o ardiente sexualidad que da lugar a prácticas tan perversas como la ninfomanía o el incesto.

Cristina Segura señala que “La lujuria es sin duda el pecado más grave y más frecuente” […]. Este es un pecado donde la participación femenina es grande”.

Por otra parte, estas dos escritoras hacen referencia a la existencia de dos tipos de mujer totalmente antagónicas: Eva o la mujer “mala” (pecadora) y María o la esposa y madre. La primera de estas mujeres, Eva, representaría la imagen que de la mujer ha sido transmitida, tanto por el género literario como por la iglesia cristiana. Se caracteriza por esa “fogosa sexualidad” y rebeldía que menciona Cristina Segura, así como por ser sensual, exigente o revuelta, como declara Pilar Cabanes.

Otros pecados que se asimilan a Eva son la avaricia, pereza, incesto, adulterio o infidelidad, fornicación, aborto o utilización de anticonceptivos, tendencia a la prostitución o a la hechicería. En definitiva, la mujer se encuentra vinculada al pecado original.

Edad Media: un período contradictorio en cuanto a la prostitución Fuente: RedHistoria

En cuanto a la imagen de aquella mujer ideal, según la mentalidad medieval debe tratarse de una mujer pasiva, creada con el principal objetivo de hacer feliz al hombre, ya que se trata de un ser inferior. A su vez, debe evitar uno de los principales pecados que se le atribuye a la efigie femenina: la incitación al hombre para consumar el acto sexual, lo que convierte al varón en pecador.

Esta concepción que de la mujer tenía el cristianismo fue transmitida a la religión islámica, la cual, en un principio decretaba la igualdad entre hombres y mujeres, si bien acaba promulgando la inferioridad de estas últimas. Anteriormente, en el Corán, tanto Eva como Adán son víctimas del diablo, pero en la religión cristiana, Eva es el propio demonio, ya que es quien tienta a Adán al pecado.

Como corrobora Cristina Segura, “Las mujeres son seres inferiores que incitan al hombre al pecado”. Esta sentencia conforma uno de los principios que dominan en la sociedad medieval.

Finalmente, respecto a la caracterización de la mujer, se la representa como un ser débil, incapaz de someter a sus progenitores, con menor capacidad intelectual que el varón, sin derechos ni responsabilidades. En resumen, queda relegada a un segundo plano y su pasividad es la mayor de sus virtudes, pues debe limitarse a recibir y aceptar, así como a favorecer la felicidad del varón, aquel ser humano dominante y superior a la mujer.

En definitiva, las apreciaciones manifestadas por estas dos autoras contemporáneas muestran una imagen que de la mujer se tenía en la Edad Media en la mayor parte de lugares en los que imperaba la religión cristiana, la cual menospreciaba a la mujer en favor del hombre, a quien siempre situaba un paso por delante.

Fuentes:

CABANES JIMÉNEZ, P.: El deseo femenino a la luz de algunas composiciones literarias medievales. (Cádiz, Lemir, 2005).

SEGURA GRAIÑO, C.: La sociedad y la Iglesia ante los pecados de las mujeres en la Edad Media. (Madrid, Anales de la Historia del Arte, 1994)