¿Cuántas veces hemos oído en nuestra infancia las mágicas palabras "érase una vez..."? Suponen, como sabrán, el inicio de incontables historias con las que nuestros padres, abuelos o profesores pretendían entretenernos, o enseñarnos algo que entendían como importante. Cuando nos adentramos en todos esos cuentos, nos estamos remontando a épocas pasadas, tiempos en los que los seres humanos eran verdaderamente capaces de entender la naturaleza y el lenguaje de la vida. Animales y plantas eran capaces de hablar, y los dioses no eran algo ajeno a la vida cotidiana. En definitiva, esas palabras nos llevan hasta lo que el genial Jesús Callejo llama 'Tiempo de los Sueños'.

El simbolismo propio de los cuentos deja claro que estamos en el pasado, lugar en el que cada niño se adentra sin ningún tipo de prejuicio ni expectativa, listo para sorprenderse. No hay más límite que la imaginación de cada individuo pues, como en los sueños, nada es imposible dentro de un cuento. Dentro de cada narración se pueden encontrar a seres que hoy se entienden como benévolos o malévolos, como por ejemplo hadas u ogros, solo por nombrar a un par de ellos. Los pequeños que oyen estas historias a veces desarrollan miedos hacia ciertos personajes, sobre todo por el hecho de que algunos de ellos se comen a otras personas o especialmente a otros niños. Este aspecto crudo de los cuentos populares fue muy criticado durante un tiempo, tanto como llegarse a debatir su prohibición por ser poco instructivos.

Craso error, pues estos cuentos de la tradición oral suelen tener –casi siempre– un final feliz. El ogro, un antagonista típico en el relato oral, podría ser una versión infantil del monstruo iniciático, una barrera que hay que superar para alcanzar un nuevo nivel de maduración. La prueba es mayoritariamente superada por los protagonistas de los cuentos, y además de manera bastante sencilla.

La situación se vuelve especial cuando tratamos con otro ser que ha sido deformado para causar temor a los niños de manera premeditada. Estamos hablando del lobo. Como animal salvaje, antiguamente vagaba en grupos bastante grandes por los montes y bosques, ajenos al miedo natural que despertaba entre las personas, que inventaron historias para que los niños no se acercaran a ellos y canciones para ahuyentar a estas fieras. Esto fue así hasta que un buen día, a finales del siglo XVII, el académico francés Charles Perrault compiló una serie de cuentos bajo el título de Historias y relatos de antaño –que iba destinado a Versalles, cuya corte gustaba de oír relatos como éstos–, dentro de los cuales se hallaba uno verdaderamente especial: Caperucita Roja.

En 1697, los lectores de esta historia se dieron cuenta de algo bastante llamativo: el cuento acababa mal. ¿Recuerdan aquellos de "abuela, qué dientes tan grandes tienes" y la respuesta aquella de "son para comete mejor"? Pues las siguientes palabras son las que cerraban el cuento original: "Y diciendo esas palabras el malvado lobo se echó sobre Caperucita Roja y se la comió". ¿Cuál fue la moraleja de Perrault? La dedicó a las jovencitas, y decía así: "...a las jóvenes doncellas de lo peligroso que resulta hablar con ciertos lobos complacientes y suaves que siguen a las tiernas doncellas hasta las casas y las callejuelas. ¡Y ay de quien no sabe que estos melosos lobos son, entre todos los lobos, los más peligrosos!".

El lobo engaña a Caperucita disfrazándose de la abuela | Ilustración: Gustave Doré

Punto final. La historia no prosigue. El lobo logró cumplir con su objetivo, comerse a la niña. Previamente ya había devorado a la abuela, así que el botín fue doble. De hecho, Perrault obvió algunos detalles más cruentos aun, pues algunas versiones hacían que Caperucita comiera carne y bebiera sangre procedente de su abuela antes de ser devorada por el lobo. Ahora es el momento de hacer una pregunta a los lectores. ¿Recuerdan así el cuento? Probablemente no, sino que seguramente hayan oído una versión más suave. El perfecto ejemplo del efecto Caperucita, la infantilización de cuentos orales que eliminan detalles escabrosos y logran que el protagonista siempre salga vencedor, humillando al ser imaginario que pretende hacer daño. Los hermanos Grimm fueron de los primeros que cambiaron el final de este cuento y eliminaron sus connotaciones negativas, sobre todo las sexuales que Perrault dejó claras en su moraleja.

El siglo XIX supuso un antes y un después en la forma de entender el relato oral posteriormente compilado en libros de cuentos infantiles. ¿Por qué? Porque se le dio un nuevo enfoque: se convirtió en instrumento educativo. Su forma original se perdió parcialmente, en lo que es a todas luces un paso atrás que no se quedó ahí, pues en nuestros días se ha dado incluso un pasó más allá en este fenómeno. Sería, según se denomina hoy en día, cuento políticamente correcto. Volvamos a Caperucita Roja para ver un ejemplo bastante esclarecedor, a la par que absurdo: "No sé si sabes, querida – dijo el lobo –, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques".

Respondió Caperucita: "Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial, en tu caso propia y globalmente válida, que la angustia de tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino".

Visto esto, se puede reflexionar lo siguiente. ¿Hasta qué punto es correcto alterar un cuento para que se adapte a nuestros tiempos? ¿Hasta qué punto es justo moldear una historia hacia lo que queremos oír? Este fenómeno se globaliza, consiguiendo que se pierda la verdadera esencia de la tradición oral, la misma que conectaba a los humanos con la vida natural y con ese Tiempo de los Sueños que se comentaba al principio. Habrá que seguir recurriendo a estas herramientas mágicas, pues en ellas se encuentra la verdadera esencia folklórica que el mundo globalizado pretende dejar atrás.

Fuentes: 

- Callejo Cabo, Jesús. Los dueños de los sueños. Ogros, cocos y otros seres oscuros, Ediciones Martínez Roa, 1998.

- Propp, Vladimir. Las raíces históricas del cuento, Editorial Fundamentos, 1987.