La tradición patrística que dio lugar a las grandes religiones monoteístas –judaísmo, cristianismo e islamismo– se basa, a grandes rasgos, en las diferentes interpretaciones de las relaciones entre los seres humanos y su creador, Dios. Los judíos basan su vida en la Ley y en el Pentateuco, sobre todo. El Antiguo Testamento es la base donde sustentan su fe. Para el cristianismo, en cambio, el Nuevo Testamento supone la superación de la vieja tradición, sustentada ahora en Cristo y su muerte redentora. El Islam, por su parte, dio un paso más. El último gran profeta fue Mahoma, a quien el arcángel Gabriel le reveló el contenido del Corán hacia el año 610 de nuestra era moderna.

¿Cuáles son los principios básicos del Corán, ese libro tan desconocido para millones de personas? El monoteísmo estricto y la sumisión a Dios son los pilares básicos de la fe promulgada por Mahoma. Al igual que en las otras dos grandes religiones monoteístas, el mal es algo inherente a la vida. Eso sí, este mal es permitido por Dios, ya que no se concibe que nada escape a su voluntad. Omnipotente y omnisciente, Dios determina todo lo que ocurre en este universo nuestro. Según el Corán, el alma humana se inclina al mal, y no existe un pecado original como el que se describe en el Génesis. Aun así, el Diablo fue creado por Dios, que además permitió y permite que campe a sus anchas y haga lo que se le antoje, pues todo forma parte de su plan divino. No hay dualismo, a la manera que se desarrolló en el cristianismo durante la Edad Media, pues el Diablo no disfruta de una existencia independiente a la de su creador.

¿Cómo es conocido a nuestro temido amigo en el Islam? Desde luego, no como Lucifer. En el marco de esta religión recibe dos nombres distintos, pero que hacen alusión a la misma entidad. Uno es Iblís –derivado probablemente del griego diabolos, aunque hay quienes defienden que Mahoma aprendió el término de cristianos que hablaban arameo–, que es mencionado hasta en nueve ocasiones en el Corán. El otro nombre propio que recibe este ente es Shaytan, que aparece bastante más que Iblís, casi siempre relacionado con temas relacionados con la seducción y la tentación humana. Por ello, hay quienes argumentaron que se usó el nombre propio Iblis para describir al Diablo en su relación con Dios y el de Shaytan para su conexión con el ser humano.

Este segundo nombre del Satán islámico aparece a veces en plural bajo el término shayatin, una especie de equivalente de los demonios cristianos, aunque también existía en tiempos preislámicos, asociados a los djinn, espíritus malvados que atormentan a los seres humanos. De hecho, es posible que Iblis o Shaytan sea un djinn, ya que el Corán no deja del todo clara su verdadera naturaleza. El sura 18.50 dice: “Él era uno de los djinn, y quebrantó la orden de su Señor”.

Esta cuestión del rango ontológico comparativo entre ángeles, djinn y seres humanos es otra cuestión interesante. Los djinn eran espíritus inferiores, una especie de daimones –espíritus de la naturaleza, preexistentes en el mundo antes de la llegada de nuestra especie, cuya tradición fue desarrollada en el mundo grecorromano– en versión oriental. En la antigüedad se asociaban a cuevas o tumbas, aludiendo a su naturaleza inferior. De hecho, Alá los hizo inferiores a los ángeles y, por supuesto, a los seres humanos. De ahí que la relación ontológica más extendida en el Islam sea la siguiente: Alá, humanos, ángeles y djinn.

Satán, el antagonista. Obra de Gustave Doré para El Paraíso Perdido, de John Milton. | Foto: Public Domain

Adán fue el primer ser humano ante el que los seres inferiores debían inclinarse. Ángeles y djinn debían rendir tributo a Adán pero Iblís se negó, lo que precipitó su caída. Es en este punto donde hay un poco de confusión, ya que hay tradiciones que describen a Iblís como djinn, mientras que hay suras que le relacionan con los ángeles. El sura 26.95 alude a “las huestes de Iblís”, que apoya su naturaleza angélica. Por otra parte, el sura 18.50 dice: “Era uno de los djinn”. Hay tradiciones que dicen que los ángeles fueron creados sin pecado por Alá, mientras que otras dicen que los djinn son una raza de ángeles. Estos son solo algunos ejemplos de un problema que también existen en las otras grandes religiones, consistente en la confusión teológica en cuanto a la relación entre los seres espirituales.

¿Cómo permite Alá que Iblís actúe? Permite la tentación y la destrucción de los pecadores, pero no puede acceder a los amados de Dios. Es una especie de pacto entre caballeros, que incluyó una cláusula según la cual se permitió a Iblis tentar a Adán y Eva. Tras esta primera victoria, tanto él como los humanos fueron expulsados del Paraíso. Desde ese momento tan lejano, nuestra entidad protagonista ha usado las mismas armas que en las tradiciones judía y cristiana, ya que no puede obligar a nadie a actuar según sus órdenes, únicamente puede tentarnos. La escapatoria es Alá, mediante la oración. Esa es la gran revelación del Islam en lo referente al ser maligno.

Estamos, como bien saben, ante cuestiones que siguen debatiéndose en nuestro tiempo. ¿Por qué Dios permite el mal si es misericordioso? ¿Cómo entrelazar el determinismo con el libre albedrío? ¿Hay distinción entre voluntad y deseo de Dios? ¿Existen eventos queridos por Dios pero llevados a cabo sin su consentimiento?

Muchas preguntas y respuestas confusas, como casi siempre sucede con estos temas trascendentales. Lo que queda claro – siempre según las grandes religiones – es que el ente maligno, tenga el nombre que tenga, sigue haciendo de las suyas y llevándonos de la mano hacia el mal. Si algún creyente atiende a los tiempos difíciles y oscuros en los que vivimos, estaría tentado –nunca mejor dicho– a pensar que efectivamente una sombra oscura mueve los hilos de determinados poderes. 

Fuentes:

- Andrade, Gabriel. Breve historia de Satanás, Nowtilus, 2014.

- Rusell, Jeffrey Burton. Lucifer. El Diablo en la Edad Media, Laertes, 1995.