Nunca es sencillo adentrarse en el pasado. Navegar a través de los siglos y conectar con algún momento histórico concreto puede convertirse en una tarea bastante complicada, agravándose la situación según vamos retrocediendo en el tiempo. La crítica histórica y diversas ciencias como la arqueología intentan trabajar juntas con el objetivo común de esclarecer lo máximo posible esas realidades remotas a base de nuevas hipótesis basadas en nuevos hallazgos. Aunque, como siempre, uno de los grandes problemas es la falta de indicios claros, que en no pocas ocasiones se han buscado en los grandes relatos de la antigüedad.

Las grandes obras clásicas, los mitos y leyendas son una fuente de información que hace necesario un trabajo minucioso y delicado, pero que a todas luces pueden aportar nuevas pruebas sobre las que trabajar. Este fenómeno alcanza incluso a los pueblos más estudiados histórica y culturalmente, como es el caso de los romanos, de quienes me dispongo a hablar en estos momentos, pues ellos también tienen un origen incierto, del que se habla bastante menos que de sus épocas de mayor gloria y de sus personajes más carismáticos. Viajemos juntos a través del velo del tiempo y vayamos hasta Troya, el origen – al menos legendario – de esta gran nación.

Heinrich Schliemann estaba convencido de que el canto de Homero estaba basado en una realidad histórica, aunque adornada, como suele suceder en estos casos. Emprendió expediciones por Grecia y Asia Menor en busca de los escenarios que describía la Ilíada, donde se daban cita los Aquiles, Ulises, Héctor o Agamenón, entre otros. Fue así como llegó hasta el noroeste de Turquía, al emplazamiento de Hissarlik, donde comenzó a excavar en 1870. Gran parte de culpa tuvo en este asunto Frank Calvert, quien ya había trabajado en el lugar unos años antes, pero Schliemann ignoró posteriormente su aportación a sus hallazgos. Más allá de la polémica, parece ser que Calvert intuía que en el lugar se escondía la Troya homérica, y el alemán siguió su instinto y alcanzó la gloria.

No nos adentraremos en los pormenores del trabajo arqueológico, pues no es ese nuestro objetivo. Lo que ahora importa es que Hissarlik estaba bajo influencia hitita, aunque no formaba parte de su imperio. Javier Negrete nos cuenta que entre los abundantes documentos legados por este pueblo, se encuentra un tratado entre el rey hitita Muwatali II y Alaksandru de Wilusa, personaje este último que se ha querido emparentar con el Paris de la obra de Homero, pues Alaksandru es un nombre alternativo de éste. ¿Qué tiene que ver Wilusa con Troya? La ciudad era también conocida como Ilión, y algunos indicadores métricos sugieren que antes de ello se conocía como Wilión o Wilios, siendo en la morfología hitita Wilusa.

Hacia finales de la Edad de Bronce Troya fue destruida. Por otra parte, no está claro quienes fueron los culpables, aunque parece bastante claro que recibió varios ataques micénicos en el siglo XVIII a. C. ¿De aquí salió la historia de la campaña de Troya? El relato oral pudo llegar hasta Homero, quien escribió su relato cinco siglos después. Deformados, probablemente, pero con una base ciertamente plausible. Hay quienes señalan que Hissarlik era un asentamiento demasiado pequeño para ser la Troya de la Ilíada, pero el también alemán Manfred Korfmann halló en la base de la colina los restos de una segunda muralla, lo que convertiría a Hissarlik en una ciudad apegada a los estándares de la época, con unos 7.000 habitantes, aunque las cifras más optimistas llegan hasta los 15.000. De ser así, estaríamos ante la capital del reino de Wilusa, la Wilión-Ilión de Homero.

Todos conocemos en mayor o menor medida el relato sobre el destino de Troya, por lo que ahora nos dirigimos a su final, concretamente hasta los momentos previos al asedio final de la ciudad por parte de los invasores y su célebre artimaña del caballo. He aquí que el príncipe Eneas, hijo de Anquises y de la diosa Venus, recibió la visita del recientemente fallecido Héctor – ya saben, asesinado a manos del 'casi' inmortal Aquiles – en el que le rogaba que huyera de la ciudad junto a los suyos. Dicho y hecho, aunque el precio a pagar fue la pérdida de su esposa Creúsa, asesina en medio de la refriega final. Eneas consiguió salvar a su padre, a su hijo Ascanio y a un numeroso grupo de seguidores, tomando todos una embarcación que navegó hacia el oeste, mientras la ciudad era presa de las llamas.

Aquí nuestro relato se confunde con el de la Eneida de Virgilio, escrita durante el reinado de Augusto. Según se cuenta, Eneas y su séquito llegaron a Cartago, donde Dido se enamoró perdidamente del príncipe y se acostó con él. Pero los dioses tenían otros planes: debía navegar hasta Italia, donde fundaría la ciudad más poderosa del mundo. Eneas tomó la determinación de aceptar ese destino, dejando a Dido dolida, hasta tal punto de llegar al suicidio, no sin antes lanzar una terrible profecía (probablemente post eventum, por aquello de que Virgilio ya conocía la respuesta) donde aseguraba que los descendientes de Eneas y el pueblo de Cartago siempre estarían enfrentados. ¿Se estaba refiriendo Dido a Aníbal, el azote de Roma?

Eneas llegó a la región central de Italia, Lacio. Allí, su hijo Ascanio decidió fundar en las faldas del monte Albano una ciudad., de nombre Alba Longa, “blanca y larga”. Esta tradición es muy antigua, tanto como para rastrearla hasta el siglo III a. C., cuando ya era muy tenida en cuenta. En la zona ya había una serie de pueblos asentados, como los latinos o los etruscos, pero los cronistas embellecieron el origen de la ciudad de Roma con la llegada de supervivientes de los asedios que protagonizaron los llamados “pueblos del mar” por todo el mediterráneo, dando al traste con los grandes imperios de finales de la Edad de Bronce, contando a los micénicos y los hititas entre ellos, aunque esa es otra historia…

La tradición sigue señalando a Eneas y Ascanio, que dieron inicio a la saga de los “reyes latinos”, que reinaron en los siglos venideros. Así hasta llegar al VIII a. C., cuando nos encontramos con Amulio, un celoso príncipe que osó matar a su hermano y rey en aquel momento, Numítor. Asimismo, acabó con todos los descendientes del rey, menos a su hija Rea Silvia. Craso error, pues pensaba que esta sería inofensiva una vez convertida en una vestal. Las sacerdotisas de la diosa virgen Vesta debían mantenerse limpias en cuanto al acto sexual durante treinta años, bajo pena de muerte. Según pensaba Amulio, ese tiempo era más que suficiente para que Rea Silvia no pudiera dejar descendencia en este mundo. Marte, el dios de la guerra, no pensaba lo mismo. Sedujo a la vestal y la dejó embarazada. Cosas de los mitos, ya saben. 

Amulio dejó que llegara el parto y comprobó que Rómulo y Remo llegaron vivos y coleando al mundo, así que ordenó que los arrojaran a las aguas del Tíber. Una versión un poco más extendida de esta leyenda cuenta que fue un hombre de confianza del monarca el que recibió el encargo de asesinar a ambos bebés, pero éste no fue capaz de cumplir con su cometido, por lo que dejó a ambos en una cesta en la orilla del río. La cesta es un elemento compartido entre varios héroes legendarios de diversos pueblos. Vean si no el caso de Sargón I de Acad, o el del mismísimo Moisés, líder del pueblo israelita durante el Éxodo. Estos y otros personajes fueron depositados en cestas cuando eran recién nacidos, escapando así de una muerte segura. Los paralelismos entre héroes fundadores daría para rellenar cientos de páginas. Todo está inventado, no hay nada nuevo bajo el Sol.

Lo siguiente que debemos conocer es que los gemelos fueron rescatados por la loba Luperca, que decidió amamantarlos, convirtiéndose de paso en el posterior e inmortal símbolo de Roma. Pasado poco tiempo el pastor Fáustulo dio con ellos y se los llevó consigo a su casa, para que fueran cuidados y criados por su mujer Larentia. Esto permitió que los hermanos creciesen sanos, aunque aun desconocedores de su verdadera procedencia. Por cierto, durante esos años vivieron en la colina del Palatino, emplazamiento de la futura Roma. Unas vez que descubrieron la verdad, ambos marcharon hacia Alba Longa al frente de un pequeño grupo de pastores, y contra todo pronóstico lograron acabar con Amulio y sus secuaces, reinstaurando el trono de Numítor. Personalmente, me habría encantado ver como un grupo reducido de hombres fueron capaces de derrocar a un rey y derrotar a su ejército. Aunque cosas más raras han pasado.

Fue poco después cuando Rómulo y Remo decidieron fundar su propia ciudad, a veinte kilómetros al noroeste de Alba Longa, a las orillas del mismo Tiber donde fueron arrojados. El problema vino al elegir en qué monte debía levantarse su nueva población. Recurrieron al augurio para decidir entre el Palatino o el Aventino. Para ello decidieron contar buitres: Remo vio seis en el Aventino, pero Rómulo contó más en el Palatino, por lo que se ganó la competición. Sin embargo, esto disgustó a su hermano gemelo, que se creía ganador por haber visto augurios en primer lugar. El 21 de abril del 753 a. C. quedaría marcado para siempre en la tradición y en la historia como el día en que nació Roma. ¿Por qué? Pues porque fue en ese día cuando se cuenta que Rómulo mató a su gemelo, que osó burlarse de él tras saltar dentro de los límites de los muros de la ciudad, aun sin terminar. Encendido de ira, Rómulo apuñaló a Remo con una estaca, asegurando que lo mismo ocurriría con cualquiera que saltase aquellos muros. Un amor fraternal digno del que Caín sentía por Abel.

Lo cierto es que en el lugar ya había pequeñas poblaciones hacia el primer milenio antes de nuestra era, aunque el crecimiento de la población quizá llevara a estas a la determinación de unirse en un solo núcleo, más fuerte y próspero. Por su parte, no existen testimonios arqueológicos de la existencia de Alba Longa, ciudad de la que provenían los gemelos. Finalmente, debemos señalar que es probable que Rómulo fuera una invención posterior a la fundación de la ciudad, para dar un carácter misterioso y místico a los orígenes de la misma. De hecho, se convirtió en todo un dios, ya que fue arrebatado por los cielos en medio de una terrible tormenta o un eclipse hacia el año 716 a. C. Todo un prodigio digno de un exclusivo y selecto grupo de personajes, entre los que destacan los bíblicos Enoc y Elías, que no pasaron por el trance de la muerte. Opiniones más racionales señalan que es posible que fuera asesinado debido a su actitud despótica. Continuando con esta hipótesis, su cuerpo habría sido descuartizado y echo desaparecer de la faz de la tierra sin dejar rastro. A pesar de su destino incierto – y de su improbable existencia histórica – fue elevado a los altares como fundador de Roma. Así, adoptó el nombre fue Quirino, cuyo templo principal se alzó en la colina Quirinal. 

Bibliografía:

- Montanelli, Indro. Historia de Roma, DEBOLSILLO, 2011.

- Negrete, Javier. La gran aventura de los griegos, La Esfera de los Libros, 2015.

                            Roma Victoriosa, La Esfera de los Libros, 2011.