Da Vinci era un apasionado del vuelo de las aves. La forma en la que batían las alas, como se mantenían en el aire y como después las recogían al aterrizar le parecía majestuosa. Decidido, trató de diseñar su propia ave. Un aparato con alas batientes, pedales y una palanca en el centro para aumentar la energía de las extremidades del piloto: lo llamó ornitóptero.

Una mañana de abril de 1506 Tommaso Masini y Leonardo Da Vinci se encontraban en el monte Ceceri, cercano a Florencia. Con su escarpada orografía y abruptos barrancos, Ceceri era el lugar ideal para cambiar la historia  de la ingeniería. La posibilidad de volar por encima de los árboles era todo argumento que necesitaba Masini para prestarse a ayudar a su amigo Leonardo.

Tommaso llevaba veinticuatro años colaborando con Da Vinci. En 1482 marcharon juntos a Milán, junto con un músico y amigo común llamado Migliorotti. Tanto Da Vinci como Masini trabajaron con la familia mecenas de los Sforza. Leonardo se dedicaba a crear decoraciones suntuosas para las fiestas que la familia organizaba en la mansión. Mientras, Masini trabajaba como mecánico y mago en esas mismas celebraciones.

Trabajar como ilusionista hizo crecer su interés por las artes oscuras, lo que le llevó a investigar sobre el espiritismo y a formarse en el ámbito ocultista. Su aspecto descuidado y barba frondosa no ayudaban a la hora de encontrar un sirviente que le ayudara en sus tareas. Todos ellos se echaban atrás ante la incertidumbre de si tal hombre sería capaz de pagar un sueldo cada mes. Fue apodado Zoroastro, en referencia al fundador de la religión monoteísta iraní llamada Zoroastrismo.

Aquella mañana de abril, Leonardo dio la orden de empezar a pedalear. Tommaso pedaleaba y se deslizaba acelerando de manera uniforme colina abajo. Pero la velocidad no era la apropiada y el precipicio se acercaba cada vez más. No había vuelta atrás. El ornitóptero no echó a volar y saltó al abismo. Planeó durante mil metros hasta que la madera y las alas de tela no pudieron más. Fue entonces cuando el aparato tomó tierra de forma abrupta.

Hoy sabemos que tal invento era imposible hacerlo funcionar, ya que las piernas humanas son incapaces de generar la energía necesaria para echar a volar. Tommaso Masini lo supo en aquel preciso momento, con ambas piernas rotas y un amasijo de madera y tela sobre su cabeza.

Leonardo murió trece años después, sin ver su máquina voladora funcionar. Masini un año más tarde que su amigo y maestro, tras un brote de cólera surgido en la ciudad. Hasta entonces escribió, investigó y ayudó a su amigo Da Vinci en todo lo que le fue posible.

Placa en Peretola, ciudad de nacimiento de Tommaso Masini