La capital de Castilla es, sin lugar a dudas, una de las ciudades de España con más historia adherida a sus espaldas. Los nacidos en tan noble urbe parecen no apreciar la beldad de sus monumentos, parecen no saber la exclusividad que atesoran la mayoría de ellos. Un simple paseo puede llevarnos al único Museo de Escultura de todo el país, flanqueado por una de las Iglesias más especiales de la geografía ibérica, la de San Pablo. En ella tomaron bautismo Felipe II y Felipe IV, en ella descansó 'La Anunciación' de Fra Angélico y de ella cualquier visitante se queda prendado, ya no por el interior, sino por una fachada que hace rememorar la historia más anciana de España. Sin desgastarse mucho más en el camino, apenas a tres calles de distancia, se erige San Benito, con la fachada manierista de Ribero de Rada y su retablo homónimo, una joya más que apuntar a una interminable lista.

Si ya de por sí un simple paseo descubre los grandes paños que tapan los pechos de la ciudad, una búsqueda más concreta desnudará las calles y edificios por los que un día pisó Delibes o Miguel de Cervantes, aunque no del todo, porque Valladolid tiene demasiados rincones para abarcarlos y saberlos todos, incluso para los más doctos. Paseando por la Plaza de Santa Ana, vigilando desde la diestra si se viene por La Pasión, se encuentra un Monasterio que, aparentemente, puede ser 'uno más' de los muchos que la ciudad guarda entre sus ahora ficticias murallas, dado que hasta el siglo XV las reales estuvieron en pie, pero no, no es un Monasterio cualquiera.

El Monasterio de San Joaquín y Santa Ana alberga “más cuadros de Goya que el Louvre”, palabras de Jesús del Río, responsable de la colección. Además de Monasterio, la estructura cuenta con la propia Iglesia y un Museo dividido en dos plantas, con tesoros únicos que pocos vallisoletanos tienen a bien visitar. Tres pinturas de Francisco de Goya se erigen como las piezas redentoras de uno de los monumentos menos visitados de la comunidad. Las obras fueron encargadas por Sabatini al entonces ayudante del pintor oficial de la Corte de Carlos III Francisco de Goya y Lucientes.

Sus esfuerzos se centraron en aquel humilde espacio que queda a la vista de todos, con una fachada atildada y un interior colmado de bienes de incalculable valor. Entre Goya y el hermano de Francisco Bayeu (pintor oficial de la corte), Ramón Bayeu, el interior del templo quedó decorado por completo. El aragonés realizó las pinturas de 'Santa Lutgarda', religiosa belga genuflexionada con un ramo de azucenas a su lado; 'San Bernardo curando a un cojo', con San Bernardo, otro monje ofreciendo alimento al lisiado; y el más representativo, íntimo y personal: 'Tránsito de San José', en el que Goya imita la agonía del padre de Jesús con la de su propio padre, dotando a la imagen de una expresión y una luminosidad inusitada en el Neoclasicismo.

El 'Tránsito de San José' es un auténtico escándalo pictórico, por su innovación técnica y expresividad

Además de las pinturas de Bayeu ('Santa Escolástica', 'La Inmaculada entre San Francisco' y 'San Antonio y San Benito') y de las de Goya, la colección cuenta con tallas de Gregorio Fernández y Pedro de Mena, lienzos de la escuela castellana del siglo XVI e innumerables telas que recuerdan los inicios del Monasterio como centro textil donde las bernardas trabajaban la materia prima propia: los gusanos de seda, alimentados con las hojas de morera plantados por las religiosas, que hoy día constituye uno de los pulmones de Valladolid, el Parque de las Moreras. En total, las paredes de San Joaquín y Santa Ana guardan más telas que el mismísimo Museo del Traje de Madrid. Asimismo se atesora una de las colecciones más importantes de tallas del Niño Jesús y una inmensa alfombra de estilo asiático (arte nambán) usada en ceremonias en Filipinas y heredada de la Marquesa de Canales.

La situación se ha tornado en insostenible. Ni desde el Ayuntamiento ni desde el Ministerio de Cultura se promueve la permanencia de un Museo con mucho que contar. Las ayudas no son suficientes, hasta tal punto que son las propias religiosas, con sus pensiones, las que lo mantienen abierto. La carestía de asistentes ha hecho mella en los ingresos de una joya desconocida para los locales. La falta, también, de difusión, de una red de mecenazgo y del reconocimiento de éste como Museo, puede hacer que San Joaquín y Santa Ana eche la verja y su ciudad que, por otro lado tampoco se ha desfondado por mantenerla, pierda un tesoro escondido entre los antiguos cines Roxy y la magnánima Plaza Mayor.

Desde VAVEL.com animamos a propios y a extraños a disfrutar de la Iglesia y del Museo antes de su casi inminente clausura, así como a 'firmar' (click aquí para firmar) a favor de la evasión del cierre. Conservar nuestro Patrimonio significa dignificar nuestro arte, difundirlo y disfrutarlo.