"Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad"
Joseph Goebbels
“No es nuestra guerra”
Antes del ataque a la base aérea del pacífico, el país norteamericano no “disfrutaba” del mismo clima de miedo e inquietud al que debieron enfrentarse las principales potencias del viejo continente y algunos autores hablan de un marcado aislacionismo surgido tras la depresión. El recuerdo de las muertes que había supuesto la Primera Guerra Mundial no dejaba indiferente al pueblo estadounidense, que veían en este nuevo conflicto otro desastre del que estaban demasiado lejos como para sentirse en la obligación de intervenir.
La propaganda de los primeros meses de la guerra y la que se había dado los años previos en los que se alertaba del peligro que suponían los países del Eje, fundamentalmente en figuras como Hitler y el japonés como ente aterrador, había sembrado una opinión favorable a que los Estados Unidos interviniesen en la reconstrucción de los países afectados, pero nunca enviando tropas al frente.
La importancia de la propaganda
El gobierno, consciente de que su intervención llegaría antes o después, se apresuró a crear una verdadera campaña en la que concienciar a la población de la importancia de participar en este conflicto que se estaba dando a nivel mundial. Cuestiones como aumentar la producción, consignas para realizar una producción con calidad, ahorrar y reciclar el papel, los metales, la comida, los neumáticos, etc. También se promovía la elaboración y enlatado de su propia comida, así como de evitar los viajes innecesarios. Otro factor que aparece en los carteles anteriores a la intervención es el patriotismo, es difícil no encontrar el uso de la bandera americana de fondo en los carteles, la cara de presidentes históricos o la apelación a la “patria” y la solidaridad con los aliados que se veían masacrados por el fascismo más cruel. Los símbolos se hicieron más importantes que las acciones en la potencia americana que veía su próximo papel en la contienda mundial como algo inevitable.
La mujer, una más en la lucha
El uso de la imagen de la mujer como una más dentro del campo de batalla, como enfermera y en las fábricas fue de enorme relevancia para los movimientos feministas que se llevarían a cabo en los años 60. Es un tema característico en la propaganda americana, aunque en Europa la mujer no es ajena al conflicto, su cara aparece repetidas veces como agente activo mientras que en el resto de países se encuentra reflejada en el ámbito familiar. La gran diferencia que este tipo de propaganda influencia en el papel que va a tomar el género femenino, las mujeres europeas y rusas padecerán la guerra como víctimas y, por lo tanto, la propaganda va dirigida a los soldados que deben luchar por ellas. En Estados Unidos, cuyo territorio no sufrió los males que acarreó esta guerra, la mujer no debía preocuparse de salvaguardar su casa, solamente de acatar la producción del gobierno y sumarse a los voluntarios.
Name-calling y Glittering-generalities: las técnicas más utilizadas
Una vez que la guerra está declarada y el conflicto es un hecho, las técnicas que más se emplearán son las llamadas name-calling, que consisten en relacionar a una persona a un símbolo negativo mediante etiquetas. Así las banderas fascistas, la cruz gamada o los aviones japoneses así como sus rasgos orientales se convierten en protagonistas de carteles. En contraposición a esta técnica encontramos el glittering-generalities, por el que se asocian valores calificados socialmente como positivos, moralmente buenos y deseables a una acción. Por ejemplo la idea de democracia, patria, libertad frente a la tiranía que suponían las potencias del eje, por ello la guerra estaba justificada por unos valores intrínsecos a la ciudadanía.
¿Para qué sirvió la propaganda?
En el caso de Estados Unidos el uso de la propaganda, que no solo apareció en carteles sino que impregnó discursos, libros de texto, cómics, películas y demás soportes de información, fue primordial para provocar un cambio de opinión en la ciudadanía y entrar en la II Guerra Mundial con su aprobación. En el resto de países los objetivos finales que se buscaron a través de esta propaganda de guerra fueron variados.
La intoxicación informativa se vuelve el recurso más utilizado con el propósito de que el ciudadano odiara al enemigo, creyera en unos valores que poseía junto con su grupo social, aquí se abarcan tanto nacionalidades, como grupos religiosos o políticos. El poder de los medios era casi fundamental para conseguir que el pueblo apoyase la guerra. La doctora Abuín Vences justificó la respuesta al omnímodo poder mediático con la siguiente afirmación: “Si el pueblo no apoyaba la guerra, no lo financiaban y no había voluntarios, lo tenían muy difícil. La prensa, la radio, los carteles, folletos… van a utilizar todos los medios tradicionales para lanzar sus mensajes propagandísticos y su publicidad persuasiva sobre los ciudadanos”.
No solo la propaganda, sino que también se pondrá al servicio de la persuasión ciudadana la prensa, lo que viene a configurar un periodismo político, en estado de guerra y que aboga claramente por un bando. Esta forma que en ningún caso se podrá tildar de libre información va a suponer un arma propagandística más para influir en el ánimo de la población. El odio hacia el enemigo es el tema recurrente dentro de la misma y no solo el tema sino casi el fin último para conseguir financiación en el conflicto y hombres dispuestos a dar la vida por una idea.
Tras la II Guerra Mundial la propaganda continuará existiendo pero de ningún modo con unas características belicistas tan marcadas como se había dado durante los dos grandes conflictos del Siglo XX. A partir de los años 50 la publicidad institucional y comercial ganará terreno a las ideas políticas como bien consumible aunque las técnicas de persuasión seguirán estando presentes en ellas.