A Spanish royal decree of 1609 specifically directed Spanish commanders in the Pacific “not to risk the reputation of our arms and state against Japanese soldiers”.
Noel Perrin, Giving Up the Gun. Japan's Reversion to the Sword, p. 35.
¿Qué hacer si el ruiseñor no canta?
Nobunaga dice “¡Mátalo!”.
“Haz que quiera cantar”, ordena Hideyoshi.
Ieyasu responde: “Espera”.
Inicio de Taiko, de Eiji Yoshikawa.
Tras el éxito de “El último samurái” (2003), hermosa película que nos presentaba a un improbable Tom Cruise reconvertido a la más rancia tradición japonesa, se despertó un cierto interés en Internet por conocer y recuperar casos de extranjeros que, a imagen de la historia narrada en ese film, se hubiesen convertido en samuráis.
En el fondo se trata de una historia mil veces contada pero que aún así siempre suscita fascinación. La historia del hombre que, inmerso en una sociedad totalmente ajena, por las circunstancias que sean acaba identificándose tanto con su nueva cultura de adopción que no solo llega a ser aceptado en el seno de un pueblo extranjero sino que incluso a veces termina por convertirse en referencia y líder de dicho pueblo a la hora de resistir contra fuerzas externas. Desde la historia de Lawrence de Arabia al trasfondo de “Avatar” hablamos de un arquetipo tan viejo como la propia humanidad: el conquistador aculturado que se pasa al bando de aquellos a los que al principio despreciaba o subestimaba.
Volviendo al caso japonés el problema es que la película citada fijó el interés en un período de la historia de Japón (finales del s. XIX) en que la cultura samurái ya se encontraba sumida en una irreversible decadencia mientras la cultura occidental lanzaba su famosa "carga del hombre blanco" por todo el globo. Para entonces el período de paz y aislamiento vivido por Japón desde comienzos del s. XVII había pasado factura a la casta samurái, la cual se había vuelto mucho menos diestra y preeminente que antaño. En ese contexto, a comienzos de la época contemporánea existieron pocos extranjeros que lograran más o menos penetrar la coraza de la cultura japonesa; además en la mayoría de los casos ese hecho se debió a una simple atracción transitoria por el exotismo de lo oriental y no a un cambio vital realmente completo.
Si queremos por tanto buscar una historia de transformación personal un poco más intensa tenemos que partir de una tumba encontrada en 1872. En esa fecha un tal James Walters, un occidental de viaje por Japón encontró dos estelas que atribuyó a una pareja de un inglés y su esposa japonesa muertos hacía más de 250 años. Siguiendo esa pista debemos por tanto remontarnos a otra época diferente del s. XIX, en concreto a finales del s. XVI-principios del s. XVII, cuando la cultura samurái todavía se mantenía pura y activa. Una vez allí vamos a intentar aproximarnos a la historia no del último samurái extranjero sino de los primeros samuráis nacidos fuera de Japón -e incluso del Extremo Oriente- a ver si localizamos al primero de todos ellos.
William Adams
El hombre citado en la estela antes mencionada se trataba de William Adams. Por lo que hoy sabemos Adams era un marino ingles de humildes orígenes, nacido en 1564 desde niño desempeñó todo tipo de puestos en la jerarquía naval de la época. Poco a poco fue ascendiendo en el escalafón hasta llegar a servir nada menos que bajo las órdenes de Francis Drake. Incluso había sido movilizado para combatir a la armada hispana cuando ésta, en 1588, intentó atacar Inglaterra con funesto resultado, si bien en dicha ocasión el papel jugado por Adams -todavía muy joven- se limitó a encargarse de un pequeño barco de abastecimiento.
Tras eso nuestro hombre decidió dejar la vida militar y probar suerte en variados propósitos no demasiado bien documentados; de hecho incluso se menciona su posible enrolamiento en un viaje de exploración subártico en busca del mítico paso del Noroeste.
En todo caso pocos años después, ya convertido en un reputado navegante, nos los encontramos trabajando de forma privada al servicio de mercaderes holandeses. Hay que tener en cuenta que la actual Holanda en aquellos momentos ya era de facto independiente de la monarquía hispana (aunque la guerra de independencia propiamente dicha se prolongaría aún durante décadas) y por entonces las relaciones de los rebeldes holandeses con la monarquía inglesa (que de vez en cuando los financiaba secretamente) eran buenas.
Es de esta forma como, a mediados de 1598, con solo 34 años de edad pero una ya una experiencia de más de dos décadas en el mar William Adams se embarca como piloto mayor en la gran aventura de su vida, una expedición de cinco barcos mercantes propiedad de una compañía ubicada en Rotterdam. El destino de su extraordinario viaje, del que vamos a hablar a continuación, acabaría siendo el misterioso y lejano Japón. Pero antes de llegar a eso hay que entender la situación de las relaciones entre Occidente y Japón en aquel momento.
Europa “descubre” el Extremo Oriente
Cipango, el lejano Japón (Nihon, “el origen del Sol”) ya mencionado por Marco Polo y que obsesionaba a Cristobal Colón, fue redescubierto por el mundo occidental en 1543 cuando un grupo de marinos portugueses con intenciones de comerciar con China (a cuyo puerto de Cantón habían llegado a su vez en 1513) fueron desviados por una tempestad hasta un islote cercano a la costa de Kyushu, la isla situada más al Sur de entre las cuatro principales que dan forma al archipiélago de Japón. Allí pronto entablaron relaciones con un señor feudal local y en adelante, tras esa casual primera toma de contacto, los marinos portugueses convirtieron en habituales sus escalas en las islas japonesas iniciándose así las primeras relaciones comerciales de Occidente con el Japón.
Ese hecho aparentemente trivial tuvo a su vez dos consecuencias muy importantes.
Por una parte en aquellos momentos Japón se encontraba inmerso en el llamado Período Sengoku (Sengoku jidai o “período de los estados en guerra”). Dicho período que tantos videojuegos y películas ha inspirado fue una época de gran inestabilidad política que se inició a finales del s. XV y que se extendería más o menos hasta los inicios del s. XVII (hasta 1615 concretamente) alcanzando su apogeo precisamente a partir de la llegada de los mercantes portugueses.
Japón se encontraba entonces inmerso en una etapa equivalente a nuestra plena edad feudal en la que la autoridad del Emperador era meramente simbólica
(un poco como en el Japón actual), y en la práctica el país se hallaba dividido en docenas de dominios independientes regidos por señores de la guerra (daimyos) quienes pugnaban de forma incesante entre sí en busca de la supremacía. En medio de ese clima de guerra casi contínua algunos de esos líderes pronto vislumbraron la importancia de una mercancía que los extranjeros occidentales podían aportarles: las armas de fuego (en concreto los arcabuces).
Contra lo que se suele creer los japoneses ya conocían el uso militar de la pólvora por entonces (a través de sus contactos con China). Además pese a toda la mitología exagerada que el cine y el manga han difundido sobre el culto a las espadas, lo cierto es que los samuráis no tenían ningún problema en emplear las armas a distancia (esencialmente arcos, un arma por entonces casi más asociada al samurái que la propia espada); y entre ese tipo de armas se incluían ya por entonces experimentos con primitivas armas de fuego de origen chino llamadas teppo. Pero este tipo de armas eran muy rudimentarias y por tanto poco efectivas lo que había limitado muchísimo su empleo y su difusión debido a su escasa utilidad en combate. Sin embargo, en comparación, la tecnología europea al respecto estaba muy adelantada y los fusiles portugueses resultaban mucho más ligeros, fáciles de cargar y precisos.
Así las cosas pronto los arcabuces introducidos por los portugueses en Japón fueron rápidamente copiados y aún mejorados por los hábiles herreros y artesanos nipones (una de las señas de identidad de la cultura japonesa ha sido siempre su facilidad para copiar y adaptar a sus propias necesidades tecnología extranjera). Lo anterior implicó rápidamente que la guerra feudal que se prolongaba desde hacía décadas alcanzase un nuevo nivel de virulencia debido a la irrupción masiva en los campos de batalla de las nuevas y mortíferas armas de fuego.
Por otra parte todo lo anterior desembocó asimismo en el inicio del llamado Período de comercio Nanban o “Período de comercio con los bárbaros del Sur” (nanban, es decir “bárbaros”, era una palabra más o menos equivalente al mucho más reciente término gaijin, y en origen fue uno de los términos que los japoneses utilizaron para referirse a los primeros extranjeros provenientes de Europa).
Hay que tener en cuenta que desde hacía siglos Japón poseía dos peculiaridades en cuanto a su enfoque sobre el comercio con el exterior. En primer lugar a los japoneses casi únicamente les interesaba el comercio con China. En segundo lugar los gobernantes de un Japón cada vez más militarizado no estaban demasiado interesados en fomentar el crecimiento y desarrollo de una clase de comerciantes y mercaderes propia, con las implicaciones sociales que eso conllevaba, por lo que preferían usar de intermediarios comerciales a marinos extranjeros. Antes de la llegada de los europeos esa tarea recaía en los marinos del pequeño reino de Ryukyu (un diminuto estado vasallo de Japón que se ubicaba en las islas del mismo nombre y la zona de Okinawa a medio camino entre Japón y Taiwan).
Obviamente este microestado con escaso número de barcos, reducida tecnología y nulos contactos no podía rivalizar con las potencias occidentales una vez estas irrumpieron en la zona. Así que pronto los portugueses no solo introdujeron sus primeras mercancías en Japón transformando la forma en que se hacía la guerra en las islas, sino que además reemplazaron a los comerciantes de las islas Ryukyu como intermediarios más o menos extraoficiales en el comercio de Japón con el resto del mundo (esencialmente con China).
En resumen. Con la llegada de los barcos portugueses a la zona arrancaba una fugaz era de contacto cultural a través del comercio entre el peculiar mundo feudal japonés y el mundo europeo recién salido del Renacimiento. Pero aunque inicialmente ese intercambio se dio a través de los portugueses en exclusiva como veremos pronto aparecieron muchos más personajes en escena. Volvamos por tanto con William Adams pues iba a desempeñar un papel muy importante respecto a esto último.
La travesía
En Europa tan pronto como se fueron expandiendo las noticias de la nueva ruta comercial abierta por los portugueses con las islas japonesas los avispados comerciantes holandeses comenzaron a interesarse por la posibilidad de alcanzar aquellos lejanos, ricos y vírgenes mercados. Ahí es donde encaja el viaje de nuestro protagonista.
Como decíamos partió de Rotterdam formando parte de una flotilla de cinco barcos. El viaje fue muy complicado. En primer lugar los veleros navegaron hacia el sur hasta llegar a la altura de la costa de Guinea. Desde allí en lugar de seguir la costa africana, controlada por los portugueses, la expedición aprovechó corrientes favorables para atravesar el Atlántico y llegar a Sudamérica. El plan era intentar atravesar el estrecho de Magallanes, luego el Pacífico y llegar a Japón o, en caso de problemas durante la travesía del Pacífico, desviarse hacia el Sur e intentar obtener especies en la zona de las actuales Indonesia y Malasia.
Pero los problemas pronto aparecieron. El mal tiempo y el acoso de los galeones españoles solo permitió a tres barcos de los cinco atravesar el estrecho de Magallanes.
Más adelante a la altura de la costa ecuatoriana uno de los tres navío restantes se perdió al desviarse de su rumbo (lograría llegar por su cuenta a Indonesia donde sería eliminado por los portugueses). Además, en un combate contra nativos William Adams perdió a su hermano Thomas, quien lo acompañaba en aquel viaje. Por si todo eso fuera poco un tifón hundió otro navío de la expedición pasadas las islas Hawai.
Finalmente después de más de un año y medio de viaje y penalidades sin fin todo lo que restaba de la flotilla mercante holandesa eran unos 20 marinos (entre los que milagrosamente se encontraba William Adams) la mayor parte enfermos navegando en el único barco superviviente, el “Liefde” (“Amor”). Pero, pese a todo, aquellos hombres exhaustos consiguieron pilotar el Liefde hasta la costa japonesa.
Así eran los viajes de exploración y comercio en aquella época de hombres intrépidos. Piense en ello la próxima vez que se encuentre en algún hotel de un país exótico quejándose de que la comida es de mala calidad, no hay cobertura para el móvil o de que se le han perdido las maletas en el aeropuerto.
El sacerdote
Sin embargo las cosas no mejoraron mucho para todos ellos al desembarcar. Recordemos que en aquella época tanto españoles como portugueses intentaban proteger celosamente sus zonas de influencia otorgadas por el tratado de Tordesillas, las cuales además solían coincidir con las tierras a las que llegaban antes que los marinos, comerciantes o exploradores de otros reinos cristianos. En el caso del Extremo Oriente los portugueses habían llegado primero no solo a Japón sino también a China y pronto en ambos lugares lograron al menos establecerse sólidamente en una ciudad portuaria desde la que controlar el comercio exterior con el país en cuestión. En el caso de China los portugueses se asentaron en Macao (una islita próxima al puerto de Cantón) a lo largo de 1556 y, en lo concerniente a Japón habían conseguido que se les permitiese instalar una base permanente en el puerto de Nagasaki desde 1571.
Ahora bien, de cara a proteger e incluso incrementar su influencia en la zona los portugueses no podían confiar en demasía en el uso de la fuerza militar al encontrarse tan alejados de la Península Ibérica e incluso del resto de sus bases en Oriente. Pese a cierta superioridad tecnológica de algunas de sus armas y de sus barcos, contaban con demasiados pocos soldados en aquella parte del mundo como para hacer valer esa ventaja. Además, el interminable viaje desde Portugal hasta el extremo Oriente hacía inviable un suministro regular de reemplazos en caso de conflicto. De esta forma la ventaja militar en cuanto a calidad del armamento y tácticas que en otras partes más o menos podía servir para sojuzgar desde la inferioridad numérica a tribus indígenas del Brasil, pequeños emiratos musulmanes o sultanatos hindúes no servía ante Estados bien organizados, densamente poblados, muy militarizados y con culturas avanzadas como las del Extremo Oriente. Por tanto, con mucha lógica, en Japón y de cara a asentar su preponderancia los portugueses antes que en sus mosquetes pusieron sus esperanzas en la diplomacia y sobre todo en fomentar la expansión del cristianismo.
La actividad misionera de los primeros sacerdotes católicos en Japón se inició muy poco después de la primera toma de contacto. En 1549 llega a Japón el jesuita San Francisco Javier (paradójicamente navarro y no portugués) junto a dos compañeros y un traductor llamado Anjiro. Francisco Javier abandonó Japón en 1552 pero la expansión de la nueva religión ya había comenzado y pronto se vio claro que los intereses de los comerciantes portugueses eran ferozmente defendidos por los misioneros católicos y esos esfuerzos apoyados a su vez por los conversos japoneses al cristianismo los cuales iban progresivamente aumentando en número en diversas zonas de las islas. De hecho llegados al final de ese siglo XVI unos 200.000 japoneses ya se habían convertido al cristianismo, sobre todo en las zonas próximas a Nagasaki, puerto estratégico para los portugueses que en adelante quedó rodeado de diversos señoríos feudales donde buena parte de la población e incluso algunos señores eran también cristianos o al menos empleaban a sacerdotes jesuitas como consejeros.
Pues bien, durante unos 50 años esta estrategia más o menos funcionó. Los portugueses se convirtieron en los principales intermediarios de comercio entre el resto del mundo y Japón, muy especialmente entre China y Japón. Todos los años se subastaban los derechos sobre el cargamento de un barco (el "Barco Negro", una carraca de más de 1.000 toneladas) dedicado a realizar un único viaje de comercio anual entre Macao y Nagasaki intercambiando esencialmente seda china por metales preciosos. Las ganancias eran exorbitantes.
De esta forma cuando el Liefde llegó a las costas japonesas y algunos de sus hombres bajaron a tierra a establecer contacto con la población local no es extraño que un sacerdote portugués rápidamente los denunciase como piratas, con lo que el barco y su contenido fueron inmediatamente confiscados mientras que nuestro protagonista y el resto de marinos fueron encarcelados a la espera de la crucifixión (un castigo que por entonces estaba de moda entre los educados pero crueles japoneses).
Ieyasu
Contra todo pronóstico fue a partir de ese punto aparentemente sin retorno que la situación de William Adams dio un giro inesperado hacia la fortuna cuando uno de los más poderosos señores de la guerra japoneses llamado Ieyasu se interesó por los extranjeros capturados. Ieyasu era un señor feudal peculiar, con lo que hoy llamaríamos una "visión de Estado". En base a ello no le convencían la creciente dependencia comercial de numerosos daimyos japoneses respecto a los extranjeros ni la expansión de la nueva religión que éstos traían consigo y que amenazaba con socavar la autoridad del gobierno frente a sus súbditos. Es más, a Ieyasu no se le escapaba que, según se contaba, en otras partes del globo los primeros contactos comerciales y la expansión del cristianismo habían sido pronto seguidos de la conquista militar por parte de esos europeos autodenominados portugueses o de unos parecidos a ellos llamados españoles.
Sin embargo los nuevos extranjeros recién llegados no eran ni españoles ni desde luego portugueses, lo que era por sí mismo un testimonio de que existían otras potencias occidentales capacitadas para establecer contactos mercantiles con Japón. Entonces si era posible establecer contactos con otras potencias comerciales extranjeras surgía la oportunidad de servirse de la posible rivalidad de éstas con los portugueses quienes hasta ese momento más o menos podían imponer sus condiciones básicamente por ser el único interlocutor comercial disponible. Oferta y demanda.
Así las cosas Ieyasu quiso que uno de los extranjeros apresados fuese llevado a su presencia para a través de él informarse de cómo habían llegado hasta allí y otra serie de cuestiones. El elegido, tal vez por azar tal vez designado por sus compañeros, fue William Adams. Adams desde un principio se mostró muy cooperativo y no solo informó de buen grado a Ieyasu de dónde se situaba Holanda o de los intereses de las compañías de la zona por establecer tratos con Japón sino que además le explicó que él mismo era inglés, otra nación diferente pero que también estaría interesada en establecer lazos con los japoneses. Y mejor aún, ni él ni sus compañeros eran católicos, es más, Ieyasu descubrió que -fuese debido a eso o a otras cuestiones- tanto ingleses como holandeses odiaban profundamente a los comerciantes y, sobre todo, a los misioneros católicos portugueses. Era perfecto. Se podía usar a esos bárbaros holandeses e ingleses recién llegados como intermediarios con los reinos de los que provenían para que éstos enviasen sus propias misiones comerciales y tal vez incluso para debilitar de algún modo la inquietante presencia de misioneros católicos en Japón.
No es de extrañar por tanto que durante el verano de 1600 Adams fuese entrevistado al menos tres veces por Ieyasu, entrevistas en las que el inglés desgranó también sus conocimientos sobre otras materias estratégicas, por ejemplo construcción naval o cartografía, materias en las que hasta entonces los portugueses gozaban de cierta ventaja sobre los japoneses pero en las que, por tanto, tendían a guardar sus secretos celosamente.
Todo ello sirvió para que William Adams se ganase la confianza de Ieyasu quien decidió utilizarlo como consejero en materia comercial y naval. Esto resultó providencial ya que poco después a finales de ese año 1600 Ieyasu Tokugawa salió vencedor de la brutal batalla de Sekigahara con lo que se convertía en Shogun, el hombre más poderoso de Japón y gobernante de facto. La fortuna ayuda a los audaces, y en el caso de William Adams entre todos los señores feudales que podían haberle capturado al desembarcar resultó que había conseguido caerle en gracia al que poco después se convertiría en el más poderoso de todos ellos. Ese era un hecho que sin duda abría interesantes posibilidades pues Adams se encontraba de repente relacionado con el nuevo hombre fuerte del Japón, en disposición por tanto de influir a la hora de cambiar por completo las relaciones de Japón con el resto del mundo. Comenzaba así el período de máxima influencia de William Adams en Japón algo que tendría que ver sobre todo con cuestiones comerciales y diplomáticas.
Anjin Miura
Visto lo valioso que podían ser los conocimientos que atesoraba Adams y dada su buena disposición a compartirlos fue rápidamente nombrado samurái al servicio de la casa de Ieyasu con el nombre de Anjin (“piloto”, en japonés) Miura. Recibió el derecho a portar las tradicionales dos espadas propias de los samuráis e incluso se le concedió un pequeño feudo en la zona de Edo (actual Tokio). Más adelante incluso fue promovido a la prestigiosa posición de hatamoto, algo así como guardia de honor o cortesano de palacio de Ieyasu una vez convertido éste último en Shogun. Gracias a todo esto Adams pudo casarse con Oyuki Magome una mujer que si bien no poseía un origen noble no dejaba de ser la hija de un alto funcionario del servicio de postas.
En base a todo lo anterior, poco a poco Adams reemplazó al que había sido hasta aquel momento el intérprete y consejero sobre materias “occidentales” de Ieyasu, el jesuita Joao Rodrigues. En los siguientes años, concretamente a partir de 1604, Adams dispuso de los medios para ocuparse en primer lugar de dirigir la construcción de varios barcos de estilo occidental (uno de los cuales llegó a ser usado tiempo después para enviar una embajada con 22 samuráis hacia el territorio del actual México y desde allí a la corte española).
Por su parte ese mismo año el resto de compañeros de Adams fueron liberados con la misión de embarcarse hacia el Sureste asiático y una vez allí intentar contactar con otros mercantes holandeses en la zona de cara a abrir rutas para el comercio hacia o desde Japón rompiendo así el monopolio que en la práctica hasta ese momento poseían los portugueses.
Esos esfuerzos dieron fruto cuando cinco años más tarde, en 1609, llegaron dos barcos holandeses a Japón y abrieron una base comercial en la isla de Hirado para la Dutch East India Company (nacida en 1602). Adams negoció a favor de los enviados holandeses y pronto los comerciantes de dicha nacionalidad obtuvieron el derecho de comerciar en cualquier puerto japonés (una inmensa ventaja pues los portugueses en ese momento solo podían hacerlo a través del puerto de Nagasaki, como hemos visto).
Ese mismo año de 1609 Adams fue comisionado por Ieyasu con la tarea de navegar hasta las Filipinas y entablar relaciones con el gobernador español de la zona, Rodrigo de Vivero. No hubo logros significativos que saliesen de dicho contacto en el que Adams no debió poner toda su alma, en todo caso en los años siguientes se documentan por parte de los españoles algunos envíos ocasionales desde Filipinas de un barco anual hacia el islote de Uraga próximo a la costa japonesa y algunas escalas del Galeón de Manila (en todo caso producto de desvíos accidentales más que de una intención comercial decidida).
Posteriormente, en 1611, Adams se puso en contacto con comerciantes ingleses en la zona de Indonesia y en 1613 esos contactos desembocaron en un acuerdo comercial con los ingleses, similar el ofrecido a los holandeses: los ingleses recibieron autorización para comerciar con Japón y de cara a ello instalar una sucursal permanente en la isla de Hirado. Tras esto el propio William Adams pasó a recibir un salario de la recién creada East India Company (nacida en el 1600).
No obstante, dadas las dificultades del viaje desde la ¿pérfida? Albión, a lo largo de la vida útil de la concesión inglesa en Japón solo tres o cuatro barcos procedentes de las islas británicas lograron llegar al país del sol naciente y con escasas mercancías de valor. Por tanto para Adams -convertido en una especie de alto ejecutivo de los intereses comerciales de la compañía inglesa en Japón- era preciso cambiar de estrategia. Y es ahí donde él y algunos de sus viejos camaradas holandeses daría otro paso importante a la hora de cambiar la relación del Japón con su entorno.
Business is business
En 1604, tal vez aconsejado por el propio Adams, Ieyasu había puesto en marcha un sistema de concesiones de comercio llamado Shuinjo o “del Sello Rojo”. Básicamente se buscaba disminuir la dependencia japonesa de los intermediarios comerciales extranjeros poniendo en marcha una red comercial que partiese directamente de Japón y estuviese en manos de comerciantes y navegantes directamente dependientes del shogunado a los que se concedía una autorización especial para comerciar en su nombre (el famoso Sello Rojo).
En los siguientes años el sistema prosperó y en 1614 el propio Adams obtuvo para sí mismo una de esas autorizaciones. En todo caso dentro del conjunto de dicho sistema comercial en los siguientes años entre 300 y 400 barcos japoneses surcaron las rutas marítimas de la zona sobre todo en dirección hacia los actuales Vietnam, Malasia y Tailandia.
La mayor parte de las tripulaciones de esos barcos eran una amalgama de marinos chinos, holandeses e incluso portugueses subcontratados. Pero hay que tener en cuenta, en contra de la imagen preestablecida, que los japoneses (o los chinos) por entonces no eran unos completos inútiles en cuestiones marineras. Los piratas japoneses eran muy peligrosos en los mares de la zona y en el propio año 1600, unos meses después de que nuestro protagonista y sus compañeros llegasen a Japón, otro holandés de nombre Olivier van Noort se encontraba en viaje comercial independiente haciendo méritos, como así fue, para convertirse en el primer marino holandés en dar la vuelta al mundo (tarea que la propia expedición en la que se había enrolado William Adams hubiera llevado a cabo de no haber quedado detenidos en su escala japonesa). Pues bien sabemos como anécdota que, a la altura de las Filipinas, Olivier se encontró de una manera fortuita con un junco japonés.
No eran por tanto incapaces de surcar los mares los japoneses y su retraso a la hora de expandir sus redes comerciales en la zona podía achacarse, como en el caso de los chinos, más a cuestiones políticas y culturales que puramente técnicas. A este respecto hay que resaltar la insistencia en el cierre sobre sí mismas de las sociedades del Extremo Oriente de la época, siempre buscando la impermeabilidad ante las influencias externas. Todo ello en oposición al carácter aventurero, explorador y expansivo de la mentalidad europea postmedieval, un tipo de sociedad comparativamente más abierta, menos quisquillosa a la hora de mantener su “pureza” y más interesada en intercambiar puntos de vista con otras culturas cuando no en expandir sus propios puntos de vista por el planeta a cualquier precio.
Como estamos viendo al menos durante unos años y bajo el impulso de aventureros y emprendedores foráneos como Adams esos puntos de vista se intentaron dejar atrás en el caso de Japón. De esta forma hasta una docena de europeos y casi el mismo número de comerciantes chinos recibieron autorizaciones para sumarse al resto de mercaderes que en ese momento comerciaban con Japón. Pero con una salvedad, quienes empleaban para ello las nuevas concesiones comerciales con el Sello Rojo del Bakufu (es decir el gobierno del Shogun) operaban en la práctica como una nueva especie de gigantesca compañía comercial en este caso a favor de intereses puramente japoneses incluso estableciendo enclaves permanentes ocupados por mercaderes y ciudadanos japoneses en puertos de Vietnam o Thailandia. Quizás de esta forma Japón intentaba imitar en otras zonas más atrasadas algunas estrategias que los occidentales habían puesto en práctica en el territorio japonés.
El viento cambia
En ese año de 1614, Adams a la vez que conseguía una concesión comercial para sí mismo puede decirse que alcanzaba el cenit de su influencia. Mientras tanto el Shogunado, de motu propio, decretó la expulsión de todos los cristianos extranjeros, entre ellos todos los monjes jesuitas y la prohibición del cristianismo para los naturales en Japón. Cientos de miles de Kirishitans (cristianos nativos) tuvieron que pasar a la clandestinidad o huir hacia tierras próximas
(en cierta forma algo semejante a lo que les había ocurrido unos años antes a los moriscos hispanos), en este caso muchos emgiraron hacia el puerto de Macao o las Filipinas españolas. La relación de fuerzas que había empezado a cambiar con la llegada de William Adams a Japón tomaba su rumbo definitivo; los portugueses eran así expelidos definitivamente de la historia de Japón mientras el propio Adams llegaba a reunirse con algunos oficiales japoneses para informar de la viabilidad de un posible ataque a las Filipinas.Sin embargo pronto el rumbo de los acontecimientos dejó de favorecer la suerte de Adams por primera vez desde que estaba en el país. En 1616 murió Ieyasu Tokugawa, quien de facto ya llevaba varios años retirado de la cúspide del poder y había traspasado progresivamente casi todas sus atribuciones a su hijo Hidetada el cual pasó a ser el nuevo hombre fuerte del país.
La muerte de Ieyasu, su gran valedor, fue un golpe mortal para Adams. Aún cuando el nuevo shogun no tuviese nada contra él tampoco tenía nada a favor, por tanto Adams dejó pronto de gozar de influencia en la corte.
Asimismo las aventuras comerciales emprendidas por Adams en aquellos años al servicio indistintamente de la East India Company inglesa y del shogunado gozaron de suerte desigual. Hasta el año de 1618 aún realizó varios viajes comerciales, entre ellos uno a Siam y dos a la Cochinchina. Pero el hombre del momento pasó a ser uno de los viejos compañeros de Adams que también había llegado a Japón a bordo del Liefde. En concreto un holandés de nombre Jan Joosten van Lodensteijn nativo de Delft.
Dentro del nuevo sistema de concesiones comerciales a particulares Joosten gozó de una fortuna particularmente buena (al menos antes de ahogarse en uno de sus viajes comerciales) y llegó a poseer diez barcos que operaban solo para él. Pronto se le concedió una mansión en Edo y al igual que antes en el caso de Adams se le promocionó a la categoría de samurái -con el nombre de Yayosu- para así garantizar su fidelidad a los intereses de la dinastía. Poco después también se le otorgó una renta anual, el derecho a una esposa japonesa y a entrar en el rango de los hatamoto.
Mientras todo esto sucedía la fortuna y la salud de Adams se fueron resintiendo hasta morir cerca de Nagasaki en mayo de 1620 a los 55 años de edad.
Hasta aquí más o menos la historia de William Adams y de otro aventurero de su tiempo (el propio Jan Joosten) quienes realizaron el sueño de viajar a un mundo lejano, a una cultura extraña, integrarse en ella, asumirla como propia, convertirse en samurái y subir en la escala social como nunca habían soñado llegando de alguna forma a ser protagonistas en la sombra de grandes cambios históricos en cuanto a las relaciones políticas en el Extremo Oriente de la época. Es de notar además que su ascenso social no se debió a sus méritos como guerreros sino a su éxito como comerciantes y diplomáticos.
No obstante, aunque parecen hermosas aventuras que a todos nos gustaría protagonizar, en la vida de estos hombres también hubo sombras. Parece ser que Joosten se convirtió en un alcohólico en sus últimos años. En el caso de Adams la vida familiar contra lo esperado no fue feliz. Adams al partir para su viaje dejó en Inglaterra una esposa y dos hijos. Más adelante ya en Japón, durante su época de cercanía a Ieyasu, era alguien demasiado importante para el Shogun como para que se le concediese una autorización de cara a simplemente marcharse del país para siempre. Pasado el tiempo parece claro que el propio Adams perdió el interés en regresar a Europa, donde no era alguien importante, así que dado que nunca regresó a Inglaterra, ni tampoco los hizo llamar junto a sí, nunca volvió a ver a su familia allí. Por contra hasta su muerte no dejó de enviarles dinero a través de algunos barcos comerciales que regresaban a Inglaterra u Holanda.
Por otro lado su matrimonio con una exótica mujer japonesa, Oyuki, sobre el papel sería el sueño de algunos. Al principio así fue, Oyuki le dio dos hijos que tomaron nombres occidentales: Joseph y Susanna. Pero la pareja se hallaba mal avenida en la época de la muerte de Adams quien en concreto esperaba otro hijo con una nueva mujer. Parece ser que entre otras cosas Oyuki en algún momento se había vuelto una fervorosa católica pese a las consecuencias que esto debía de tener siendo Adams a su vez un protestante antipapista convencido. En todo caso tras la muerte de Adams el señorío feudal y la posición alcanzada por él fueron transmitidos a su hijo mestizo Joseph del que poco o nada se sabe.
Tras todos estos sucesos pronto las cosas cambiaron definitivamente en Japón dando por concluida la era de apertura. Tres años después de la muerte de Adams la sucursal japonesa de la East India Company inglesa tuvo que cerrar desprovista de su gran valedor. Asimismo sabemos que en 1628 una flota española destruyó un navío japonés que intentaba mantener abiertos los vínculos comerciales con Thailandia; es evidente que por entonces españoles y portugueses despechados intentaban marcar su territorio desde sus bases en la zona.
En 1634 el Shogun ordena el cambio total y definitivo de política hacia el cierre del país a toda influencia extranjera. Los últimos comerciantes extranjeros en Japón, los holandeses, fueron confinados en el mítico islote de Dejima, una minúscula isla artificial construida en la bahía de Nagasaki. Además, en consonancia con ello a lo largo de los siguientes años se implementaron una serie sucesiva de medidas como la prohibición de los viajes al exterior por parte de súbditos japoneses, la prohibición de la entrada en el país a los extranjeros sin un permiso especial o la prohibición total del comercio con el exterior (salvo la excepción mencionada del enclave de Dejima que pasaría a ser a lo largo de los dos siglos siguientes casi el único punto de contacto de Japón con el exterior). Fue la llamada política Sakoku (o de “país encadenado”) de la era Edo.
Asimismo el cierre del país a toda influencia externa se complementó con una política interior de desmovilización y confiscación de armas de fuego, volviendo la primacía de las espadas. Debido a esa involución que conllevó la preponderancia forzada de las armas blancas sobre las de fuego (justo lo contrario de lo que estaba ocurriendo en los países que en adelante marcarían la pauta militar) y también debido a lo siguientes dos siglos de paz ininterrumpida el militarismo japonés se estancó temporalmente en el estudio de diversas tradiciones, mitos y técnicas de esgrima ridículamente grandilocuentes, cuando no directamente inútiles, pero que son el germen de la mitología samurái que el cine jidaigeki (especialmente en su subgénero chanbara) y el manga japoneses han difundido por todo el globo en época reciente. En esa tesitura y por mucho que entrenaran las katanas japonesas nunca lograron cortar a distancia (siento decepcionar a algunos que puedan sentirse engañados al descubrirlo).
Ese cierre del país en todo caso proporcionó paz interna después de más de un siglo de guerra incesante y también un cierto renacimiento de las artes, pero al precio del total estancamiento económico y tecnológico. A la altura del año 1600, incluso algo después, Japón, al igual que China, poseía las precondiciones para competir casi de igual a igual con los reinos europeos en auge. De haber profundizado en una política de expansión comercial agresiva o de intercambios y copia tecnológica adecuada con respecto a los reinos europeos quizás China y/o Japón podrían haber accedido de forma autónoma y precoz al mundo capitalista e industrial.
En cambio dos siglos de aislamiento después, cuando otro “bárbaro” anglosajón llegó en un barco a despertar al Japón de su sueño lo hizo de forma muy diferente a como en su momento llegó William Adams a las playas del país. Y es que en 1854 el comodoro Matthew Perry se presentó en las costas de Japón partiendo de una posición de superioridad clara al mando de una flota estadounidense moderna mientras que la tecnología bélica y naval japonesa no solo no había avanzado respecto a los inicios del s. XVII sino que incluso había retrocedido, a la vez que la economía y la sociedad del país seguían inmersas en unos niveles de desarrollo propios de nuestro Medievo feudal.
Yasuke
Como alguno puede haber adivinado (una de las imágenes que acompañan a este texto no deja de ser un guiño a ese hecho) la vida de William Adams inspiró el personaje de John Blackthorne en la novela Shogun (1975) de James Clavell así como la posterior miniserie del mismo nombre emitida en 1980.
No obstante si usted ha llegado hasta aquí (enhorabuena) debe saber que en cierta forma le he engañado porque falta algo. En realidad hoy sabemos que William Adams no fue, contra lo que se pueda pensar, el primer samurái no japonés. Ese honor por extraño que parezca queda reservado a un esclavo africano procedente de la costa del actual Mozambique que llegó a Japón en 1579, más de 20 años antes del viaje de William Adams. En su caso llegó a Japón al servicio de un jesuita italiano. Dos años después de su llegada entró casualmente en contacto con Oda Nobunaga, el gran señor de la guerra del momento, al cual le llamó la atención su piel negra, su elevada estatura y su enorme fuerza. Nobunaga insistió en tomarlo a su servicio y poco después lo nombró samurái con el nombre de Yasuke. Sin embargo al año siguiente Oda Nobunaga cayó víctima de sus enemigos, tras esto Yasuke combatió al servicio del hijo de Nobunaga durante un corto espacio de tiempo antes de rendirse. Se le perdonó la vida y Yasuke -el cual por entonces aún era muy joven, posiblemente ni siquiera llegaba a los treinta años de edad- decidió volver a la vida eclesiástica, más tranquila que la de samurái guerrero. Nada más se sabe de su vida en adelante.
Foto 1: Un mapa histórico que muestra bien a las claras esa atomización de cuño feudal de la que se habla.
Foto 2: Carraca Nanban, el "Barco Negro".
Foto 3: Fotograma de la serie "Shogun" (1980) escenificando una recepción en el castillo de Osaka.
Foto 4: Maqueta a escala de un barco japonés de la época integrante del sistema del Sello Rojo. National Museum of Japanese History.
Foto 5: Mapa japonés de finales del s. XVI o principios del s. XVII elaborado siguiendo el modelo de los viejos y ya obsoletos portulanos europeos. Tal vez fue obra de algún cartógrafo portugués que vivía en el país a encargo de algún señor local.
Foto 6: El inimitable James "The Dragon" Kelly haciendo... dios sabe qué, en un blaxploitation de los años 70 titulado "Black Samurai", el cual no tiene nada que ver con lo que estamos contando, pero bueno.