Para los habitantes de Cartagena o de la provincia de Murcia en general,  oír hablar del Sirio no es nada extraño, desde pequeños escucharon su historia, la compartieron y la transmisión oral ha sido un vínculo histórico entre ellos, agrandando la leyenda del naufragio de este barco. Sin embargo, en el resto de España y del mundo, el Sirio es un gran desconocido, exceptuando la comunidad científica o los realmente interesados en la historia de naufragios, habiendo sido el mayor naufragio civil de la historia de la navegación en nuestro país y una de las catástrofes más importantes de la historia europea. Su historia, sin icebergs que rajen el casco, es anterior a la del gigante de  Southampton, no mucho, sin embargo la leyenda de uno y otro, y la sombra que proyectaron en el mundo, no lo son. ¿Por qué? Las claves pueden estar en las vergüenzas de una sociedad europea donde miles de personas emigraban al nuevo mundo, que esconden los secretos de aquel barco de lujo italiano, la vergüenza de la vieja Europa donde el hambre era común, la falta de oportunidades y la miseria que siempre se ha negado, las victimas sin nombre, como siempre y en este caso, incluso sin número.

Es muy común en los relatos del Sirio, escuchar proezas heroicas de salvamento, que lo fueron, de otros buques que se encontraban por la zona,  también de los numerosos naufragios en la zona, pero se hace hincapié en eso, y no en las victimas reales y totales de un naufragio vergonzoso de tal envergadura.

El Sirio era un vapor de la Navigacione Generale Italiana, construido en Glasgow, y botado el 26 de Marzo de 1883. Durante sus 25 años de navegación, surcó casi siempre la misma ruta, como puerto de partida Génova, y desde allí realizaba varias paradas en puertos españoles (Barcelona y Cádiz eran las escalas oficiales), luego continuaba su travesía hacia América con escalas en las Islas Canarias y en Cabo Verde y desde allí directamente iba a sus puertos de destino; Río de Janeiro, Santos y Buenos Aires, destino final del viaje.

En un principio la tarifa del viaje dependía, lógicamente, de la clase donde se embarcara. Había sitio para 30 pasajeros de primera, situados en la popa del barco y totalmente independientes del resto, que disfrutaban del lujo de un crucero, costando el billete 750 liras-oro. Los de segunda clase, alrededor de 50 se localizaban cerca del puente de mando, también separados del resto y con camarotes que sin llegar al lujo de los de primera, tenían unas muy adecuadas condiciones, todo ello por un precio de unas 550 liras-oro. Los de tercera por su parte, viajaban en seis ranchos, cada uno de 90 personas en las partes más interiores del barco por una cantidad de 160 liras-oros, en camarotes donde se aglomeraba la gente.  En total podían viajar unos 1300 pasajeros, pero como hemos avanzado antes, esto sólo es la teoría.

El día 2 Agosto de 1906, el Sirio partía hacia una nueva travesía de las tantas que había realizado cruzando el charco. En el puerto Federico Guglielmo de Génova se agolpaban los familiares de los primeros embarcados en Italia para despedirlos en lo que sería un viaje a América que, sobre todo para los de tercera clase, se presagiaba como un viaje sin retorno en busca de nuevas oportunidades en el nuevo mundo, unas oportunidades reales pero ficticias, estarían mejor que en Europa, pero la realidad americana era muy distante de ser cómoda, seguramente trabajarían de jornaleros, después de pasar varios días hacinados en uno de los hoteles de emigrantes de Brasil o Argentina, desde donde serían contratados por un terrateniente. Se sabe que sólo a Argentina, llegaron más de cuatro millones de personas desde 1800 a 1914, la mayoría de Italia (sobre unos dos millones y medio) y España (más de un millón de personas), y unos cinco millones de europeos en general a Brasil.  La tripulación, por su parte, estaba compuesta por ciento veintisiete hombres.

Pero nadie sospechaba ese día de verano que este sería el último viaje del Sirio. Sí el de su capitán, José Piccone, nacido en 1838 y con 68 años de edad, que contaba ya con 46 años de navegación a sus espaldas y era el capitán decano de la Compañía Italiana de Navegación, y que contaba con que este sería su última singladura al mando del Sirio.  José Piccone era un hombre de pocas palabras, apreciado por sus marineros por sus condiciones, pero no por su personalidad.

El Sirio partió con normalidad e hizo su primera escala en Barcelona. Entre sus pasajeros encontramos algunas personalidades como Don José Marcondes, arzobispo de Belén de Pará, el tenor italiano José Maristany, el maestro Hermoso, antiguo director del Hospicio de Madrid, o la cantante Lola Millanes, son sólo algunos ejemplos.  En teoría serían 21 días de navegación hasta llegar al destino Buenos Aires, pero sólo en la teoría.

El Sirio formaba parte de un entramado de dinero negro y negocio clandestino. Un negocio que jugaba claramente con la ilusión de las personas, a las que se trataba como mercancía, y de las que se beneficiaban numerosos “navegantes” de la época. El Sirio sólo era uno más, y su capitán, un simple peón en un sistema injusto y negligente. Como muchos barcos de vapor, realizaba “paradas” fuera del guión, paradas para recoger a los pasajeros sin nombre a cambio de una menor cantidad de dinero hasta rebosar de gente las bodegas, para que viajaran entre humedades esos días, y luego llegaran como mano de obra barata al nuevo mundo.

El Sirio después de su salida de Barcelona, se sabe que fondeó en distintos puntos de la costa española para embarcas emigrantes ilegales.  Ha quedado más que demostrado que el Sirio había recogido clandestinamente en Alcira a un número indeterminado de personas sin billete, que pagaban la cantidad de 100 pesetas al capitán. Precisamente por esta avaricia descontrolada y ese afán de hacer dinero del desamparado, se dirigía al puerto de Águilas el 4 de agosto, haciendo una navegación de cabotaje por el Bajo de Fuera de las Islas de las Hormigas en Cabo de Palos, navegando muy cerca de la costa para un barco de tal calado. En cualquier caso, no era la primera vez que lo hacía así y tenía además, la intención de realizar escalas con el mismo objetivo en Almería y Málaga antes de llegar a Cádiz.  Todas estas escalas no previstas provocan que nunca se sepa el número de personas que realmente viajaban, pues no figuraban relacionadas en los correspondientes registros de pasajeros.

Navegando a toda máquina debido a la competencia existente entre los buques de la época para completar en menor tiempo la travesía, sobre las cuatro de la tarde, el Sirio embarrancó en el Bajo de Fuera de las Islas Hormigas. Un ensordecedor crujido se produce al chocar el vientre del barco con la roca, que incluso se escucha desde tierra, la mayoría de los pasajeros caen al suelo.  La sala de máquinas y las calderas son una ratonera para la tripulación, muchos pasajeros quedan atrapados en la popa en los toldos que protegen del sol mientras caen al agua, otros intentan trepar hacia la popa, pero en ese momento estallan las calderas, causando numerosas víctimas.  El capitán Piccone y sus oficiales son los primeros en abandonar el barco, sin saber reaccionar ante la magnitud de la tragedia.  Se produjeron luchas en cubierta por alcanzar los botes salvavidas, incluso con disparos. Algunos buques mercantes de la zona se niegan a auxiliar al Sirio por el miedo a varar al aproximarse.

Aun así se sucedieron algunas imágenes heroicas y dantescas, entre las que cabe destacar la petición de Lola Millanes al maestro hermoso de un revolver para quitarse la vida, momento en el que cae al mar y no consigue auxilio. En el momento del siniestro el “Cristo” se encuentra en las proximidades y logra auxiliar a 65 personas.  Vicente Buigues, patrón del pailebote “Joven Miguel” enfiló hacia el casco semi sumergido,  incluso con la negativa de parte de la tripulación que temía en perder también la vida. Imponiéndose con un revólver suelta cabos para que se acojan a ellos los que están en el agua.  La única posibilidad de salvar a la gente era metiendo el botalón bajo el puente del Sirio, y es lo que hace, en un obra muy temeraria. Amarra el pailebote y tiende un puente entre su barco y el Sirio. En total salvó a unas 350 personas que desembarcaron en Cartagena y fueron atendidos en el Teatro Circo de la ciudad. Otros barcos consiguieron también salvar a varios pasajeros como el bote de pesca “Virgen” o el “Joven Vicente”.

El Sirio permaneció 17 días varado hasta desaparecer por completo el 21 de Agosto de 1906. Si la tripulación hubiera actuado sin desesperación se hubieran salvado muchas más vidas.  Teniendo en cuenta los que se salvaron y el número de pasajeros que iban a bordo se calculó que fallecieron 370 personas.  Pero estas cifras son muy engañosas, debido al gran número de emigrantes que había en las bodegas, pudieron ser muchos más.

Por ello, el Sirio se convirtió no sólo en el mayor accidente de la navegación civil de la historia de nuestro país, sino también en la primera vergüenza de un mundo europeo que tapó la verdad, los nombres de los que murieron, el verdadero número de víctimas, y en el ejemplo más siniestro de la avaricia humana por hacer dinero con la pobreza del otro, aunque de esto último, viendo los casos de la emigración en el estrecho, o el último naufragio en Lampedusa,  poco ha aprendido el ser humano.