La velada estuvo cargada de polémica a partir de la intervención de Patrice Lumumba, el carismático Primer Ministro del Congo. Las convenciones seguidas y acordadas entre belgas y congoleños se habían respetado hasta su aparición. El moderado Joseph Kasa-Vubu había seguido la línea abierta por el rey de los belgas Balduino. El monarca destacó las bondades del colonialismo y el progreso del Congo bajo el ojo protector de la metrópolis, e incluso se permitió una mención a la humanitaria labor de Leopoldo II, el sanguinario propietario del Congo entre 1885 y 1908 –con cifras que rondan los 10 millones de muertos durante más de dos décadas de esclavitud y explotación-. Kasa-Vubu, presidente del Congo, destacó las posibilidades que se abrían para los dos países, y en ningún momento rebatió los argumentos del rey europeo. Y entonces llegó Lumumba.
El primer ministro, partidario de un Congo soberano a partir de la explotación de sus propios recursos, recordó los sufrimientos durante los años de colonialismo, y destacó que, aunque se hubiera conseguido la libertad, el sufrimiento y la lucha del día a día habían sido necesarios para lograr tal estatus político. Para muchos periódicos occidentales de la época, su discurso fue considerado una falta de respeto hacia Balduino, y a partir de ahí los recelos hacia el líder congoleño se multiplicaron a medida que el clima político se iba enrareciendo.
El intento de secesión de Katanga, liderada por Moïse Tshombe, y la división interna del Congo en diversas facciones apoyadas por potencias extranjeras, hicieron que el sueño de Lumumba, anunciado en un día como hoy, se hiciera trizas en apenas unos meses. Depuesto en setiembre, fue eliminado en enero de 1961. Un batallón en Katanga acabó con su vida: su cuerpo fue descuartizado y disuelto en ácido sulfúrico. Pese a ser fusilado por las fuerzas de Tshombe –que vivió en España unos años después-. su asesinato no se puede entender sin el apoyo clave de los servicios secretos de Bélgica, los EE UU, y el Reino Unido.
‘La independencia del Congo es un paso decisivo para la liberación de todo el continente africano’. Más de medio siglo después, las palabras de Patrice Lumumba retumban con fuerza en el corazón de un continente que enterró su discurso con una dictadura prooccidental (la de Mobutu Sese Seko, apoyado por los EE UU) que duró más de tres décadas, y que vivió después dos guerras cuyas secuelas siguen notándose en la actualidad. El día de hoy representa la conmemoración de una historia que pudo haber sido y no fue, el inicio de un cuento con final abrupto cuyos culpables siguen sin ser juzgados. Y hoy, ahora mismo, la pasividad de la comunidad internacional ante el saqueo del Congo sigue siendo la mayor vergüenza de un mundo globalizado sin conciencia global. Con los innumerables desafíos del Congo actual, los objetivos de Lumumba siguen, 53 años después, más vigentes que nunca.