A mediados del siglo XVIII, Pau era una ciudad francesa en declive, cercana a la frontera con España. Quitando la universidad de la que era sede, el lugar no contaba con ningún atractivo especial. Indiferentes a las intrigas palatinas, la subsistencia ocupaba las mentes de sus habitantes. Entre los chiquillos que jugaban por las calles se encontraba el hijo del procurador, Henri Bernadotte. Ajeno y despreocupado ante el futuro, el pequeño Jean Baptiste no podría haber imaginado, ni en los mejores sueños de la infancia, lo que el destino le tenía deparado.
Comienzos en el ejército
Jean Baptiste Bernadotte no demostró ninguna cualidad especial en su juventud, era un muchacho común. Queriendo conocer mundo, se alistó al ejército en 1780, cuando contaba con 17 años. En primer lugar, fue destinado a Córcega, en posesión francesa desde pocos años atrás, para después ser enviado a Coillure.
Hasta 1789, el único detalle que conocemos es que fue ascendido a sargento. La Revolución Francesa le daría oportunidad a él, y a otros jóvenes militares del país galo, de demostrar sus cualidades en el campo de batalla y emprender un meteórico ascenso en el ejército. Simpatizó con los revolucionarios, a los que juró fidelidad. A su nombre añadió el de Jules en honor de Julio César, un acto típico de aquellos turbulentos días. A la altura de 1794 ya era general de división tras haber colaborado en la victoria de Fleurus. Sin embargo, lo que le haría saltar a la escena pública fue su participación decisiva en la retirada del ejército francés, tras haber sido derrotados por las tropas austriacas en la Batalla de Theiningen.
En 1797, Bernadotte seguía destinado en el Rin. Allí recibió un encargo del Directorio, debía llevar sus tropas a Italia para reforzar el maltrecho ejército de un ambicioso general, Napoleón Bonaparte. La rápida resolución del palois contribuyó en gran medida al éxito de la empresa francesa en la Península Apenina. El general se ganó la confianza y respeto del futuro emperador galo, que le tendría muy en cuenta para sus próximos planes.
Poco después, Bernadotte dejó de lado sus obligaciones castrenses, fue destinado a Viena como embajador en 1798. Su estancia en Austria sería corta y no exenta de dificultades debido a la hostilidad que la República Francesa suscitaba entre las potencias europeas. Se cuenta que su primer acto oficial en Viena fue el izado de la bandera tricolor en el pabellón de la embajada. La población local, enfurecida, amenazó con asaltar el edificio e inició un motín. El fuerte carácter de Bernadotte y Napoleón les provocó frecuentes enfrentamientos Tras el incidente fue relegado de su cargo y regresó a Francia. Ese mismo año emparentó con José Bonaparte, tras contraer matrimonio con Desirée Clary, hermana de la esposa del futuro rey de España.
El traspié de Viena no le hizo perder la confianza de los gobernantes del país vecino. Fue nombrado ministro de guerra, labor que desempeñó con enorme fidelidad a los principios revolucionarios. Napoleón se encontraba planeando el golpe del 18 de Brumario, y ofreció a Bernadotte participar en él, a lo que se negó, iniciando su enemistad con el “pequeño cabo”.
Mariscal de Napoleón
Tras llegar el corso al poder, Jean Bernadotte fue apartado durante un tiempo de la escena pública, siendo destinado a la Vendée. Sin embargo, sus excepcionales dotes militares le valieron ser escogido como uno de los dieciocho mariscales de Francia. Antes de llegar a 1810, año en el que su vida daría un vuelco de 180 grados, fue gobernador en Hanover, las ciudades Hanseáticas y honrado con el cargo honorífico de Príncipe de Pontecorvo.
Pese a esto, sus tensiones con el ya emperador francés habían seguido aumentando. Napoleón le recriminó que no le ayudase en las batallas de Jena y Auerstadt y, tras una seria discusión, en 1809 quedó relegado del cargo. Fue nombrado embajador en Roma, y ya se preparaba para salir hacia la Ciudad Eterna cuando le llegó el ofrecimiento que cambió su vida, la corona de Suecia.
La corona de Suecia
En este punto el lector se preguntará: ¿qué relación tenía un general napoleónico, proveniente del sur de Francia, con el país nórdico? Para encontrar la respuesta hay que retrotraerse a sus tiempos como gobernador en las ciudades Hanseáticas y conocer el complejo contexto de la Península Escandinava.
El año 1809 fue muy duro para Suecia, que se enfrentó en una cruenta guerra a Rusia tras la que perdió Finlandia. El parlamento, molesto por la pérdida del territorio y por el absolutismo del rey Gustavo Adolfo IV, decidió derrocar al monarca. En su lugar ascendió al trono su anciano tío, Carlos XIII, de talante más liberal y carácter débil, en una hábil maniobra política de la cámara para recuperar las riendas del gobierno. La avanzada edad del rey y la falta de sucesor le inclinaron a adoptar a un príncipe danés, Carlos Augusto. La repentina muerte de este, algunos afirman que fue asesinado en otra oscura maniobra del parlamento, desbarataron sus planes.
Suecia era país hundido anímicamente tras la pérdida de Finlandia Unos años antes Bernadotte, durante su estancia en las ciudades Hanseáticas, había tratado de invadir Suecia por orden de Napoleón. El plan fue un fracaso, pero una eficaz labor propagandística para el gobernador, que sin pretenderlo se ganó el respeto del gobierno de Estocolmo. Su trato cortés y gentil a los prisioneros suecos le granjeó reputación de hombre piadoso. Además, la fama de sus grandes dotes militares había corrido por toda Europa y Suecia aún anhelaba recuperar Finlandia. De ese modo, un noble sueco, el barón Otto Morner, decidió motu proprio ofrecerle la corona de su país, y el general, abiertamente republicano, aceptó. El gobierno escandinavo, enfurecido, encarceló al barón en cuanto volvió al país, pero la candidatura de Bernadotte ganó adeptos y fue proclamado príncipe heredero.
Uno de sus mayores patrocinadores fue Napoleón, quien vio en él una oportunidad perfecta para controlar el territorio con un rey títere. Se equivocó de cabo a rabo. Las riendas del poder en Suecia recayeron en Bernadotte, quien conocía perfectamente el funcionamiento del ejército francés. El general, en este caso, no atendió al patriotismo y se alió con Gran Bretaña en la Sexta Coalición. Las aptitudes militares del príncipe sueco le valieron ser proclamado comandante en jefe del ejército del norte de Europa, y los viejos enemigos se midieron en el campo de batalla.
Tras la victoria ante Napoleón, Suecia tuvo una posición fuerte en el Congreso de Viena de 1815, y le fue reconocida la conquista de Noruega, efectuada pocos meses antes. En 1818 Carlos XIII murió, y Jean Bernadotte, el pequeño niño que corría por las calles de Pau, era confirmado como rey de Suecia y de Noruega. Su gobierno fue estable y el liberalismo progresó. No recuperó Finlandia, pero sus dotes militares le valieron Noruega. En 1844, tras 26 años de reinado, Carlos XIV murió, dejándole el trono a su hijo Oscar. Su muerte es protagonista de una de las anécdotas e ironías más ácidas de la historia. Los médicos encontraron en su cuerpo un tatuaje que rezaba “Muerte a los reyes”, casi con total seguridad elaborado durante la Revolución Francesa. Aquel republicano que fue rey, fundó la dinastía de Bernadotte, que hoy en día continúa reinando en el país escandinavo y goza de gran popularidad.
Imágenes
- Coronación de Jean-Baptiste Bernadotte como el rey Carlos III Juan de Noruega, de Jacob Munch. Palacio Real de Oslo.
- Carlos XIV Juan, de Fredric Westin.