Papas que yacían libremente con sus concubinas, papas que no dudaban en acostarse con sus madres o sus hermanas, papas que disfrutaban de las más oscuras perversiones, pero, sobre todo, papas dominados por dos mujeres, Teodora y Marozia. El linaje de esta mujer, perteneciente a una de las más distinguidas familias romanas del Alto Medievo (los condes de Tusculum), fue quien puso y dispuso a todos los sucesores de San Pedro durante el periodo que se comprende entre la elección del papa Sergio III, en 904, y el final del pontificado de Juan XI, en 935, aunque su influencia se deja sentir hasta 964, con la muerte del bisnieto de Teodora, Juan XII. Durante los primeros treinta años, la Iglesia estuvo regida por una mujer, ya fuese Teodora o Marozia. Por todo ello, César Baronio, cardenal italiano del siglo XVI, decidió calificar a este periodo como una pornocracia.

La dignidad papal venía en caída libre desde el culmen que supuso la época de Carlomagno. Desde el siglo IX, los condes de Tusculum, señores feudales, venían condicionando todas las elecciones papales. Cada vez más, el poder político de la Santa Sede estaba controlado por familias rivales entre sí. Esto fue corrompiendo al que ocupaba la silla de San Pedro, aquel que, se suponía, debía representar la unidad del cristianismo católico.

Teodora, Marozia y sus descendientes detentaron el poder efectivo del papado durante casi 70 años

Si ponemos como punto de partida para el contexto previo a la pornocracia el año 882 y como últimas consecuencias de ella el año 1000, veremos cómo en 118 años se sucedieron 31 papas, un ritmo mucho mayor que en los siglos precedentes. Los primeros papas eran ancianos apoyados por facciones rivales, por lo que es fácil aceptar que murieran al poco de alcanzar el pontificado. Lo anecdótico viene cuando comienzan a aparecer papas veinteañeros y adolescentes, todos títeres en manos de Teodora o Marozia, que, en ocasiones, ni superaban el año de pontificado, siendo bastante normal que fueran depuestos o murieran a las semanas o meses de alcanzar la más alta dignidad cristiana.

Comienza la pornocracia: Sergio III

Este periodo se remonta a Teodora, la madre de Marozia, a la que Liutprando, obispo de Cremona, describió en su Antapodosis como “cierta ramera sinvergüenza”. Esta mujer dio paso a la influencia femenina en el papado instando a Sergio III a asesinar a su predecesor, Cristóbal, al que declaró antipapa. Este papa es denostado por multitud de historiadores, como Baronio, que lo describe como un monstruo.

Teodora había dado a luz a una niña en 890 a la que llamó Marozia, que se convirtió, apenas 15 años más tarde, en la concubina de Sergio III. Así, madre e hija se hicieron con el control absoluto de la corte de este papa, llenando la silla papal de “hijos bastardos y convirtiendo su palacio en un laberinto de ladrones”. Sergio III gobernó Roma como un auténtico señor feudal, prestando poca atención a lo que deberían ser sus funciones, la administración y dirección de la Iglesia.

Entre los más repugnantes actos de este papa, destaca el segundo juicio al cadáver del papa Formoso. Éste había actuado en contra de la familia Espoleto durante su pontificado. Por ello, había sido juzgado póstumamente durante el Sínodo Cadavérico, en el que Esteban VI le desenterró, le vistió con los atributos papales y le condenó por ser papa sin ser obispo de una diócesis italiana -lo era de Oporto-, cosa incompatible para ser consagrado. Ante tal agravio, fue restituido por el sucesor de Esteban, el papa Romano y ratificado por Juan IX. Pero Sergio III, apoyado por los Espoleto, repitió la infamia y arrojó los restos al río Tíber.

Marozia tuvo un hijo con Sergio III, el futuro Juan XI

Marozia se casó en 905 con Alberico de Espoleto, un noble toscano que había ido ganando poder y se había convertido en uno de los señores que más influencia tenían en la Ciudad Eterna. Esto no era más que una maniobra orquestada por Teodora para situarse a ella y a su linaje en una posición aún más privilegiada. Marozia, a pesar de estar casada con Alberico, seguía siendo la amante de Sergio III. El pontífice le engendró un hijo, que fue legitimado por su marido, el que sería el papa Juan XI.

Fuera de los escándalos, este papa fue utilizado por el emperador de Constantinopla, León VI, para que autorizara su cuarto casamiento con Zoé, con la que había tenido un hijo, su único heredero, el que sería Constantino VII. El patriarca de Constantinopla se negó a concederle el permiso, pues no estaba permitido contraer matrimonio cuatro veces. El emperador se valió del papa, que, además, veía una forma de reafirmar su poder universal como cabeza de toda la Cristiandad por encima del patriarca constantinopolitano.

Anastasio III y Landón fueron impuestos por Teodora y Marozia, las mismas que ordenaron su muerte

Sergio III murió en 911, siete años después de alcanzar el poder; siete años durante los que gobernaron, de forma efectiva, madre e hija, Teodora y Marozia. Anastasio III fue un "pelele" en manos de la nobleza romana, lo mismo que su sucesor, Landón. Entre ambos no gobernaron más que tres años. Sus nombramientos fueron inducidos por las manos de las dos mujeres más astutas del momento, al igual que su caída. Se aseguraron de que fuese nombrado obispo de Rávena el amante de Teodora, Juan. Esto lo hizo Landón. Una vez reunidos los requisitos que se habían de tener, solo Landón se interponía entre Juan y el papado. Al igual que Anastasio III, fue asesinado bajo los designios de Teodora y Marozia.

Teodora cede el testigo a Marozia: Juan X

Así, fue como, en 914, Juan X, amante de Teodora, se convirtió en el cabeza de la Iglesia católica. Al contrario de lo que sus promotores pudieron pensar, Juan X demostró no ser una marioneta. Consciente del enorme poder que estaba adquiriendo la nobleza romana, decidió apoyar al trono imperial de Carlomagno a Berengario I. Esto le valió el favor del emperador, que se unió al papado, a los nobles romanos y a los legados de Constantinopla en su lucha contra los musulmanes, a quienes derrotaron en la batalla del Garellano, en 915, expulsándoles de la península italiana. Juan X se convirtió, así, en el primer papa de la historia en ponerse al frente un ejército. “Fue el último destello del pontificado antes del largo eclipse que padeció durante cerca de siglo y medio”, según Rodolfo Vargas Rubio.

Juan X, amanate de Teodora, fue el primer papa en dirigir personalmente un ejército

El emperador fue asesinado en 924 y el papa perdió su principal apoyo y aliado contra la nobleza, capitaneada por Marozia y Alberico. Teodora, su principal valedora, había muerto en 916, así que a Juan X no le quedó otra que pasar a un segundo plano debido al poder que había cobrado Alberico, que se había convertido en un tirano y en el dueño absoluto de Roma, siendo nombrado en 917 “cónsul de los romanos”. El pueblo se cansó de su tiranía y se levantó en armas apoyado por el papa, teniendo que huir Alberico de Roma. La situación quiso ser aprovechada por Juan X para intentar reforzar su posición promocionando a Hugo de Arlés para el cetro imperial, pues Berengario I había sido asesinado en 924. Mientras, Alberico fue asesinado por los húngaros, con quienes había entablado relaciones para que le ayudaran a dar un golpe que destituyera a Juan X para hacerse con el pleno control de la Ciudad Eterna. El papa obligó a Marozia a presenciar el cadáver mutilado de su marido, craso error.

Alberico murió tras una revuelta popular y Marozia quedó enfrentada a Juan X

Marozia había quedado viuda y enfrentada a Juan X, así que vio una oportunidad más para controlar el papado si apoyaba a un candidato rival. El elegido fue Guido de Toscana, hermanastro de Hugo y candidato al Imperio, con el que se casó en segundas nupcias. Este le proporcionó la fuerza militar necesaria para recuperar el control de Roma, apresando al papa. Juan murió en el Mausoleo de Adriano, la fortaleza del ángel, cuatro años después, en 928.

Juan X había llegado a la silla de Pedro de la mano de Teodora y lo abandonó muerto por orden de su hija, Marozia.

El sucesor de Juan X fue León VI, del que poco se puede decir, dado que murió asesinado siete meses después de su elección, en diciembre de 928. El sucesor fue Esteban VII, cuyo pontificado fue algo más largo, pues murió en 931. Los dos, León y Esteban, fueron elegidos gracias a Marozia, quien no dudó en asesinarlos, demostrando, una vez más, quién era la que mandaba.

Juan XI, hijo de Sergio III; fin de Marozia

Marozia se encargó de promocionar, ahora, al hijo que había engendrado con el papa Sergio III, que se convirtió en Juan XI. Al tiempo, falleció Guido de Toscana y la hija de Teodora no dudó en contraer matrimonio con su hermanastro, Hugo de Arlés, aquel a quien Juan X había apoyado en su candidatura al Imperio. Marozia demostraba, de nuevo su habilidad. Esta relación podría haber sido tumbada por incesto, habiendo, además, repudiado Hugo a su anterior mujer. Aun así, necesitaría de una bula papal por razón de parentesco. Evidentemente, le fue concedida por su hijo. La boda se habría de celebrar en la primavera de 932, y Marozia se convertiría en reina consorte de Italia.

Y hasta aquí pudo señorear Marozia a su antojo. El día que había de contraer matrimonio con Hugo de Arlés, el hijo que tuvo con su primer marido, también llamado Alberico, se apoderó de Roma, expulsó a Hugo y encarceló a su madre de por vida. Este fue el fin de la hacedora de papas, pero su influencia no moriría aquí. Alberico, su hijo, se convirtió en el hacedor de papas. A su vez, encerró a su hermanastro, el papa Juan XI en el palacio de Letrán, donde murió cuatro años después, en 936.

Alberico, hijo de Marozia, derrocó a su madre y confinó a Juan X hasta su muerte, convirtiéndose en hacedor de papas

Algunos historiadores sitúan el fin de la pornocracia en 936, con la caída en desgracia de Marozia, pero lo cierto es que, a partir de esta fecha, quien se convierte en el hacedor de papas es su hijo Alberico. Dicho lo cual, muchos otros alargan este periodo de la historia de la Iglesia hasta Juan XII, hijo de Alberico y nieto de Marozia.

Alberico, el hacedor de papas

En los 19 años que van desde 936, cuando muere Juan XI, a 955, con la elección de Juan XII, cuatro papas ocuparon la Santa Sede. Una vez más, queda patente como fue un periodo de inestabilidad y de papados muy cortos. Durante este periodo, el hijo de Marozia se encargó de hacer y deshacer papas a su antojo, tal y como hizo su madre.

Los papas de este periodo no tuvieron gran importancia y se sucedieron con gran celeridad. León VIII fue el sustituto de Juan XI y murió, en 939, haciendo honor a este periodo, manteniendo relaciones sexuales. Esteban VIII aguantó el mismo tiempo, pues fue derrocado y, muy probablemente, muerto en 942 a causa de una conspiración. Marino II, que ocupó el trono vaticano hasta 946, destacó por ser partidario de la reforma monacal de Cluny. Agapito II es el último de los cuatro papas que van de Juan XI a Juan XII. Cabe destacar de su pontificado que, en 954, cuando Alberico veía cercana su muerte, fue obligado a jurar que nombraría sucesor a su hijo Octaviano. Alberico murió en 954 y Agapito le acompañó en 955. Estos cuatro papas comparten una característica común: al igual que todos desde Sergio III, fueron aupados por Teodora y su linaje.

La aberración de Juan XII y el fin de la pornocracia

El hijo de Alberico, y nieto de Marozia, Octaviano, fue ascendiendo en el escalafón eclesiástico como la espuma. Le venía de familia. Al igual que su abuelo, Sergio III, logró convertirse en papa con tan solo dieciséis años, eligiendo el nombre de Juan XII. Y de casta le viene al galgo, está considerado por los historiadores como uno de los peores papas y es, quizá, quien mejor honra al periodo de la pornocracia porque era nieto de Marozia y bisnieto de Teodora y porque fue, además, un amante de las más oscuras perversiones sexuales. No es necesario describir todas sus atrocidades, basta destacar que practicó incesto con su madre y formó todo un harén en el palacio de Letrán, además de saquear el tesoro vaticano. No es de extrañar que muchos lo comparen con el emperador romano Nerón.

Juan XII es comparado por sus perversiones con el emperador Nerón

Juan XII, con su actitud, no hizo sino ganarse enemigos por doquier y acabó huyendo de Roma para instalarse en Tívoli. El emperador se vio obligado a intervenir y convocó un concilio en San Pedro. Éste le encontró culpable por celebrar misa sin comunión; por fornicar con su madre y con su sobrina, entre otras mujeres; por cegar a su director espiritual y castrar a un cardenal. Juan respondió amenazando a los obispos con la excomunión si le cesaban.

El nieto de Marozia reunió un ejército y marchó hacia Roma. El concilio había elegido sustituto de tan aciago papa a León VIII, secretario del emperador. Para cuando Juan llegó a Roma, éste había huido, dejándole vía libre para que reprendiese a los que habían estado en su contra. Los días de Juan acabaron cuando un marido de una de sus múltiples concubinas le asestó una paliza que le causaría la muerte tres días después, en 964.

Los problemas del papado no terminaron aquí. En Roma, se eligió sustituto a Benedicto V, pero el papa a quien Juan XII había obligado a huir de Roma, León VIII, seguía vivo. El emperador, principal valedor de León, presionó para que éste volviese a ocupar la silla de Pedro. De esta forma, Benedicto V se convirtió en el segundo papa en abdicar, en 964, retornando el poder a León VIII. Benedicto acabó sus días en el destierro de Hamburgo.

Fin de la pornocracia y la leyenda de la papisa

Tras la muerte de Juan XII, la Iglesia recondujo, como pudo, su rumbo. Si bien es verdad que las conspiraciones han estado a la orden del día en la jefatura de Estado de todos los países a lo largo de la historia, es cierto que la pornocracia fue un periodo especialmente cruel con la dirección de la Iglesia. Además, no hay que olvidar que el término “pornocracia” hace referencia a que el papado fue controlado, esencialmente, por Teodora y Marozia, dos mujeres.

El hecho de que dos mujeres dominaran la Iglesia no era muy agradable, así que, o bien se intentó tapar o bien no se dudó en menospreciar a Teodora y Marozia, denominándolas como simples concubinas, restándoles la importancia que realmente tuvieron. En cualquier caso, fue muy hiriente para una institución como la Iglesia el aceptar tal hecho.

Como diría Peter Jackson, “la historia se convirtió en leyenda, la leyenda, en mito”. Y fue así como la historia de la pornocracia, del papado dominado por dos mujeres, se transformó en el mito de la papisa Juana. Muchos creen que la leyenda de la mujer papa proviene de esta época, pero esa es otra cuestión.