La Guerra Civil española entre 1936 y 1939 dejó miles de capítulos e historias que contar, sucesos marcados a fuego en la memoria de todos los que con suerte salieron con vida y han podido ir recopilando sobre un conflicto bélico que nunca debió de ocurrir dentro de una España dividida. Recuerdos imborrables que muchos de aquellos combatientes han guardado en su retina hasta llevárselo a la tumba.
No es para menos cuando hablamos de un acontecimiento atroz, que siempre estará vivo y que nunca deberá caer en el olvido. Sus consecuencias se han convertido en una fuente de reflexión y conservar la memoria histórica es un medio de justicia por las millones de personas que dejaron su vida en el campo de batalla o en una saturada sala de emergencias de hace más de 60 años.
Y entre todos estos incontables capítulos, nos encontramos con la llamada ‘Quinta del biberón’ o ‘Leva del biberón’. Orden republicana que reclutó a 30.000 jóvenes que no alcanzaban los 18 años con el fin de hacerles partícipes de un conflicto en agonía para las tropas republicanas, allá por la primavera de 1938.
La guerra ya entraba en el tercer año de conflicto y las víctimas mortales alcanzaban las decenas de millares entre ambos bandos. El ejército republicano padecía con gravedad el empuje del bando nacional a base de sangre y empezó a tomar medidas de urgencia. Medidas injustas en un panorama mucho más desequilibrado. El presidente de la Segunda República Española, Manuel Azaña fue el mandatario que firmó la orden de alistar a todo varón hasta los 45 años de edad.
El tiempo les daba cada vez más protagonismo
Sus primeras labores fueron puramente auxiliares en enfermerías, comedores, mensajeros… Pero poco tiempo distó entre la llamada a filas y la incorporación de estos ‘niños’ y adultos al campo de batalla. Ya allí, tuvieron una aparición estelar en la batalla del Ebro en julio de 1938 cuando se pudo divisar entre el fuego cruzado de vecinos y hermanos españoles, las facciones de niños inexpertos en temas bélicos pero entregando su vida al azar de cientos de balas y artefactos que merodeaban el río del Ebro por Tarragona en la que por números fue, la batalla más sangrienta y extensa de la Guerra Civil.
Niños que jamás vivirían una infancia, niños que nunca verían cumplidos sus sueños, niños que jamás se mirarían al espejo con barba, niños apartados de su familia que aprendieron la crueldad humana a base de balazos, granadas, fusilamientos, hambre y miedo, mucho miedo.
Estos jóvenes nacidos a principios de los años 20 se harían responsables de su propia supervivencia cuando nada ni nadie les amparaba, cuando ninguna ley les eximía de vivir la deplorable situación que por injusticia social, les tocaría sufrir.
La veteranía era sólo para privilegiados
Y así pasaron los días y los meses, y a la batalla del Ebro se les sumaría las batallas de Merengue y Baladredo, solo para aquellos privilegiados que consiguieran sobrevivir. El bando nacional nunca se ablandó ni tomó conciencia de la masacre que estaba provocando sobre adolescentes inocentes cuyo máximo pecado fue nacer en los años 20, vivir en la Cataluña republicana y comprometerse a una causa de manera sentida o forzada.
Corrieron los meses a la par que la invasión franquista en las ciudades españolas. La ofensiva de Cataluña no terminaría hasta febrero de 1929 tras una estrategia nacional que aislaría el reducto republicano catalán de sus otros grandes núcleos, evitando así cualquier tipo de ayuda, sustento o suministro. La crueldad humana en su estado más puro.
Más de la mitad de estos jóvenes reclutados no consiguieron ver acabar la guerra. Sin embargo, la suerte de los que sobrevivieron fue muy dispar: una parte de ellos acabaron prisioneros por los ejércitos del dictador Francisco Franco, otra parte conseguiría abandonar el país y a la dictadura que no compartían llegando a Francia donde vivirían sino corrían la mala suerte de ser capturados y encerrados en campos de concentración; otros no salieron de España terminada la guerra y acabaron presos en Vitoria, Miranda del Ebro, Zaragoza, Barcelona e incluso en el Sáhara español; la mayoría de estos jóvenes acabarían afortunadamente en libertad aunque nunca olvidasen la injusticia que la situación del país les obligó a vivir, su ideología política o redención fue la causa por la que los franquistas no castigaron con mayor énfasis a unos jóvenes maduros a base de cicatrices. Muchos de éstos reconocieron posteriormente estar coaccionados u obligados a alistarse al bando republicano por la orden de Manuel Azaña. Aunque tampoco podemos olvidar mencionar a aquellos que se vincularon a esta quinta pero que se alistaron de manera voluntaria a la guerra, algunos de ellos antes incluso de este terrorífico llamamiento.
En la actualidad y desde 1983, un número reducido de supervivientes y familiares de esta quinta formaron la ‘Agrupación de Supervivientes de la Leva del Biberón’. Organización que ha rememorado diversos actos relacionados con el trágico suceso de una guerra entre españoles. Por ejemplo, el 66º aniversario de la batalla del Ebro.