La lectura es uno de los ejercicios más sanos para nuestro cerebro, leer es un placer, existen estudios que demuestran que la lectura de textos de ficción proporciona beneficios psicológicos. Según un trabajo de la Universidad de Toronto, la transmisión de los mundos imaginarios y virtuales a nuestros cerebros, fomenta la empatía y se traducen en cambios positivos en nuestras relaciones interpersonales.
Como afirma el neurólogo Stanislas Dehaene, catedrático de Psicología Cognitiva Experimental del Collège de France, la lectura pone en marcha un proceso de neuroeducación tremendamente positivo para nuestra memoria, nuestras neuronas. Unas pocas marcas de un papel blanco proyectadas en su retina pueden evocar un universo entero, y hoy la ciencia es capaz de rastrear el viaje de esa palabra escrita hasta el punto exacto del córtex cerebral en el que se descifra, interpretando también las emociones que genera. Las redes neuronales se reciclan literalmente para la lectura, lo que significa que la alfabetización es capaz de cambiar nuestro cerebro. Por tanto nuestro cerebro lector es el creador de la paradoja de la lectura, un cerebro de primate diseñado para sobrevivir en la sabana, que evolucionó de tal forma que gracias a los circuitos fijos finamente preparados para la lectura, nos permitió que disfrutáramos leyendo a Nabokov y a Shakespeare.
De la región central de nuestra retina, la palabra estalla en una miríada de fragmentos que nuestro cerebro vuelve a unir. Y aquella unión de palabras, frases, capítulos, novelas y libros, generan numerosos beneficios físicos y psíquicos para el ser humano. Está demostrado científicamente que la lectura retrasa y previene la degeneración cognitiva, además de favorecer la concentración. Jamás un estado antinatural fue tan beneficioso para el ser humano, puesto que el hombre primitivo, la presa y el depredador, precisaban en todo momento estar en estado de alerta, y por su puesto la lectura es una actividad cultural que precisa de concentración en el descifrado y la interpretación del texto. En gran medida es un abandono temporal del estado de alerta y por tanto una de las actividades que nos conectan con nuestro ser interior y sus vibraciones intelectuales. Es igualmente una poderosa herramienta transformadora, capaz de cambiar personas y transformar la sociedad.
La lectura mejora nuestra oratoria, nuestra ortografía, nuestro léxico, nuestra escritura, incentiva la imaginación y es un método preventivo de la aparición del alzhéimer y otras enfermedades neurodegenerativas. Es el hemisferio izquierdo, la corteza inferotemporal, la responsable de detectar las palabras escritas. Ahí comienza un apasionante viaje, pues los lectores completan el proceso creativo del autor, una novela jamás estará acabada, jamás cobrará mortalidad o inmortalidad, sin la lectura que cierra el círculo, sin aquellos últimos personajes que se imbuyen en sus historias, y la hacen suya. Los libros dejan de tener sentido sin aquellos que verdaderamente los convierten en grandes, los lectores. Y todo autor que se precie, crea con el firme propósito de mostrar su creación e invitar en última instancia a los lectores, a que vivan la aventura y hagan uso del pasaje en primera clase al infinito viaje de las letras. Que se embarquen capítulo a capítulo, frase a frase, en la travesía imaginaria de la historia que se les ofrece.
Existen pocas cosas en la vida más emocionantes que acabar de leer un libro y sentirse parte de Cien años de Soledad, La Odisea, Crimen y castigo, Orgullo y prejuicio, 1984, En busca del tiempo perdido, Ulises... Por ello es tan apasionante la lectura, porque en ella desciframos la vida interior del autor, sus personajes ocultos, que en muchos casos coinciden con los nuestros, porque un libro es una deliciosa compañía, porque nuestra imaginación vuela párrafo a párrafo, y el alma surca emocionada estrofa a estrofa. La prosa, la poesía, el relato, a nosotros que solo tenemos la oportunidad de vivir una vida, nos ofrece la oportunidad de ‘vivir’ cientos de ellas, viajar a países reales y a reinos imaginarios, ser mendigo, ser rey, ser Sancho, ser Quijote, ser Poeta en Nueva York, no envejecer jamás como Dorian Gray, vivir el soliloquio del Príncipe Hamlet, enamorarnos de la Beatriz de Dante…
La lectura es algo fascinante, puedes viajar a cualquier parte del mundo, del pasado y del presente, transportarte a cualquier momento histórico o imaginario. Nos aguardan emociones en cada página, proceda de un escritor brillante o mediocre, la magia puede estar pertrechada en cualquier recoveco de una novela y sorprendernos inesperadamente, pues la belleza como la fealdad, es universal y puede emerger de repente entre verbos y adjetivos para colmar el corazón de la gente. Es la lectura por tanto una actividad tremendamente beneficiosa para el ser humano, que cada vez que acaba de leer un libro, regresa a Ítaca tal como hizo Ulises, pero por el camino recuerda Troya, las arpías, las sirenas, las islas y Penélope tejiendo de día y destejiendo de noche…
Para nuestro cerebro no hay nada mejor que un buen libro, cuando ganó el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa comenzó su discurso, titulado "Elogio de la lectura y la ficción", de la siguiente manera: "Aprendí a leer a los cinco años. Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida". La lectura es el más inteligente refugio moral de un hombre sepultado por sus propias miserias, amar a los libros es amar a la vida, lean para aprender, para olvidar, para imaginar, como sostenía Gustave Flaubert para vivir, para encender la antorcha del pensamiento y el alma. Abrid un libro y en él descubriréis un corazón que llora, un alma que ríe y una mente que viaja.
Como afirmó Jorge Luis Borges, enorgulleceros de lo que habéis leído y jamás dejéis de leer, seguid el sabio consejo acuñado por Cayo Plinio "El Viejo", escritor, científico, militar y naturalista romano, que contaba la historia del griego Apeles de Colofón, pintor oficial del gran Alejandro Magno, que al parecer no pasaba un solo día sin dibujar aunque solo fuera una línea. Trasladad esta enseñanza clásica a la lectura: “Nulla dies sine linea” (ni un día sin una línea).