Rafael de León y su 'Profecía'
(Foto: GdC)

En la belleza que entrañan todos los rincones de Sevilla, los que viajan a la ciudad hispalense a conocer en primera persona los lugares que tan maravillosamente suenan en el boca a boca tienen claros sus destinos. Para los futboleros, el Sanchez Pizjuán y el Villamarín son visita obligada. La Torre del Oro, el Real Alcázar, la Giralda, la Catedral y la mítica plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería, donde tantos y tantos toreros han salido a hombros y ovacionados tras completar una faena perfecta, convirtiéndola en la de mayor tradición taurina en España. Al acabar, visitar la segunda mejor pinacoteca del país y ver de cerca el legado de Murillo es una oportunidad que no se puede desaprovechar. En ese corto trayecto entre la plaza y el museo, de apenas diez minutos a pie, cruzas la calle San Pedro Mártir.

A priori, dicha calle debería ser una calle más de las muchas que componen el municipio andaluz. Pero esa calzada no es una cualquiera, sino que respira literatura por todos lados. En el número 20 nació, a finales del siglo XIX, el poeta Manuel Machado, que fue el hermano mayor de Antonio Machado, uno de los máximos exponentes de la generación del 98. Ambos desarrollaron la tendencia modernista que les encumbró, especialmente al segundo.

No obstante, no es esa casa la que vio nacer a Rafael de León, sino la número 14. Pese a su amor confeso por su ciudad natal, Rafael decidió marcharse a Granada a cursar Derecho en la Universidad, pese a que ya demostraba interés por el mundo literario. Aunque tomó esa decisión, no fue ese el camino que tomó para desarrollar su vida: haber conocido a Federico García Lorca en la ciudad nazarí le hizo adquirir aún más interés y dirigir sus quehaceres hacia la escritura. Es por ello por lo que, gracias a la cuantiosa renta familiar, olvidó el gusto por poner en práctica sus estudios de Derecho y se dedicó a dejarse ver por teatros y demás lugares del mundillo literario. Allí conoció a muchas de las figuras importantes en ese momento, y fue entablando amistad con ellas para que le fuesen abriendo paso en dicho contexto.

La obra de Rafael de León tiene claras influencias de su amigo García Lorca. Pese a provenir de un ambiente aristocrático y, por ello, promonárquico, de León se mostró en varias ocasiones de acuerdo con la República. Precisamente fueron los republicanos quienes le encarcelaron en la Guerra Civil por su lineaje nobiliario y su relación con el mundo literario, que se vio enormemente perseguido en esa época. Ni su tendencia republicana ni la clara lejanía con la aristocracia que reflejaba en sus obras fueron tenidas en cuenta para su liberación.

En su Sevilla natal conoce al famoso músico sevillano Manuel Quiroga, y bajo su recomendación se marchó con él a vivir a Madrid, donde se juntaron con el autor teatral Antonio Quintero para formar el trío Quintero, León y Quiroga, cuya prolífica unión derivó en más de cinco mil canciones registradas juntos. El éxito hizo que León incluyera en su producción literaria las letras de canciones, a las que pusieron voz cantantes como Raphael, Rocío Jurado, Nino Bravo, Rocío Durcal e Isabel Pantoja, entre otros. También coescribió, junto a Salvador Valverde, las tan interpretadas canciones María de la O y Ojos verdes. Él amaba Sevilla y amaba España, tal y como queda patente en casi la totalidad de sus escritos.

En la obra de Rafael de León predominó el romance octosílabo, muchos de ellos con rima consonante. Muy escasos ejemplos se pueden encontrar de poesías sin rima que lleven su firma, por lo que el ritmo sonoro de su producción es claramente alto. No fue un poeta que se limitase a perseguir un estilo de escritura; también empleó otros estilos estróficos como la copla, la seguidilla o la redondilla.

Profecía

Profecía es un cuento escrito en verso, en el que se relata con fuerza sonora la historia de un hombre que, tras ver a su amor de joven casada con otro hombre, le hace recordar los momentos que años atrás habían pasado juntos, y le advierte de que no encontrará la felicidad al lado de su reciente marido y sí lo habría hecho si hubiera permanecido a su lado. Está escrito en andaluz original, con sus expresiones y palabras acortadas, si bien se ha hecho una adaptación al castellano para una mayor comprensión lectora.

En entredicho queda la posibilidad de que el poema reflejase una situación vivida por el propio Rafael de joven, si bien es una teoría demasiado débil ya que el poeta era homosexual confeso. Es un poema que refleja a la perfección el estilo del autor, con las estrofas y ritmo descritos anteriormente. Tan grande es la producción escrita del sevillano y tan valoradas han sido otras obras suyas debido a las grandes voces que le han acompañado que Profecía pasa desapercibida para la gran mayoría de amantes de la prosa corta -es decir, el verso-.

Cuentan que Rafael de León le tenía un aprecio especial a esta poesía, que la pulió cuantas veces consideró necesarias para que quedase a su gusto y expresase exactamente lo que él quería reflejar. Y el resultado es esta belleza de poema. Disfruten como disfrutó Manuel Sánchez Rodríguez en vida.

«Y me bendijo a mi madre;
y me bendijo a mi madre.
Diez céntimos le di a un pobre
y me bendijo a mi madre.
¡Ay! qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande.
¡Qué limosna tan chiquita,
qué recompensa tan grande!»

¿A dónde vas tan deprisa
sin decirme ni ¡con Dios!?
Me puedes mirar de frente,
que estoy enterao de tó.
Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hace un mes
y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera en mi caso,
se hubiera echado a llorar,
yo, cruzándome de brazos
dije que me daba igual.
Y nada de pegarme un tiro
ni liarme a maldiciones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus balcones.
¿Que te has casado? ¡Buena suerte!
Vive cien años contenta
y a la hora de la muerte,
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los altares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi madre
que no te guardo rencor.
Porque sin ser tu marido,
ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más te ha querido,
con eso tengo bastante.

* * *

—¿Qué tiene el niño, Malena?
Anda como trastornado,
tiene la carilla de pena
y el colorcillo quebrado.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destroza la ropa
subiéndose a coger nidos.
¿No te parece a ti extraño,
no ves una cosa rara
que un chaval de doce años
lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo
y estás demasiado tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigilia, mujer, ¡vigila!

Y fueron dos centinelas
los ojitos de mi madre.
—Cuando sale de la escuela
se va pa los olivares.
—Y ¿qué busca allí? —Una niña,
tendrá el mismo tiempo que él.
José Miguel, no le riñas,
que está empezando a querer.
Mi padre encendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
te regaló unos zarcillos
y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije «te adoro»
pero amarré en tu balcón
mi laso de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofreciste en recompensa
dos cintas color de rosa
que engalanaban tus trenzas.
—Voy a misa con mis primos.
—Bueno, te veré en la ermita.
¡Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita!
Mas luego en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
—Dice mi tia Rosario
que la cigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente,
y las flores, y el rocío,
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río;
y el bronce de esta campana,
y el romero de los montes,
y aquella línea lejana
que la llaman horizonte.
¡Todo es sagrado: tierra y cielo
porque así lo quiso Dios!
¿Qué te gusta más? —Tu pelo.
¡Qué bonito me salió!
—Pues, ¿y tu boca, y tus brazos,
y tus manos redonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas zuritas?
Con la pureza de un copo
de nieve te comparé;
te revestí de piropos
de la cabeza a los pies.
A la vuelta te hice un ramo
de pitiminí, precioso
y luego nos retratamos
en las agüitas de un pozo.
Y hablando de estas pamplinas
que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina
cogidos por la cintura.
Yo te pregunté: —¿En qué piensas?
Tú dijiste: —En darte un beso.
Y yo sentí una vergüenza
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
—¡Chssss! Mi hermanito está en la cuna,
le estoy cantando la nana.

«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi madre no quiere
ni yo tampoco».

Y mientras que tú cantabas
yo, inocente me pensé
que la luna nos casaba
como a marido y mujer.

¡Pamplinas! ¡Figuraciones
que se inventan los chavales!
Después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales;
por eso, yo al enterarme
que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba igual.
Mas como es rico tu dueño,
te vendo esta profecía:
tú, por la noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó
y te llamarás «¡cobarde!»
como te lo llamo yo.
Y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico
y se llevó la cigüeña
mi corazón en su pico.
Pensarás: «no es cierto nada,
yo sé que lo estoy soñando»;
pero allá en la madrugada
te despertarás llorando,
por el que no es tu marido,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querido.
¡Con eso tengo bastante!

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