Sale la luna. Van entrando a escena los personajes y jamás volverán a salir de ella. El principio descoloca espacial y temporalmente al espectador, que espera a Andalucía desplegándose ante sus ojos. Pero no hay sol andaluz de mediodía. No hay calor de sur, ni fiesta, ni flor. Es 1941 y es de noche. Una eterna noche que durará cuarenta años. Hay frío. Y de repente, borbotea la pasión.
Un grupo de actores ensaya Bodas de sangre, con Lorca asesinado y la obra prohibida, maldita. La mano férrea y helada del régimen franquista llama a la puerta insistentemente. Sin embargo, cuando los actores entran en escena, el calor visceral y flamenco les invade. Dos escenarios simultáneos obligan al contraste. Las sombras que vagan alrededor de la luz, fantasmales, inquietantes. Y los actores encarnando a los personajes de Bodas de sangre, ardientemente vivos.
Acordes al alba
La música habla por sí misma. La melodía acaricia al sentimiento en cada nota, convierte las palabras en desgarros. Lorca, un artista del ritmo, facilita la musicalización, con un texto que canta desde su nacimiento. El baile de las actrices esconde un misterio antiguo. Su taconeo, un corazón.
La labor de Luis Miguel Lucas en el aspecto musical merece matrícula de honor. Aflora el sur en plena capital española. Suena flamenco puro y sin embargo, llega un acordeón polaco desde el Este de Europa. Cíngaros y gitanos se reúnen en la profundidad de sus raíces.
Lorca ha vuelto
Lorca ha vuelto. Lorca sigue, nunca se fue. El texto es respetado con veneración, la dimensión corporal se une a una impecable innovación, a la que ni el filólogo más sesudo encontraría inconvenientes. Lorca ha vuelto o se ha vuelto más grande, más potente, inesperado. La obra original se mezcla con el nuevo enfoque como una pócima mágica. Hasta el final, la angustia del espectador empático pende de un hilo.
Lorca ha vuelto. Lorca nunca se fue, sigue haciendo gala de todo su poderío literario. Los símbolos acuden a escena al galope de un caballo, jineteado por una prolepsis latente que augura tragedia. Y junto al influjo de la letra, el control del cuerpo. Los actores ponen cada músculo al servicio de la creación. Corre el agua transparente, nace un niño de aire y se clavan navajas forjadas de rabia y venganza.
Actores y actores
El doble papel que interpretan los actores dificulta su evolución. Sin embargo, su actuación no se lastra, se lustra. Danai Querol brilla, cambia de actriz a actriz y a un personaje, la novia, cuya incertidumbre rompe el alma desde la mirada temblorosa. El duelo entre Daniel Méndez y Jesús Noguero adquiere tintes épicos. Pugnan por la novia en Bodas de sangre y por una ideología muda durante el ensayo. Caso aparte es Mariano Venancio, que cumple un abanico interpretativo esquizofrénico y transexual.
La obra es fiel a la palabra y rinde culto al teatro
Hay que insistir en el altísimo listón que les pone Jorge Eines a los actores, profesor estricto, y la manera sublime en que responden unos aplicados alumnos. La obra se construye a partes iguales, desde la dirección hasta el núcleo vivo y evolutivo de la interpretación. Porque si se fue fiel a la palabra de Lorca, también se rinde culto al teatro. El director se atreve con un decorado desolador, diáfano. Únicamente la imaginación y un `tablao´ flamenco son capaces de salpicar pasión, boda y sangre. Sutiles también el vestuario, sencillo pero eficaz, y el acento andaluz, que fluye sin trabarse en diques lingüísticos.
Manchas de sangre
En definitiva, la obra salpica la sangre de siempre, desde una perspectiva muy atrevida. Un encuadre que corta la realidad transversalmente y divide al espectador en tres fechas: 1933, 1941, 2014. Los detalles calculados al milímetro consiguen sacar a flote una propuesta arriesgada, pero muy válida. El flamenco gitano, la sangre, la boda, los gritos desgarrados de la luna, la pasión oscura y visceral, el erotismo desatado son Lorca. También la intelectualidad, el nuevo enfoque, el uso político al que sin duda se habría sumado Federico y el teatro en estado puro son Lorca. Algunas críticas de 1941. Bodas de sangre terminaban asegurando que al mago literario le hubiera encantado la versión. Discrepo. No es que le hubiera encantado, es que un Lorca invisible aplaude desde la butaca, conteniendo el aliento, sujetando la mirada. Compartiendo la sangre.
Foto 2: ccpe.org.ar
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