En estas fechas de noviembre lo más acertado es hablar del género por excelencia, el terror, y quien mejor representa a dicho género es, sin duda, Dean Koontz. Sin embargo, solo una cosa se le puede reprochar a este autor, que no deja final sin explicar y sin esperanza de que todo saldrá bien ¿o tal vez no? Si bien es cierto que el final estricto de sus historias acaba relativamente bien para sus protagonistas –al menos para los supervivientes-, no menos cierto es que siempre deja abierta una puerta a la duda sobre si se puede volver a repetir la situación. Ya bien sea por un mal engendrado por el propio hombre como sucede en “El lugar maldito” o sea por una entidad tan antigua como el propio mundo tal y como acontece en “Fantasmas”, Koontz nos muestra situaciones en las que todo mal tiene algún tipo de remedio. ¿Pero de dónde proviene esa esperanza en un escritor con esa facilidad para mostrar situaciones tan oscuras?
"Mi vida me ha mostrado que el mal puede ganar a corto plazo, pero nunca vence a la larga"
Dean Koontz no tuvo una infancia fácil. Su padre era un alcohólico con problemas mentales que le hacían violento. Esto y sus primeros trabajos de juventud con niños de familias humildes con problemas han hecho que este autor haya sido capaz de ver la cara más amarga del mundo. La cara amable de la vida se la mostró su mujer, procedente de una familia católica italoamericana. Koontz procedía de una familia destrozada por la enfermedad de su padre mientras que la familia de su mujer estaba estructurada y sin brechas. Esto, unido a la fe de su madre, protestante pero religiosa y que le había imbuido desde pequeño, hace que Koontz sepa ver el lado bueno de la vida sin dejar de admitir que las cosas malas siempre pueden pasar pero como ha comentado en alguna ocasión su vida le ha mostrado que "el mal puede ganar a corto plazo, pero nunca vence a la larga".
La obra de Koontz está llena de guiños a la ética cristiana y, en especial, a la religión católica que profesa la familia de su mujer. Sin embargo, los demonios que desata Koontz en sus novelas son mortales. Incluso aquellos que son anteriores al propio hombre y que se identifican con el propio demonio no son más que animales que en un último momento se pueden matar, dejando paso a la esperanza de que todo va a salir bien. Es quizá esa una de las principales diferencias con su gran competidor en el género, Stephen King, quien, en una visión más oscura y realista de la vida, deja a sus personajes bastante más fastidiados y menos esperanzados porque la muerte es un fin inevitable. Así pues, podríamos considerar que si el tema central de King es la muerte, Koontz trata de la vida.
Otra de las características de Koontz es que no se recrea en sus personajes malvados, aunque sí lo hace en las explicaciones científicas que demuestran cómo ha surgido el mal y qué debe hacerse para acabar con él. Esa es otra de las cosas que le diferencian de la mayoría de los autores de terror, que suelen recrearse mucho más en el personaje o mal sobrenatural que acecha en la historia y suelen ser mucho más difíciles de vencer. Los elementos aparentemente sobrenaturales de la obra de Koontz quedan, por lo general, explicados a nivel científico por lo que siempre hay una manera bastante elemental y lógica de acabar con ellos. Lo único que no permite que se termine con el mal de manera definitiva es el mal en sí mismo que siempre está ahí para tentar al ser humano, una postura totalmente católica. Así sucede en obras como “Mr. Murder” o “El lugar maldito”, un mal generado por el ser humano.
“Si fuéramos máquinas de carne, sin alma, el instinto de supervivencia es todo lo que necesitaríamos para motivarnos.”
Por eso Koontz no se centra en la muerte como el final, tal y como hacen autores como King. Sus creencias religiosas le hacen resaltar en sus personajes la existencia de un alma inmortal. De ahí que el mal siempre esté rondando y no necesariamente sea un mal engendrado por el hombre pero sí creado por una entidad superior que bien puede habernos creado a todos y volverse en contra de su hacedor. Es claramente el mensaje que lanza en obras como “Fantasmas” o “Invasión”, donde el animal sin alma solo tiene una finalidad, la supervivencia.
Sin embargo, toda la concepción religiosa de sus obras no es algo que se vea fácilmente. Es el propio autor el que, en ocasiones, ha tenido que explicar cuál era la verdadera intencionalidad de su obra, como en "From the Corner of His Eye” donde asegura que "todo este libro está explorando el concepto del cuerpo místico de Cristo", a pesar de lo cual, muy pocos han sido los lectores que han sabido entrever el propósito del autor.