Muchos consideran a Julio Camba el mejor articulista español de la historia del periodismo. Buscar el mejor quizás sea la inutilidad más ancha que hay en la vida, por ser una sensación de cada uno, pero nadie puede negar que es uno de los grandes escritores de periódicos. Sesenta años de artículos le contemplan. Si no sabes quién es Julio Camba búscalo en la Wikipedia porque su vida y obra dan para llenar mil piezas como está que escribo, salvo que te llames periodista, que entonces no deberías buscarlo, sino devolver el título. O mejor, quedártelo porque, como señala Francisco Fuster, autor de la edición que glosamos, Julio Camba aprendió el oficio de modo autodidacta y no creyó en facultades ni escuelas. Escritor vocacional, empezó siendo un redactor insignificante en publicaciones efímeras donde, como señala el autor de la antología, era un privilegio firmar un artículo y un milagro cobrarlo. Camba fue ascendiendo desde ese primer escalón hasta que después de muchos intentos halló una fórmula con la que consiguió el éxito: la crónica, a medio camino entre la información y la opinión, y que llevó al género a su máxima expresión.
El periodismo por lo que parece ya estaba en crisis a principios de siglo XX y vivir de él era un sueño al alcance de pocos. Cien años con la misma fórmula y sigue sin desaparecer el oficio. Que tomen nota los agoreros. Escribir es la vida terrenal y cobrar por escribir la vida en el paraíso. Camba terminó ganando mucho dinero y viviendo en el madrileño Palace. No hay que desesperar tampoco si lo que buscas es dinero, sólo ser bueno y confiar en los lectores, ser honesto con ellos, porque serán los que te mantengan en la cumbre y te colmen de bienes.
El periodismo da para todo porque sus límites nunca nos quedan claros, afortunadamente. A Camba lo único que le molestaba de su mundo de periódicos y tinta era el intrusismo de políticos y autoridades, que aprovechaban su nombre para escribir en la prensa y que encima cobrarán muchísimo más que cualquier plumilla de diario. Pero Camba, pese a tener mil amigos periodistas, nunca fue corporativista. Para él ser periodista es un estatus que había que ganarse demostrándolo mediante el ejercicio diario.
Para Julio Camba la realidad era lo que tenía que meter en un artículo para dárselo a sus lectores. Los ciento cincuenta centímetros cuadrados, como él los llamaba. Ciento cincuenta centímetros cuadrados en los que aumentar o disminuir lo observado para que encajara a la perfección. Una tiranía absoluta y diaria, por eso Julio Camba a veces se desahogaba insinuando que escribir era una maldición, un mal menor con el que pagar las facturas. Camba se quejaba de que un articulista no goza de nada porque todo lo que a otros les hace disfrutar a ellos solo les sirve para transformarlo en literatura con la que escribir sus piezas. Quien haya intentado escribir un artículo diario sabe que no hay mayor tortura que la necesidad de escribir ese artículo diario. Redactas, mandas las cuartillas y ya tienes encima de nuevo la espada de Damocles del siguiente artículo sobre tu cabeza. Se vive para escribir y no se puede confiar en la inspiración, sino en el oficio para poder sobrevivir a la angustia de la hora de cierre. La inspiración es un estado de ánimo, el oficio quizás sea la ausencia de ánimo, lo que otros llaman técnica. Si lo fías todo a la inspiración terminarás por no escribir nunca y así es imposible ser articulista de periódicos. Como dice Fuster, un artículo no enviado es la posibilidad de que tu lector se busque a otro escritor que le sea fiel. Un articulista es, sobre todo, los lectores que tiene.
Para los que quieran un manual alternativo de cómo hay que comportarse para ser periodista, éste es su libro y para los academicistas que les espante la idea de salirse del gremio reglado también, como antimanual. El caso es que les recomiendo que lean esta antología de 30 artículos de Julio Camba titulada "Maneras de ser periodista" realizada por Francisco Fuster para la editorial Libros del K.O., que de eso trata todo este mundo nuestro. De escribir y de leer. No hay más, o no debería.