Ninguna civilización disfruta de armonía y equilibrio, por suerte para el arte – está bien extendida la creencia de que bajo las circunstancias más desastrosas surgen las más brillantes creaciones artísticas -. Para frenar o, al menos, controlar el horror y el caos que acontece a la sociedad, y que de ella parte, han ido naciendo diferentes sistemas de seguridad y gobierno. Sin embargo, dichos sistemas sólo contienen una mínima parte de la barbarie, escapando a ellos un elevado número de atrocidades. Es en esta laguna donde, como respuesta a la frustración de los ciudadanos, ciertos escritores han querido desarrollar su genio. El orden social es inexistente, las relaciones sociales se quiebran, los sistemas de seguridad son inútiles frente al crimen. El lector, y al mismo tiempo el escritor - pues ambos son un mismo ser, dos cara de la moneda - es una figura frustrada que busca la justicia que el mundo real no le da, en los libros. En este contexto nace lo que actualmente conocemos como literatura negra y / o policíaca.
Elementos de la ficción criminal
Marcel Proust sostenía que, d
La trama se crea a partir de ésta, del mismo modo que queda congelada en el tiempo hasta que el detective, mediante la investigación del crimen, consigue desentrañarla. En tanto que el detective ha de deshacer los pasos seguidos por el criminal, el tiempo, desde un punto de vista abstracto e independientemente de la técnica a la que recurra el escritor para narrar los hechos – abovo, in media res, in extremis res, empleando flashback – en el que se mueve el detective es el pasado. Podemos considerarlo como un viajero en el tiempo, viaje realizado con la mente mediante el método intelectual con el que resuelva el crimen.
La ficción criminal deshace e invierte el orden para llegar al punto de origen en el que el culpable se movió. Todorov afirma que el discurso policíaco superpone dos series temporales: una, en la que se desarrolla la investigación, y otra con los días del drama que llevan a él. Por tanto, contiene dos historias, la del crimen y la de la investigación. Un tercer elemento constituye la novela policíaca/negra, cuya función es unir los dos anteriormente citados: el detective. Sin detective el crimen deja de tener importancia pues no existe antagonista al criminal que se encargue de resolver el caso. Todo crimen precisa de una investigación para ser resuelto, al mismo tiempo que toda investigación necesita un detective que la lleve a cabo. Es el detective, pues, la esencia misma de la ficción criminal, la cura a la herida social.
“Lo importante es que el detective exista completo y entero y que no lo modifique nada de lo que sucede; en tanto detective, está fuera de la historia y por encima de ella, y siempre lo estará. Es por eso que nunca queda con la chica, nunca se casa, nunca tiene vida privada salvo en la medida en que debe comer y dormir y tener un lugar donde guardar la ropa.”
Fragmento de una carta de Raymond Chandler a James Sandoe
12 de mayo de 1949
Orígenes de la ficción criminal
La ficción criminal como tal ha formado parte de la historia de la literatura desde sus inicios. Para localizar los primeros focos de investigación policial podemos remitirnos a Edipo rey, de Sófocles. No obstante, no es hasta finales del siglo XIX cuando constituye un género propio. Es en esta época cuando, de las ciudades modernas, surgen una serie de problemas implícitos en el nuevo carácter que la vida va tomando. De la familiaridad con la que en los pueblos se vivía, se pasa al más absoluto anonimato. De repente, tus movimientos pueden pasar desapercibidos entre una gran número de personas pero, también, entre un variado número de escenarios. La ciudad proporciona infinidad de lugares para delinquir: un callejón oscuro en el que apalear a un muchacho, quizá un puente bajo el que abusar de mendigos y vagabundos, parques en los que raptar a niños, establecimientos que robar. La población se multiplica y con ello las posibilidades de toparnos con seres trastornados. El dinero, el alcohol y el sexo son ingredientes que poco a poco irán tomando relevancia en la sociedad y, por tanto, en la ficción criminal.
Bajo estas circunstancias nace lo que se conoce como la novela enigma o problema. De la mano de Edgar Allan Poe, se crea en contraposición a la novela criminal de aventuras decimonónica y que se diferencia principalmente de ésta en que va destinada a la clase alta, que necesita sentir que vive en una sociedad segura. Pero, ¿qué o quién proporciona dicha seguridad en la novela enigma? Al contrario que en las obras de Maurice Leblanc, que iba destinadas a lectores de condición social más humilde y en las que los ladrones, vistos como héroes románticos, eran los protagonistas y favoritos del público, en la novela enigma es el detective esa fuente de seguridad. Este tipo de novela, que toma como modelo a Poe y la posterior obra Sherlock Holmes poco a poco va introduciendo temas y aspectos de la sociedad, cambiante, que se da a partir de la mitad del siglo XX.
Allan Poe y Auguste Dupin
El género, por tanto, lo inaugura Poe y entre sus obras destaca el detective Auguste Dupin, creado en 1814, protagonista de Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Rogêt y La carta robada; un detective racional. Es el protagonista de la obra, ya sea ésta narrada por él mismo o por su acompañante, del que hablaremos más adelante. Sin embargo, no hemos de caer en el error de considerar a la novela enigma como una “novela sobre el detective”, pues éste sólo sirve de catalizador entre el crimen y la justicia que se ha de impartir. Ésta es una de las muchas dificultades con las que se toparán los escritores. La atención no puede estar centrada en él, sino en su investigación, al mismo tiempo que ha de resultar familiar al lector. Jamás puede perderse la perspectiva.
Dupin vive en París junto con un amigo anónimo, encargado de contar los hecho acaecidos. Procedente de una familia excelente, perdió casi la totalidad de su fortuna por una serie de catástrofes. Ambos personajes se toparon al hallarse buscando el mismo libro, de suma rareza. Esta afición hacia la literatura no convencional será uno de los rasgos que lo caractericen y lo eleven en finura y exquisitez, como ocurrirá con el resto de detectives y sus respectivos gustos extravagantes. Hablábamos de las desdichas que habían llevado a Auguste Dupin a vivir en la más estricta austeridad. Esta pérdida de capital desembocará en un distanciamiento de la sociedad, poseyendo como único amigo al narrador de los hechos, con el que se abandona a la reflexión nocturna mediante largos paseos por la ciudad. Ésta, París, servirá como escenario en el que se desarrollarán los crímenes a solucionar.
Dupin es que no siente ningún tipo de compromiso con la sociedad en la que vive. Al contrario, lejos de resolver crímenes para prestar algún tipo de servicio a la comunidad, desarrolla su actividad intelectual por placer. En Los crímenes de la calle Morgue podemos observarlo: “Así como el hombre robusto se complace en su destreza física y se deleita con aquellos ejercicios que reclaman la acción de sus músculos, así el analista halla su placer en esa actividad del espíritu consistente en desenredar”.
La actividad del detective es completamente intelectual, empleando la razón y la lógica y obteniendo placer en este tipo de procesos. Estos procedimientos seguidos para resolver el crimen son dados por él de golpe, sin que el lector pueda participar del juego deductivo. En Los crímenes de la calle Morgue podemos observar cómo el caso es presentado aportando testimonios de muy variados personajes (expertos forenses, policías, ciudadanos implicados...) y, seguidamente, Dupin informa de que ha conseguido resolver el caso, en un sentido siempre completamente opuesto al que la policía estaba orientándolo. Ésta será objeto de numerosas burlas por su parte.
Cabría preguntarnos, a partir de este fragmento que hemos señalado, a qué método ausente se refiere A. Dupin. Se trata del de la razón y la abstracción. Si dividiésemos en diferentes fases la forma en la que el detective ha ido evolucionando a lo largo de la historia, nos encontraríamos con una primera frase en la que la figura de Dupin sería el arquetipo. Ésta es una fase racional. Tratándose de un mero problema matemático, mediante un proceso racional el detective llega a la resolución del crimen. Aquí, el criminal, a pesar de ser la figura causante, carece de importancia y protagonismo. Es el detective, Dupin, el encargado de reconstruir los hechos empleando la abstracción. Aunque posteriormente a este proceso visite la escena del crimen, ya tiene una hipótesis antes de presenciar las pruebas, a la que llega mediante la deducción. Se trata más bien de un puzzle que puede encajar sabiendo únicamente los pocos datos obtenidos por los testigos y la policía. Va de los hechos aislados de los que se tiene constancia hasta las causas generales que constituyen el crimen. Durante este proceso deductivo, Auguste se deja llevar por su instinto, que nunca falla.
“-Pero, ¿cómo es posible – pregunté – que sepa usted que el hombre es un marinero y que pertenece a un barco maltés?
- No lo sé – dijo Dupin – y no estoy seguro de ello. […] Si me equivoco, el hombre pensará que me he confundido por alguna razón que no se tomará el trabajo de averiguar. Pero si estoy en lo cierto, hay mucho de ganado.”
En las obras de Allan Poe, a pesar de estar centradas en el crimen, éste no aparece recogido de forma violenta y amenazadora. Al contrario, el lector tiene la sensación de que se tratan de hechos aislados que no pueden alcanzarle y que, en el hipotético caso de que esto ocurriese, existen figuras como Auguste Dupin que reúnen las características necesarias para desvelarlo. Las ciudades burguesas, pues, viven al margen del horror que puede protagonizar el ser humano. Les es ajeno.
A lo largo de la historia de la ficción criminal, su papel ha ido evolucionando hasta desembocar en los actuales detectives, antihéroes en la mayoría o muy cercano a éstos, dictando mucho, en todos los casos, de aquellos primeros detectives heroicos. Como cura a la herida social distingue entre la justicia de los hombres, las basadas en las leyes, y la idea de justicia, sujeta a la noción ideológico-moral que tenga.