Douglas Preston conoció a Lincoln Child cuando este último estaba editando un libro que Preston había escrito titulado “Dinosaurios en el ático”. Un libro de no ficción en el que introducía al lector en el mundillo que él había experimentado trabajando durante ocho años en el Museo de Historia Natural de Nueva York como editor, escritor y finalmente jefe de publicaciones.
"¡Éste sería el lugar perfecto para una novela de suspense!"
En una visita nocturna de Child al Museo, en la que Preston tuvo la cortesía de hacer de cicerone, justo bajo el enorme esqueleto de Tiranosaurus rex, éste se giró hacia Preston y le dijo: “¡Éste sería el lugar perfecto para una novela de suspense!” Y como algunos dirían, parafraseando a Bogart en Casablanca, ése fue el comienzo de una bonita amistad y, más adelante, de una fructífera relación en el mundo editorial.
Douglas Preston no debía ser el estudiante más aplicado del mundo. Fue expulsado de distintas escuelas y no fue admitido en Stanford, sin embargo, durante su paso por el Pomona College de Claremont (California), adquirió una base muy extensa de conocimientos en matemáticas, biología, física, antropología, química, geología y astronomía hasta que descubrió cual era realmente su vocación: la literatura. Se especializó en Literatura Inglesa y acabó, como ya se ha visto, trabajando en uno de los museos más importantes del mundo.
Todo este bagaje le ha proporcionado a Douglas Preston una mina de situaciones, caracteres y escenarios en los que ha sido ayudado por Lincoln Child. Éste, algo más aplicado a nivel de estudios, con un gusto voraz por la literatura fantástica y con bastos conocimientos del mundo tecnológico, también había estudiado programación informática en el instituto antes de graduarse en Inglés en el Carleton College, lo que le llevó a trabajar como Programador y Analista de sistemas informáticos para la multinacional MetLife antes de dedicarse en exclusiva a la escritura.
Sin embargo, Douglas Preston no es de los que se conforman con conocer de segunda mano las aventuras y desventuras de los arqueólogos y museólogos que trabajan en estas instituciones. En 1986 se mudó a Santa Fe y acompañó al fotógrafo Walter W. Nelson en una ruta a caballo a través del desierto en busca de las Siete Ciudades de Cibola, conocida como la ruta de Coronado. Esta experiencia en la que tanto su vida como la de su acompañante corrieron peligro fue, no solo el origen de su libro de no ficción “Cities of Gold”, sino que le sirvió de base para la novela que escribiría más adelante con Lincoln Child “La Ciudad Sagrada” donde muestra toda la crudeza y dificultad de una expedición arqueológica en el desierto.
“The Relic (el ídolo perdido)” ya era toda una confluencia de todo lo que la experiencia profesional y vital de Preston podía ofrecer
Su primera novela juntos, “The Relic (el ídolo perdido)” ya era toda una confluencia de todo lo que la experiencia profesional y vital de Preston podía ofrecer: expediciones, exposiciones, políticas de imagen y publicidad, relaciones públicas de las instituciones culturales con la gente poderosa, la rivalidad de los estudiantes de postgrado en dichas instituciones y sus altas aspiraciones más relacionadas con el estamento y no con el conocimiento... esta novela es el comienzo de una ácida crítica a los estamentos culturales y del poder, enmascarada de thriller de ficción. No en vano su alter ego en esta historia, y otras que vendrían después, es sin lugar a dudas el periodista Bill Smithback. Este personaje, que ejerce de escritor oficial del museo, choca constantemente con la idea de perfección que la institución quiere transmitir y critica cáustica y constantemente todo lo que le rodea. Este mismo personaje en “La Ciudad Sagrada” ejerce de cronista de la expedición en otro guiño al viaje que había emprendido el propio Preston años antes.
Si en “The Relic” se vislumbran las dificultades que entrañan los proyectos expedicionarios cuando son dirigidos por dos mentes que siguen corrientes científicas distintas a la hora de realizar el trabajo de campo, “La Ciudad Sagrada” muestra con pelos y señales todas esas dificultades, empezando por las imposiciones del nepotismo académico y acabando por las diferencias entre las corrientes de los arqueólogos intervencionistas o recolectores y aquellos que prefieren estudiar los objetos en su propio entorno y dejarlos en su sitio para posteriores estudios por parte de futuras generaciones de científicos con medios tecnológicos más avanzados y menos dañinos para el estudio de las piezas. Por supuesto, mantiene sus críticas a la sociedad adinerada que soporta económicamente las instituciones y que no sabe de la mis a la mitad de aquello que posee o de las actividades que sufraga.
Preston no ha dejado su carrera de periodista especializado y ha continuado colaborando en publicaciones académicas y de renombre como el New Yorker, Smithsonian o National Geographic, por citar las más conocidas.
Por su lado, Lincoln Child, con su experiencia como escritor de ficción y editor así como con sus conocimientos tecnológicos, es el complemento perfecto para los conocimientos teórico-experimentales de Douglas Preston. Tampoco el mundillo de instituciones y empresas dedicadas a las tecnologías se libran de la crítica mordaz representada a través de técnicos haraganes, chapuzas y burócratas que pululan por laboratorios, montajes expositivos y subcontratas externas. Un mundillo que, desde ambos lados de la carretera, Preston y Child conocerían de primera mano.
En sus novelas no hay un alter ego claro de Child, quizá el más aproximado sería el ingeniero de comunicaciones y aficionado a la historia Peter Holroyd que aparece en la expedición de “La Ciudad Sagrada”, un auténtico bicho raro y amante de las motos –como Child- que desea vivir una aventura, para variar, en vez de solo leer sobre las de los demás.
“Los asesinatos de Manhattan” (The Cabinet of Curiosities)...sea, posiblemente su obra más deliciosa, pues nos adentra en el apasionante origen del mundo expositivo
Pero el culmen de todas estas experiencias y conocimientos traducidos en diletantes aventuras de psico-techno-thriller, sea, posiblemente, “Los asesinatos de Manhattan” (The Cabinet of Curiosities). Aunque la producción literaria de estos dos escritores se ha dilatado mucho más y continúa dando frutos, ésta sea, posiblemente su obra más deliciosa, pues nos adentra en el apasionante origen del mundo expositivo, descubriéndonos con pelos y señales las excentricidades de los Gabinetes de Curiosidades que proliferaban en la Norteamérica del siglo XIX y que son el origen de los actuales proyectos museológicos y museográficos.
Sótanos polvorientos, tumbas traídas piedra a piedra de lejanos países y reconstruidas en el interior de los edificios, ancianos investigadores reticentes a los avances tecnológicos, archivos centenarios, viejas glorias científicas que se regodean en sus éxitos pasados, jóvenes ambiciosos que no dudan en pasar por encima de quien sea para lograr sus objetivos, burócratas estancados en sus propios miedos ancestrales, hombres de negocios dispuestos a gastar indecentes cantidades de dinero para mostrar al mundo una imagen de mecenas intelectual, periodistas sin escrúpulos que harían cualquier cosa por conseguir la noticia del siglo y periodistas cínicos con conciencia, amigos de lo ajeno disfrazados de arqueólogos y arqueólogos con dudas deontológicas, funcionarios con aspiraciones políticas y poderosos que manejan los hilos de los ambiciosos... todo esto y mucho más es lo que describe el universo de los libros de Douglas Preston y Lincoln Child ya en ficción como en no ficción, en conjunto o por separado. La última novela de Lincoln Child recientemente publicada, “La Tercera Puerta”, aprovecha los conocimientos intercambiados durante años con Douglas Preston y nos lleva a una nueva aventura arqueológica mientras continúa trabajando con éste en las novelas de su nuevo personaje fetiche Gideon Crew mientras dejan descansar al que ha sido el hilo de unión entre la mayoría de los personajes de sus distintas novelas: el agente del FBI Aloysius Xavier Lilius Pendergast.
Pendergast es un auténtico ninja de cualquier conocimiento terrenal o no tan terrenal... Este personaje imposible representa la conciencia de la rica y vetusta sociedad de Norteamérica
Pendergast es un auténtico ninja de cualquier conocimiento terrenal o no tan terrenal, graduado summa cum laude en antropología además de contar con un doble doctorado en filosofía clásica y contemporánea, con un pasado familiar oscuro y un gusto extremadamente refinado por todo lo culto y caro, que lo convierten en un extraño snob incluso para los más refinados ricachones de la gran manzana. Esta representación extravagante de funcionario público con el riñón forrado, que tiene tanto nivel educativo que dejaría a la altura del betún al nivel de conocimientos de la mayoría de los adinerados culturetas de Estados Unidos, se jacta de no gustarle la opera pues la considera la música pop de su época.
Este personaje imposible representa la conciencia de la rica y vetusta sociedad de Norteamérica, anclada en convencionalismos tales como la superioridad moral que cree que le da su dinero. Es la idealización del mecenas, del protector del débil, hasta el extremo de convertirlo en un autentico héroe que se siente más a gusto entre gente de clase más modesta, pero con mayores inquietudes, frente a la pomposidad de los poderosos herederos y sus falsos baños de modestia.
Figurativamente hablando sería el Bien siempre tentado por el Mal, personificado por su hermano pequeño, Diogenes Dagrepont Bernoulli Pendergast. Dos caras de una misma moneda encarnada en la dualidad de dos inteligentes pero completamente diferentes hermanos. Una duda genética que ensombrece la pureza del agente Pendergast convirtiéndolo en humano. Una alegoría de que lo que cada uno hace con lo que el destino le da es una opción y no camino predeterminado. Otra forma de criticar un sistema social, cultural y académico que, aunque basado en la igualdad de oportunidades, está estancado en la diferencia de clases.