"El Crítico": un guante de seis dedos
Cartel de la obra | (Foto: www.avuelapluma.com).

El reloj da las nueve y me sorprende sentado frente a una biblioteca, con el bolígrafo en la mano. Hace solamente unos minutos que llegué del teatro, de presenciar la obra “El crítico” de Juan Mayorga. Si cuando leí “La continuidad de los parques” de Julio Cortázar, temía que un personaje de libro me asestara un certero golpe por detrás, no puedo dejar de esperar ahora la llamada a mi puerta de Juan Mayorga en la piel de mi particular Scarpa.

Esta es exactamente la impresión que deja el ejercicio de meta-vida que Juan Mayorga presenta con “El crítico”. Es necesario el término meta-vida porque decir “meta-teatro” sería quedarse muy corto. Una obra de bolsillo, de las que te llevas a casa cuando acaba la función. En mi caso singular, un público mayoritariamente poblado por mujeres pudo percatarse de la curiosa casualidad de que cuando el telón cayó, una oportuna silla impidió que tapara todo el escenario, dejando un resquicio de perfecta metáfora de la intrusión de la obra en la vida. Sumar a esto la compañía de mi padre que certificaba la validez del espectáculo como generacional.

Una obra de bolsillo, de las que te llevas a casa cuando acaba la función ¿Qué hace de la obra un evento tan especial? Su oratoria sobre el teatro, sobre la vida, sobre el amor, sobre las relaciones personales y sobre el ser humano. Algún comentario intentaba ser negativo tildando a “El crítico” de teatro de ideas, sin acción. Como si eso fuera un agravio. Lejos de ello, es el punto fuerte de la obra. No se recuerda un espacio cerrado y único en el que se respirara tanta tensión desde “12 hombres sin piedad” de Reginald Rose.

Los múltiples espejos de la realidad

Las tres capas de realidad que analizaremos a continuación se asimilan y entremezclan a lo largo de la obra. En el boxeo, Eric es un joven osado, sin paciencia, que por supuesto no acepta maestros. La negación del papel de discípulo desemboca en derrota. En el teatro, Scarpa, autor de éxito, podía haber seguido un camino de vanagloria y sin embargo, acepta al crítico Volodia como mentor implícito, ya que a pesar de no haber tenido contacto hasta la noche que se nos relata, llevaban años escribiéndose y leyéndose veladamente. En el escenario, Pere Ponce comienza en un escalón inferior a Puigcorbé, y como si un discípulo más fuera, da la sensación que aprende del actor que encarna a Volodia.

Comprobamos que la dicotomía maestro-discípulo se cumple a tres niveles: boxeador-entrenador, autor-crítico (Scarpa-Volodia) e incluso entre los dos actores en el plano de la actuación (Ponce-Pugcorbé). Ambos brindan un fabuloso espectáculo, haciendo que el espectador vea la sangre si quiere. Y el espectador quiso.

En este punto, es más jugosa la actuación de Ponce que la de su compañero, sin desmerecer ésta última ni mucho menos. Antes al contrario, Puigcorbé no requiere análisis porque da vida al crítico sin altibajos, sin abandonar el territorio de lo sublime. No extrañaría que Juanjo, mientras durara la representación en cartel, se hubiera hecho llamar Volodia incluso en el ámbito doméstico. En la otra esquina del cuadrilátero, o del escenario, que viene a ser lo mismo, Ponce apunta maneras camaleónicas. Los primeros minutos en escena hacen desconfiar al espectador, por momentos asustado ante la perspectiva de que se haya escapado del manicomio un paciente obsesivo compulsivo. Este nerviosismo histriónico queda en un simple amago rápidamente y Ponce da rienda suelta a su genio teatral. Al disfraz de entrenador de boxeo se amolda Ponce como a una segunda piel, con una gesticulación facial de carne de gimnasio y un preciso cambio de registro tonal, alcanzando una voz que firmaría el doblador de Robert de Niro. La sutileza que emana del Scarpa convertido finamente en mujer descalza y la agitada respiración y tembloroso pulso mientras asume los golpes verbales que esboza Volodia, otorgan a Ponce la categoría de varios actores en uno.

Hogar, dulce hogar

La historia narrada por Mayorga y dirigida por Juan José Afonso, salvo la entrada de Scarpa en casa de Volodia, que podría ser tildada sin mucho esfuerzo de allanamiento de morada, navega por el cauce de la credibilidad. En ningún momento naufraga entre los mares conversacionales, puesto que el interés que brota de ellos atrae magnéticamente al oído del espectador. La ambientación de la música de Raúl Bustillo y la reducida capacidad del teatro Marquina, trasladan al público a la comodidad de su salón, como si la obra tratase de un asunto familiar. ¿Y acaso no lo trata?

El constante juego de luces [...] pinta cuadros de Caravaggio a ojos del espectador

El espacio cerrado y único ya comentado, dota de potencia al duelo dialéctico entre crítico y autor. Se agradece que no se intente recrear un ring real, en tanto que la fuerza evocadora del combate se agranda en boca y cuerpo de Scarpa. La cuidada escenografía a cargo de Elisa Sanz crea un espacio que sabe ser acogedor y destartalado en el momento oportuno. Un único error y nimio, la imposibilidad física de colocar un interruptor de luz en el tomo de un libro.

Aprovechando que entramos en dominio lumínico, a la labor de Carlos Alzueta con las luces no se le podría poner precio. Parece mentira como un aspecto que podría pensarse menor de una obra como son las luces, tenga tanta trascendencia a la hora de introducir nuestro subconsciente en el escenario. La compenetración rayando en la telepatía entre Alzueta y los actores impulsa a fuerza de naturalidad a creer en los personajes. El constante juego de luces, atenuadas o en su máxima expresión en función a la situación requerida, pinta cuadros de Caravaggio a ojos del espectador, dibuja claro-oscuros muy interesantes por los que se mueven los actores, acompañando siempre el acento tenue a un ambiente íntimo.

El sexto dedo del guante

Tras tantos merecidos elogios, la obra peca también de un apunte negativo e incomprensible. En una de las conversaciones de la obra, Volodia critica duramente lo que él llama “el ruido del teatro”. Se refiere con esto a las grandes puestas en escena, musicales y trucos de tramoya. Scarpa no discute sobre este asunto y parece estar de acuerdo. No se explica entonces la parte superior de la biblioteca de Volodia. Si la mano escribiendo, las imágenes lunáticas, nunca mejor dicho, y otros efectos visuales innecesarios no habían aportado nada, el clímax de este error de ruido llega con la lluvia de papeles cuando se acerca el final, en la que el espectador espera incrédulo la caída de globos y confetis para amenizar la obra. Si se cavila sobre este asunto, no se consiguirá dar razón ni explicación coherente a estos efectos.

La obra peca también de un apunte negativo e incomprensible

Resumiendo y para quitar el mal sabor de boca del último apartado, el espectador se encuentra ante una obra profunda, densa, interesante y atrevida. Los temas de índole humana como el dolor o la esperanza, el amor o desamor, la búsqueda de reconocimiento, el éxito estéril o el fracaso fructuoso, la existencia de un maestro que complementa al discípulo, el final redondo de la obra que cierra el círculo… hacen de “El crítico” una obra de obligado visionado. Sumérjanse en una obra de realidades yuxtapuestas que recuerdan a un film de Christopher Nolan de difusas líneas divisorias. Advertencia: inquieta la intimidad del ser, te insta a una batalla con tu alma, de la que serás discípulo. La pericia con la que encajan todos los aspectos de la obra y la mancha única que suponen los efectos referidos, titulan esta crítica. Un guante de seis dedos.

VAVEL Logo