Don Quijote de La Mancha. La autodefensa de Marcela
Foto: Foroxerbar.

Marcela aparece descrita como “una endiablada moza” además de poseer una extraordinaria belleza y una gran riqueza, siendo ella culpable de la muerte de Grisóstomo, un hidalgo rico, vecino del lugar que había estudiado en Salamanca y que era muy culto y muy sabio. La culpa de todos sus males la tiene su belleza, puesto que es su hermosura la que hizo que jóvenes de toda la comarca la deseasen en matrimonio. Sin embargo y en contra de la sociedad, ella los rechazaba a todos y para evitar más situaciones comprometidas, decidió salir al campo como una moza más a pastorear. Pero esta solución desesperada que tomó para evitar más pretendientes no hizo sino empeorar la situación, puesto que un número mayor de pretendientes la rondaba por todo el campo. Entre todos estos pretendientes se encontraba Grisóstomo, y tal fue su enamoramiento, que decidió abandonar sus estudios y su vida en la ciudad para convertirse en pastor y poder tener acceso al corazón de Marcela. 

De todos sus pretendientes fue Grisóstomo el que peor final tuvo, puesto que perdió su vida. La manera en la que falleció no aparece textualmente, sin embargo los datos de que fuese enterrado fuera de un cementerio, sin representantes eclesiásticos y como un moro, puede llevar a entender que realmente se suicidó. El cortejo fúnebre está encabezado por Ambrosio, el mejor amigo de Grisóstomo y el encargado de cumplir su última voluntad; ser enterrado en el lugar en el que conoció a Marcela y que se leyese su último poema de despedida Canción desesperada. Además de Ambrosio, también se encontraban en el lugar todos los pastores y caminantes que conocían la historia de Grisóstomo y Marcela, los cuales no dudaban en descalificar a Marcela y considerarla la culpable de la muerte del inocente Grisóstomo. Todas las calumnias y atrocidades que se decían sobre ella, hacen acudir a Marcela al entierro de Grisóstomo para defender su inocencia en torno a tres puntos fundamentales:

La autodefensa de Marcela

En primer lugar, el amor es un sentimiento y como tal tiene que ser voluntario y no forzoso. De esta manera, reafirma su inocencia al constatar que nunca le dio esperanzas, por lo que ella no es culpable de su desesperación por su persona y de su prematura muerte. En segundo lugar, ella no es la responsable de su belleza, por lo que ella no es la culpable de atraer a los hombres para tener que rechazarlos luego, sino que son los propios hombres los que acuden a ella con el fin de poseerla. Por último, Marcela defiende que ella quiere ser una persona libre, con espacio para pensar y meditar, por lo que ese es el motivo por el que eligió la soledad de los campos y las montañas. Este era un tópico literario muy común en la sociedad contemporánea de Cervantes, llamado como el laus ruris o menosprecio de corte y alabanza a la aldea.

“La alabanza de la vida en el campo se puede entender como una reacción a crisis sociales de identidad y legitimidad de algunos grupos de la sociedad originados por la centralización del poder y la elevación de exigencias civilizadoras que son percibidas como una limitación de la autonomía individual”

Una vez Marcela acaba su discurso, decide abandonar la escena sin esperar respuesta alguna, motivada por dos grandes razones de peso: en primer lugar, su discurso tiene un carácter retórico, con un lenguaje muy culto y formal. Prueba de ello es que no espera respuesta alguna, sino solamente ser escuchada. El segundo motivo es que ella realmente llega a temer por su integridad física, siendo de todos los presentes en la escena solo Don Quijote quien salió en su defensa, amenazando a quien intentase seguirla para hacerle daño y admitiendo que ella no había tenido ninguna culpa en la muerte de Grisóstomo.  Aunque el discurso de Marcela era totalmente convincente y creíble, ninguno de los allí presentes creyeron en su inocencia.

La mujer como personaje autosuficiente 

Todos los argumentos que nos ofrece Marcela a través de su discurso tienen un gran valor sociocultural puesto que nos permite conocer y desarrollar las ideas que imperaban en la sociedad acerca de las mujeres.

Y es que desde la antigüedad, las mujeres sufrían las limitaciones que les imponían los hombres para desarrollase de forma autónoma en la sociedad. Estas limitaciones provenían de un sistema social, económico y político creado por el hombre y para el hombre, en el que las mujeres nunca se habían visto representadas.  Por ejemplo, Aristóteles en el libro de la Política ya afirmaba que “el mejor adorno de la mujer es el silencio” así como San Pablo en su Historia Cristiana decía lo siguiente: “que las mujeres callen en la congregación y si quieren aprender algo pregunten en casa a sus maridos porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación”.

Por tanto, las mujeres sin capacidad para expresarse públicamente, no contaron a lo largo de los siglos con elementos de poder necesarios para poder ser tenidas en cuenta a lo largo de la historia. Solo surgen algunos nombres excepcionalmente como Isabel La católica, Juana de Arco o Cleopatra. La función fundamental a lo largo de la historia de la mujer como ciudadanas era crear ciudadanos, esto es, ser reproductoras de ciudadanos y transmisoras de los valores cívicos. Prueba de la escasa repercusión histórica de la a su vez escasa literatura femenina en el siglo XVII, es la figura de María de Zayas, de la que se desconocen los datos acerca de su vida a pesar de que su obra Novelas amorosas y ejemplares alcanzó tantas ediciones como la obra de Cervantes o Quevedo.

La propia religión cristiana mantiene la idea fundamental de la inferioridad de la mujer respecto al hombre y la culpabilidad de la mujer. El primer argumento se produce dado que en el libro del Génesis la mujer fue creada después del hombre y a partir de la materia del hombre. La inferioridad física de la mujer reflejaba sus deficiencias intelectuales y morales que justificaban su inferioridad y subordinación en la sociedad. En el siglo XVIII y gracias al desarrollo de la biología y la Ilustración en general, el cuerpo femenino ya no se representaba como una versión inferior del cuerpo masculino, sino como una versión perfecta para su cometido: la maternidad,  Rosseau en su obra Emilio señala que:

                        Dado que la naturaleza hacia la mujer inherentemente diferente del hombre adaptándola física, moral e intelectualmente a su tarea fundamental que es la reproducción, su educación, su actividad, su lugar en la sociedad han de reflejar esta diferencia, canalizando los instintos femeninos naturales en una domesticidad civilizada

Mientras que en el segundo argumento, la culpabilidad de la mujer también tiene su origen en el libro del Génesis dado que fue la mujer la que comió en primer lugar el fruto prohibido, la manzana, y por lo que fueron tanto Adán como Eva expulsados del Paraíso.

Por tanto, la figura del demonio cuyo objetivo es seducir e inducir a los humanos a que pequen y se vuelvan en contra de Dios, se acercaba a las mujeres. Esto se debe, a que eran consideradas el demonio, debido a la sexualidad y el cuerpo que poseían mientras que los hombres se autoconsideraban como seres espirituales y racionales, capaces de cometer grandes cometidos intelectuales, políticos o militares. Ese estereotipo de mujer fue denominado por Virginia Wolf como “ángel del hogar” en el siglo XIX.

Gran parte de culpa de esta concepción de la mujer como corrompedora de la paz y la conducta cristiana, la tuvo la imprenta y es que desde su aparición en el siglo XV y hasta el siglo XVII, circularon por toda Europa una gran cantidad de tratados de teología moral y similares en los que la mujer aparecía como la culpable de todos los males. Prueba de ello, son las conocidas quemas de brujas en la hoguera, realizadas por la Santa Inquisición. Estas condenas se llevaban a cabo porque sospechaban que ciertas mujeres fuesen brujas y por tanto, las culpables de múltiples epidemias y crisis agrícolas.

Todo este breve recorrido a lo largo de la historia se debe a que en la figura de Marcela podemos observar como se reúnen todas estas características, como por ejemplo, la comparación de la belleza de Marcela con el veneno de una serpiente o con una grave epidemia. Este tópico de la mujer como ser que incita al sexo y la tentación aparece incluso en la propia boca de Marcela cuando afirma que: “No hay silvos de serpientes, ni ojos de basilisco que tanta deban ser temidos como la vista y las palabras de mujer”.

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