Hoy ha caído en mis manos un viejo poema inédito de Rudyard Kipling, escritor y poeta británico nacido en la India. Controvertido personaje cuya complejidad se afianza sobre una personalidad afiliada al imperialismo colonial, que ha deteriorado una imagen pétrea que le ha acompañado durante decenios. Posiblemente su ideología caduca no encaje en mi visión personal de un mundo alejado del imperialismo, pero la alargada sombra de “profeta del imperialismo” que oscurece un tanto mi concepto sobre el genial escritor, no me impide valorar su calidad literaria, esa mágica capacidad que poseía para convertir un relato en una apasionante aventura. Poeta y escritor del Imperio cuyo poema “If” sigue siendo uno de los preferidos de los ingleses, el descubrimiento de 50 poemas inéditos encontrados recientemente en Nueva York, en un apartamento que contenía algunos papeles familiares y en los archivos de la Cunard Line, han provocado la revisión de la citada idea.
Pero al margen de ello, de ser considerado por muchos como cantor del Imperialismo, el autor de “El Libro de la selva” y uno de los más grandes cuentistas de la lengua inglesa, ha logrado captar mi atención por “The Press”. Y profundizo en ello porque me resulta especialmente interesante comprobar como un personaje, que en sus inicios se dedicó profesionalmente al periodismo antes de entregarse por entero a la creación literaria, llegó a perfilar una imagen tan negativa de la profesión periodística.
Sobre todo me llama la atención la capacidad de Kipling para crear un concepto e imagen tan profética, un perfil que podría perfectamente encajar como un guante en la línea editorial e ideológica de una profesión que parece haber perdido el rumbo y se siente cómoda saltándose buena parte de sus códigos éticos y deontológicos. Pues en “The Press”, Kipling se ocupa de una cuestión tan moderna, como la intrusión de los medios en la vida privada. Brillante poema en el que el escritor, lleno de cólera, enumera preguntas en las que ‘periodistas’ sin límites, atraviesan las barreras de la intimidad, con el único pretexto de conseguir un material hoy catalogado como de máxima audiencia para un consumidor ávido de morbo.
El odio visceral del viejo Kipling, premio Nobel de literatura, para los que habían sido compañeros suyos de profesión, aquellos que le incomodaban con sus preguntas y para los que tuvo a bien resolver su desencanto con un poema rebosante de ira e ironía.
“The Press” poema inédito de Rudyard Kipling:
“¿Por qué no escribe una obra de teatro / ¿Por qué no se corta el pelo? / ¿Se arregla usted las uñas en redondo / o se las deja rectas? / Cuéntelo a los periódicos, / no deje día sin contar. / Y, de camino, dígame: / ¿Por qué no escribe una obra de teatro? / ¿Cuál es su religión de ahora? / ¿Tiene algún credo usted? / ¿Se viste usted de lana, / de arpillera, de seda o de mezclilla? / Dígame qué libros le han sido útiles / en su ya larga trayectoria. / ¿Escribe la palabra ‘Dios’ / con D minúscula? / ¿Aspira usted / a la inmortalidad que da la fama? / ¿Manda a lavar la ropa fuera / o se la lavan en su casa? / ¿Tiene usted alguna moral? / ¿Su genio se consume? / ¿Cómo se llama su esposa? / ¿Cuánto gana?”/ ¿Su amigo tenía secretos, / penas o vicios que ocultar? / ¿No va a decirnos cuánto quisiera usted cobrar? / Lo que fantaseaban las criadas, / lo que ya suponía el mayordomo, / cuéntelo a los periódicos / y nosotros haremos lo demás. / ¿Por qué no escribe una obra de teatro?"
Bajo mi punto de vista una certera crítica hacia un sector, que desgraciadamente ha convertido el morbo y la basura en su piedra filosofal, que colgado de la hipérbole y el grito se ahoga hoy en día en un sensacionalismo que contribuye a cuadrar los datos de share, pues hace tiempo que el medio es un complejo empresarial multinegocios en el que la noticia ya no es más que una mercancía más. Hace tiempo que la ética periodista cotiza a la baja en los medios de comunicación, manda la hegemonía del mercado. Las noticias, los temas y fuentes de información, ya no son determinados por periodistas, sino por mercaderes de audiencias a los que poco les importan los referentes, auténticos paradigmas del respeto que nos hicieron soñar con la posibilidad de que no todo estaba perdido, y que otro tipo de periodismo era posible.
Por ello resulta tan desalentador que un viejo poema de Kipling, de hace más de ochenta años, conserve toda su vigencia sin haber perdido un ápice de razón. Es prioritario hacer autocrítica, ha llegado el momento de hacer una revisión urgente de los principios, pues el desánimo nos consume cuando comprobamos que se siguen haciendo las mismas preguntas…