Con un blues de Frazier, Simoncelli en el recuerdo y Seve en nuestra mirada se marcha este 2011 como rosa con espinas en nuestra solapa. Y en los doce meses que vistieron de emociones el calendario tuvimos la ocasión de vivir un año muy clásico pues fueron siete las ocasiones en las que el Real Madrid midió sus fuerzas con el Barcelona para discutir su reinado. Mientras el sublime Barça de las cinco copas se reencontraba con la magia de Wembley y seguía reinando, la del Rey fue a parar a Cibeles tras dieciocho años.
Doce campanadas en la esfera del reloj de Sol aguardan para resumir en doce segundos 365 días de ovaciones metálicas. Ovaciones para recordar a Messi que siguió acortando pasos hacia el Olimpo sorteando quimeras y obrando milagros, mientras Ronaldo batía récords de otros tiempos, del blanco y negro de Zarra al color de un irrepetible delantero mexicano.
En la elegante faz de Sol, en aquel pequeño universo de doce números que Breguet convirtió en arte exquisito, las manecillas, sus agujas parecieron permanecer inmóviles mientras la esfera que hace volar al tiempo mostraba su halo de estrella y seguía girando. Y hablando de esferas, halos, estrellas y el devastador transitar del tiempo, quisiera subirme en el trepidante mundo de las dos ruedas para contemplar a Alberto Contador enfundado en la maglia rosa del Giro y su sufrida leyenda. Aquella que tiñó de amarillo Cadel Evans, enredando en sus pedales la hiedra gris de un parisino asfalto. Pues en aquellos derivados de las dos ruedas y la bicicleta, el hondo motor de Casey Stoner, se desenredó de la hiedra gris del asfalto para emular a Mick Doohan y dar inicio y continuidad a un nuevo mito australiano.
Doce ovaciones en las que hubo sitio para comprobar que de la manos de Vettel, un alemán que sueña con ser Schumacher y gracias a la ingeniería genial de un mago llamado Adrian Newey, Red Bull seguía volando. Todo bajo el resignado galopar rojo de un caballo rampante que perdió en el túnel del viento y no logró dar el mejor coche a las geniales manos de Fernando. Y con aquellas manos, Sébastien Loeb dejó patente que la palabra Rally salta rotunda entre curvas y badenes de color alsaciano.
En la ovación metálica de Sol, que por momentos fueron palmas, sonó otra Davis sevillana, tan fuerte y rotunda como el drive de Novak Djokovic, que desbancó del trono a Federer y a Nadal, que como siempre sacó fuerzas para traernos otro Roland Garros de la tierra batida y espumosa del champán. Y desde dentro de la botella, Dirk Nowitzki llevó a los Dallas Maverick a la conquista del primer anillo de su historia, aquella que llevó a jugadores y equipos a un lockout por la guerra de los beneficios de la NBA. Lockout hermano al de una NFL que coronó a Green Bay Packers tetracampeón de la Super Bowl en el Cowboys Stadium de Dallas, y a sus jugadores en portadores del anillo que encuentra en sus trece diamantes una G legendaria. Tan mítica como la leyenda de los All Blacks, que con el marcador más exiguo de la historia de la Copa Mundial, se impuso a Francia en Auckland y su mítico Eden Park.
Y en la séptima ovación de julio, Uruguay con poco fútbol se coronó campeón de la Copa América en Argentina para dar la campanada, haciendo soñar a los charrúas con tiempos de una Campana uruguaya que paseó su grandeza por el Rio de La Plata. Pues 2011 se resume en ovaciones, en la brazada explosiva de Ryan Lochte, sucesor de Phelps, que arrasó en los Mundiales de natación de Shangai consiguiendo el récord mundial en 200 estilos, cinco medallas de oro y un bronce que le convirtieron en el nuevo 'hombre pez'. Y entre explosividad y explosiones una bomba estalló con fuerza en Lituania, pues septiembre fue la bomba, fue Navarro, que como MVP dinamitó el Eurobasket y bañó de oro nuestra medalla. En el camino y valor de aquel metal preciado se dejó Usain Bolt para Yohan Blake el oro de los 100 con su salida en falso. Pues en Daegu, Corea del Sur, al hijo del viento que arrasó en las pruebas de 200 y 4 x100 y acabó volando sobre sus tacos, tan solo un disparo pudo derrotarlo.
Y en doce campanadas, para doce meses los deportes de masas fueron utilizados unilateralmente para inocular al pueblo su narcótica y embriagadora dosis de ‘panem et circenses’, idónea distracción para la crisis, recesiones y cuitas cotidianas. Aquellas que creímos superar cuando los chavales nos trajeron el Europeo sub 19 de Rumanía y el sub 21 de Dinamarca. Sensaciones similares a las que experimentaron en Río y en México, cuando México se coronó campeón mundial sub 17 en DF y Brasil campeón mundial sub 20 en tierras colombianas.
En aquellos doce meses, en los que el Oporto de Vilas Boas se vistió de gala, la U de Chile hizo valer los hechos con la fuerza de la palabra. Y tocando a fin de año brilló la camisa doce de la torcida de Santos, pues un sueño Libertador quedó dibujado en el fútbol querubín y adolescente de Neymar, que voló a Tokio con las alas blancas de un nuevo Ballet Blanco. Y en tierras niponas los sueños paulistas de Vila Belmiro y el sol naciente de un Ballet, pisaron suelo quebradizo ante la omnipotente presencia de Messi, Guardiola y su sinfonía culé.
Allá donde la tierra tiembla y el mar devora a un pueblo extremadamente ordenado, nació Homare Sawa, Balón de Oro de una selección que se llevó un Mundial femenino para Asia y Japón, donde dicen y cuentan los expertos se encuentra el destino, el futuro y la globalización. Globalización de un deporte que vivió una fatídica tarde de junio cuando una lluvia de lágrimas inundó de cenizas el corazón de Belgrano y el Monumental, porque las calles son recuerdos y sus aceras son gradas desde que la Primera argentina dijo adiós a una legendaria banda roja cruzada. Pues como se comprobó en Cali y sus calles americanas, donde no hay grandeza sin miserias, ni calma sin tempestad, el deporte en 2011 giró subido en la montaña rusa de la vida, el triunfo, la derrota, la tristeza y la felicidad.