Hace ya algún tiempo
Fuente: Google Imágenes

Hace ya algún tiempo, determinado escritor, no me pregunten cual, porque no sabría responderles, dijo: “cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Lo de “cualquiera” en femenino es por el tema del castellano antiguo, a día de hoy difícil de entender, pero bueno, más difíciles de entender somos nosotros y, por suerte o desgracia, tenemos que convivir con ello. Bueno, lo que quería decir es que no sé si este señor llegó a estar mes y medio encerrado en su casa para poder empezar a notar la parálisis de conciencia por la que estamos pasando nosotros ahora, pero, sin embargo, aunque me cueste mis principios y orgullo reconocerlo, estoy empezando a entenderle.

Una parálisis de conciencia, pero no de su contenido, sino de su mecanismo. Porque los pensamientos siguen ahí, enquistándose: entran, pero no salen; nos cambian, pero no nos mejoran; nos hacen pensar, pero no reflexionar. Y nosotros, atados de pies y manos por nosotros mismos, no podemos hacer nada para evitarlo. Lo único que nos queda es mirar hacia delante como si tuviésemos la más mísera idea de donde está “delante” y rezar a quien creamos para que por arte de magia todo vuelva a ser como antes, o, al menos, todos volvamos a ser como antes. Porque es la esperanza de recuperar lo perdido lo que nos mata y a la vez nos salva de morir. No soy capaz de encontrar las palabras para describir esto último, pero a veces es mejor así, que cada uno lo interprete según su experiencia. En muchas ocasiones es mejor vivir para poder entender lo que nos han contado que entender lo que nos han contado para poder vivir como se supone que tenemos que hacerlo.

Hace ya algún tiempo que sentimos el verdadero terror, el de perder y perdernos nosotros después; y en estos días estamos perdiendo mucho y a muchos. Las infinitas cifras diarias diluyen la identidad de los caídos. Unos caídos a los que no hemos podido decir ni adiós; y aquí estamos, mirando desde nuestros balcones hacia arriba, implorando una respuesta que nunca llega y que desgraciadamente nunca va a llegar. El pésame que recibimos es solo un recordatorio del insuperable vacío que sentimos. Pero bueno, es esa esperanza asfixiante de la que hablaba la que me hace reflexionar sobre quiénes son los que verdaderamente quedan atrás, ¿los que se van, o los que nos quedamos aquí?

Seguimos siendo lo que somos, o los que hace ya algún tiempo fuimos. Las mismas almas jóvenes, incansables, apasionadas, enamoradas, ilusionadas…, pero con una capa, cada vez menos fina, de sufrimiento, remordimiento y desolación a la que algunos llaman “experiencia”; tratando así de consolarse y autoconvencerse de que ese vacío que todos llevamos en las entrañas nos está sirviendo de algo.

Acabo de recordar que fue Manrique el que dijo aquello de “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, pero qué más da quién dijo qué, si al final lo que importa es quién lo oyó. Oímos y esperamos que lo que escuchamos haga mella en nosotros. Y es eso a lo que estamos destinados: a esperar, esperar que algo pase, que algo llegue, que algo acabe. Nos toca esperar para poder salir a la calle y poder volver a sentir lo que hace ya algún tiempo perdimos.

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