Cuando uno se detiene un momento a repasar los grandes nombres que han contribuido en hacer un poco más dorada la literatura, no tarda en darse en cuenta de que las mujeres apenas cuentan con un lugar en ese mundo. ¿Dónde estaban las mujeres mientras su entorno masculino escribía y publicaba? ¿Acaso ellas no sentían la necesidad de usar la pluma? 

Para entender la poca representación femenina en el ámbito de la literatura (y de cualquier disciplina artística) a lo largo de la historia, partamos desde el pensamiento feminista de Mary Wollstonecraft, filósofa y escritora inglesa. Del mismo modo que nace en el hombre la necesidad natural de comunicarse, transmitir ideas y derramar conocimiento, ocurre con la mujer. Como ya apuntó y reflexionó Wollstonecraft, la mujer no es por naturaleza inferior intelectualmente que el hombre. La escritora defiende la existencia de una sola virtud, una sola razón, una sola naturaleza y una sola educación. Esto lleva a la conclusión de que la inferioridad social de la mujer respecto al hombre es fruto de las costumbres, de los hábitos impuestos y de la educación diferenciada. Por esto último, Mary Wollstonecraft siempre reivindicó una enseñanza primaria gratuita para ambos sexos.

La mujer quedaba relegada al rol de madre, esposa y ama de casa. No había cabida a la creación literaria, al desarrollo de la imaginación y la creatividad. Mientras el hombre era el filósofo, el político, el artista, el escritor, el músico la mujer se dedicaba a las tareas del hogar y a los niños, a lo mundano, para que los varones pudiesen dedicarle el tiempo a lo trascendente. De esta idea rescatamos la expresión: “detrás de todo hombre hay una gran mujer”.

No obstante, no son pocas las féminas que lograron hacerse con el hueco que les correspondía en el mundo de la literatura. Pero, si todo un sistema patriarcal caía sobre ellas, ¿cómo lo hacían? Hagamos un repaso de algunas de las escritoras y poetas que tuvieron que esconderse tras un nombre de varón para poder publicar sus obras.

 

Las hermanas Brönte

Charlotte Brönte, tras la negativa del poeta Robert Southey de leer unos versos suyos porque “la literatura no puede ser asunto de la vida de una mujer, y no debería ser así”, fue una de las escritoras que tuvo que firmar con nombre masculino. Unos años después de aquel episodio, publicaría la novela Jane Eyre. Sus hermanas también publicarían siguiendo su ejemplo. Emily Brönte destaca por su obra Cumbres borrascas y Anne Brönte es autora de la obra La inquilina de Wildfell Hall.

Charlotte fue Currer Bell. Sus hermanas Emily y Anne firmaron como Ellis y Acton Bell, manteniendo las tres las iniciales de sus nombre y apellidos

Las hermanas Brönte | Foto: National Portrait Gallery de Londres

 

Colette

Sidonie Gabrielle Collette no firmó bajo pseudónimo, sino que fue suplantada por su primer marido, Henry Gauthier-Villars, quien se llevó todos los elogios de sus libros. Tras un matrimonio infeliz, Colette se divorció de Gauthier y publicó Diálogos de animales, su primer libro firmado con su nombre. Presidió la Academia Goncourt y fue condecorada con la Legión de Honor Francesa. Aunque fue enterrada con honores de Estado, no pudo celebrarse un funeral católico ya que la Iglesia la condenó como atea y lesbiana.

En 2018, se estrenó la película biográfica Colette dirigida por Wash Westmoreland.

Sidonie-Gabrielle Colette

 

Cecilia Böhl de Faber y Larrea

Cecilia Böhl de Faber y Larrea quiso publicar sus primeras novelas como Fernán Caballero. Pese a los intentos de su padre de convencerla para que no perdiera el tiempo escribiendo (pues lo consideraba una actividad masculina), Cecilia siguió escribiendo. Su tesón y dedicación la convirtieron en una de las pioneras de la narrativa femenina española y en un referente periodístico.

Mary W. Shelley

En 1818 se publica de manera anónima Frankenstein o el moderno Prometeo.  Lectores, críticos y todo el mundo editorial dio por hecho que la novela había sido escrita por Percey B. Shelley, cuando realmente la autora era su esposa, Mary W. Shelley, hija de la mencionada anteriormente Mary Wollstonecraft.

Caterina Albert i Paradis

Todo comenzó tras la divulgación del libro La infanticida, que recibió severas críticas, por lo que Caterina Albert i Paradis se vio obligada a firmar sus escritos con nombre masculino: Victor Català.

Katharine Burdekin

Katharine Burdekin publicó su libro de distopía La noche de la esvástica bajo el seudónimo masculino de Murray Constantine. En este caso, la autora se refugió tras una firma de varón para proteger a su familia de posibles represalias fascistas. No fue hasta varios años después de su muerte que no se reconoció su identidad, por lo que no disfrutó en vida del reconocimiento como escritora.

Louisa May Alcott

La autora de Mujercitas firmó como A.M. Barnard una serie de novelas góticas y románticas. En la época victoriana este tipo de literatura era conocida como relatos melodrámaticos y tocaban temas tabúes como el adulterio o el incesto.

Pamela Lyndon Travers

La creadora del personaje de Mary Poppins usó también sus iniciales para publicar sus obras a partir de 1934. Pamela Lyndon Travers fue P.L. Travers.

Nelle Harper Lee

El autor y ganador del Premio Pulitzer por la novela Matar a un ruiseñor no fue Harper Lee, sino la escritora Nelle Harper Lee. En 2007 George Bush la invitó a la Casa Blanca para entregarle la Medalla Presidencial de la Libertad.  Su otra novela, publicada en 2015 pero escrita a mediados de los años 50, se titula Ve y pon un centinela.

Nelle Harper Lee llevando al cuello la Medalla Presidencial de la Libertad | Foto: Imagen de archivo

 

J.K. Rowling

Por recomendación de sus editores, que le aseguraron la dificultad de una escritora para ser leída entre adolescentes varones, Joanne Rowling recurrió a las iniciales J.K. Rowling. La “K” se debe al nombre de su abuela Kathleen. También publicó El canto del Cuco bajo el nombre de Robert Galbraith.

Jane Austen

Aunque esta escritora inglesa hizo uso de pseudónimo, reafirmó en este su condición de mujer en un amago de reivindicación de todas aquellas mujeres escritoras que se escondían tras una firma masculina. Una de sus grandes obras, Sentido y Sensibilidad, se firmó “by a lady”, “por una mujer”.