San Fermín: una fiesta sin igual
Fotomontaje: Javier Jábega

Debemos remontarnos al S.XII para descubrir los orígenes de esta festividad navarra celebrada en honor al obispo Fermín, quien, según la tradición, fue el primer obispo de la diócesis de Pamplona. En el medievo, los pamploneses y pamplonesas honraban al santo con celebraciones religiosas el 10 de octubre; rememorando así el día de la llegada del obispo a la ciudad francesa de Amiens, dónde más tarde sería martirizado. 

Sin embargo, los habitantes de la ciudad, cansados de que el mal tiempo otoñal les aguase la celebración, exigieron al ayuntamiento un cambio de fecha. El Ayuntamiento de Pamplona trasladó dicha petición al Obispo, escogiendo el 7 de julio como fecha alternativa. Dicha decisión no fue fruto del azar; sino de la deliberada pretensión consistorial de hacer coincidir tres eventos importantes para la ciudad: la feria del comercio (en la que destacaba el ganado), la celebración religiosa en honor a San Fermín y, a partir del S.XIV, los festejos taurinos. 

En 1591, la petición es admitida y se fija “el séptimo día del séptimo mes del año" como fecha para honrar al co-patrón de Navarra. 

Ahora bien, como es comprensible tratándose de una festividad con más de nueve siglos de historia, los Sanfermines no siempre fueron como los conocemos actualmente. Desde que San Fermín se celebra el 7 de julio han sido numerosos los cambios, comenzando por la duración y actividades de la fiesta. En el S.XVI, la celebración duraba apenas dos días y se componía, principalmente, de las vísperas de San Lorenzo, la procesión y la tradicional comida de los pobres (un almuerzo pagado por el ayuntamiento para todos los habitantes de la ciudad). 

Vestir de “Pamplonica”

Los pamploneses y pamplonesas ni siquiera vestían de blanco y rojo, por sorprendente que parezca. La idea del vestuario “pamplonica” se le atribuye popularmente a la peña “La Veleta”.

Una agrupación de gente humilde que pretendía romper con las diferencias sociales patentando un atuendo que los igualase entre sí y los diferenciase del resto de agrupaciones. Sin embargo, lo sencillo y llamativo del rojo sobre blanco hizo que el “uniforme” se popularizase, convirtiéndose en una obligación para quienes viven la fiesta en la actualidad.

Este hito demuestra el peso e importancia que tienen estas agrupaciones, conocidas como “peñas”, en San Fermín. A otra de ellas, a la peña  “La Única” en este caso, se le atribuye la entrada de las mujeres en los San Fermines, una fiesta cosiderada “por y para hombres” en sus orígenes. Esto se debe a que fueron la primera peña en nombrar presidenta de la  misma a una mujer

Más duración, menos religión 

San Fermín se convirtió en la fiesta más importante del año para los vecinos, quienes fueron alejándose de lo religioso para introducir rituales “paganos”. Algo que les costó a los diferentes alcaldes de la ciudad más de un encontronazo con la cúpula episcopal. Sin embargo, no se consiguió frenar el sentir de las calles y los nuevos elementos se afianzaron en la tradición pamplonesa.

Un claro ejemplo es el “Riau-Riau", cántico surgido como protesta carlista para incordiar a los ediles liberales a su paso por la calle Mayor. A pesar de haber perdido, no del todo, las connotaciones políticas, se ha convertido en una de las señas de identidad de la celebración.

Una de las primeras imágenes que se conservan de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos de Pamplona (1912)
Una de las primeras imágenes que se conservan de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos de Pamplona (1912)

Algo similar ocurre con los bailes y pasacalles que se van incluyendo en el programa de las fiestas gracias a la creación de la comparsa de Gigantes y Cabezudos de Pamplona, en el S.XIX gracias a la obra de Teodoro Amorena. Él fue quien diseñó y creó las cuatro parejas de Gigantes, una por continente (asiático, americano, europeo y africano) que a día de hoy siguen configurando el elenco de la comparsa; aunque bien es cierto que han sufrido algún cambio estético. 

El "tradicional" cohete

Aunque, si de señas de identidad hablamos, nada como el “chupinazo”. A día de hoy, sería difícil para quienes acuden a los Sanfermines comprender la fiesta sin que el cohete anuncie el comienzo de los ocho días festivos. Sin embargo, no fue hasta los años de posguerra cuando se introdujo esta figura en la celebración. Jokintxo Ilundain y José María Pérez Salazar fueron quienes decidieron dar comienzo a la fiesta con el estallido del cohete, según ellos mismos contaron, para dar más alegría a este momento. 

08:00h ; a correr 

Encierro de San Fermín en 1924 contrapuesto al último encierro de los Sanfermines 2019 (ganadería Miura) / Foto: Alberto Galdona
Encierro de San Fermín en 1924 contrapuesto al último encierro de los Sanfermines 2019 (ganadería Miura) / Foto: Alberto Galdona

Ya en el S.XX la fiesta se consolida y se asemeja a lo que conocemos a día de hoy. No obstante, no podríamos tratar la festividad de San Fermín en la actualidad sin dedicar el espacio necesario a lo más característico de estos nueve días de jolgorio: el encierro. El año pasado, TVE logró reunir frente a la pantalla, cada día a las ocho de la mañana, a mas de un millón y medio de espectadores  ansiosos por ver qué depararía la carrera.  

El desplazamiento de los animales a pie desde su lugar de descanso hasta la arena en la que serían lidiados es un acto tan antiguo como los festejos taurinos, al no existir vehículos motorizados. En Pamplona, se movía a los animales desde los corrales al pie de la ciudadela hasta la Plaza del Castillo, coso improvisado porque la Plaza de toros Monumental de Pamplona se construyó en 1920. Los jinetes y la gente de la ciudad que ayudaba a guiar a los astados, normalmente carniceros de la calle Santo Domingo que se acercaban a ver la calidad de los animales, seguían los animales por detrás. 

Pero, nada pudo parar a los pamploneses que habían descubierto en correr delante de los morlacos otra forma más de animar la fiesta, a la que denominaron “entrada”. Desobedeciendo a las autoridades y los bandos que prohibían correr el encierro consiguieron convertir el mero trámite de cambiar a los animales de corral en un pilar fundamental de las fiestas.

Pronto tuvieron que tomarse medidas para la seguridad ciudadana y se delimitó el recorrido con el vallado; al igual que se generalizó iniciar el traslado de los animales con un cohete de aviso. Estas medidas, junto a la ampliación del recorrido por la calle Estafeta, dieron forma a lo que, a partir de 1856, se comenzó a llamar “encierro”. Algo que se convirtió por pura inercia en un elemento clave de la idiosincrasia navarra. 

Los numerosos percances y salidas del recorrido que protagonizaban los toros, obligaron al ayuntamiento a instaurar, ya entorno a 1950, el segundo vallado (el único al que se permite subir a los espectadores actualmente). Ahora sí, con todas estas modificaciones el encierro se convirtió en lo que es hoy. Aunque, bueno, todavía no existía en antideslizante ni se entrenaba a los astados. 

Los pastores

Una de las figuras clave para el buen devenir de este espectacularizado evento son los pastores. 10 hombres encargados de conducir la manada desde que entran en los corrales del gas hasta que los seis toros son lidiados en la plaza. Es decir, su labor no solo dura lo que podemos ver durnte los dos o tres minutos que dura el encierro; sino que, en palabras de Francisco José Itarte, uno de esos diez pastores, “conlleva desembarques, atención constante al animal, cuidarlos en el encierrillo y una vez pasado el encierro atenderlos en la plaza”.

El grupo de pastores entrando en el recorrido del encierro para ocupar sus posiciones / Foto: Natalia Martínez
El grupo de pastores entrando en el recorrido del encierro para ocupar sus posiciones. / Foto: Natalia Martínez

Fran lleva 35 años como pastor en Pamplona, tiempo suficiente para trabajar en todos los tramos del recorrido; este año, cubre el tramo final, el de la “curva de telefónica”. Para este experimentado pastor, la retirada de aceras, el antideslizante y el entrenamiento de los animales ha hecho que se le quite al encierro la esencia de lo que es su verdadera realidad. “El encierro se compone de que los toros suban, pero los toros se caían, los toros se quedaban sueltos, había ese riesgo o esa historia, había esas bonitas carreras que se veían”. Con este “progreso” del encierro “la labor de los pastores es prácticamente inapreciable porque ya no se queda ni un toro”, desde su punto de vista. 

Para él, “los encierros son un acto muy bruto, fuerte, de sensaciones súper intensas. Son una guerra tremenda; el que no se mete ahí no sabe la pelea y la tensión que hay”. Acompaña estas declaraciones con una anécdota en la que relata cómo “antes cuando se vareaba más, si le dabas a algún corredor era igual que pegarle a un árbol”. Emocionado asegura que “lo que se vive aquí es impresionante”. Unas palabras que nacen del sentir de alguien que ha vivido con esto desde “pequeñico” porque Fran asegura que ha llegado hasta donde está gracias a su abuelo, quien le daba “la paga” si le tocaba el testuz a la vaca. 

En 35 años, ha vivido muchos encierros y, por lo tanto, momentos muy difíciles; entre los que destaca las dos ocasiones en las que fue corneado. Pero para él, navarro de nacimiento, los buenos momentos ganan con creces. “Los mejores momentos que me ha dado ser pastor en San Fermín han sido toda mi vida. Mi vida entera ha sido este entorno” explica Fran a la entrada del patio de caballos de la Monumental de Pamplona, donde el día 5 de julio se dispone a disfrutar de la primera novillada de la feria. 

Definitivamente, pastores, corredores y astados componen una triada esencial para la celebración del encierro. A pesar de ello, lo fundamental para que la carrera se lleve a cabo no ocurre dentro del recorrido; sino entre el primer y el segundo vallado. Quienes tienen la culpa de que todo salga en condiciones son aquellas personas que no se levantan ni para correr ni para ver el encierro; sino para trabajar; incluidos pastores y torileros. E, incluso, algún corredor veterano implicado. Todas aquellas personas que forman parte del grueso despliegue de efectivos: 120 agentes de la Policía Local; 40 policías forales; entorno a unos 165 trabajadores sanitarios (tanto de DYA como Cruz Roja, coordinados por SOS Navarra), junto a 16 ambulancias y 15 puestos de socorro; los 40 carpinteros de la brigada encargada del vallado,; así como cerca de 200 periodista de hasta 50 medios de comunicación diferentes.

La prensa

El exceso, el descontrol y el bullicio de la noche “sanferminera” dan paso a un orden asombroso. Cada uno de los operarios tiene una posición, cada cual tiene una tarea asignada y, por consiguiente, unos límites impuestos de los que no debe excederse para evitar entorpecer la labor de sus compañeros y compañeras. Como si de un reloj perfectamente engrasado se tratase, cada uno de los trabajadores va apareciendo en su tramo de recorrido y ocupa su lugar. Así lo muestra Alberto Galdona, reportero gráfico del Diario de Navarra que lleva más de 20 años cubriendo el tramo de telefónica. 

“Llegas a las cinco de la mañana y el ambiente es distendido. Somos siempre los mismos, haciendo lo mismo” asegura Galdona, quien toma asiento en el poste 65 del vallado; como cada día. Así discurren las primeras horas de trabajo, saludos y abrazos entre quienes comparten un quehacer, y me atrevería a decir que una pasión, durante ocho días al año; ya que el día del chuinazo no hay encierro. Muchos de ellos relatan la alegría del reencuentro cada 7 de julio, como si de un grupo de amigos separados durante demasiado tiempo se tratase. Al igual que hablan sobre alguna lágrima furtiva al llegar el día 14.

Jesús Caso indicando dónde se sitúa durante el encierro. / Foto: Alberto Galdona
Jesús Caso indicando dónde se sitúa durante el encierro. / Foto: Alberto Galdona

La mayoría de la expedición supera los 15 años de experiencia. Uno de ellos, Jesús Caso, fotógrafo del Diario de Navarra, lleva disparando su cámara frente a los astados desde 1993 y asegura sentirse un provilegiado todavía. “Cuando pasan esos dos segundos piensas: he estado en primera fila”. Sin embargo, para los tres fotógrafos situados en el último tramo del recorrido, Dani (EFE), Jesús y Galdona, el mejor momento no es sentir el roce de los animales; ni siquiera poder ver y escuchar las bonitas carreras de cerca. Para estos fotógrafos, en cuerpo y alma, la verdadera recompensa es bajarse del madero, mirar su cámara y descubrir que han capturado el momento clave. Los tres destacan cómo las nuevas tecnologías han cambiado la forma en la que hacen su trabajo; sobre todo, la mayor instantaneidad y la reducción de la incertidumbre. Galdona comparte el secreto: “ahora sabemos cuándo vienen los toros y por dónde gracias a la tirolina de TVE y no solo por el bolo de gente”.

Curiosamente, Ana Valencia, reportera de calle del programa “Vive San Fermín” en TVE, al ser preguntada sobre qué se siente al poder transmitir de primera mano los encierros coincide con sus compañeros y confies que la primera reacción de una pamplonesa al saber que trabaja en San Fermí es: “Madre mía trabajar… Pero con los años te das cuenta de que es muy diferente y emocionante”. Asegura que ha vivido momentos inolvidables en los encierros; destaca, principalmente, el miedo que produce escuchar el crujir de la madera ante la embestida de un morlaco. Al igual que recuerda con angustia el “montón” que se creó en 2013 en el callejón de la plaza de toros; literalmente: “el patio de caballos parecía un hospital de campaña ese día”. 

La policía

Jesús, jefe de la Brigada de Juegos y Espectáculos de la Policía Foral de Navarra, coíncide con Ana en que este fue uno de los momentos más difíciles que recuerda en los 16 años que lleva cuidando de este festejo. No obstante, admite que ese día no se encontraba en la plaza y que, para él, fue más dura la cogida que sufrió un jóven estadounidense en la suelta de vaquillas posterior al encierro. “Me impactó mucho cuando el médico me dijo que se iba a quedar parapléjico” explica con un hilo de voz que recuerda lo que sintió aquel día. Pero el mal trago no le impide asegurar que la mayoría de los momentos que ha vivido formando parte de esta fiesta han sido buenos, al igual que los encargados de la comunicación, él también se considera un privilegiado. 

Otro de sus compañeros, en este caso Juan Jesús, encargado de la seguridad del entrevallado, coincide y añade que “poder ayudar es lo mejor de todo”.  Asegura que se pasan nervios porque tienes una gran responsabilidad, pero dice que “seguro que dentro del recorrido se pasan el doble de nervios”. 

Inesperadamente, todos los espectadores del encierro comienzan un estruendoso aplauso. Quienes todavía no alcanzan a ver el por qué de tal emoción mueven la cabeza intentando hacerse con algo de información. Quienes cuentan con el privilegio ven a los diez pastores y al personal médico salir desde el callejón y  avanzar por la calle estafeta, acompañados de una gran masa de vítores que reconocen su labor y esfuerzo. 

El personal sanitario

Jesús se retrata con el torero Pepe Mora mientras Kiko Vetelu (Jefe de Emergencias Navarra) contesta a unas preguntas. / Foto: Alberto Galdona
Jesús se retrata con el torero Pepe Mora mientras Kiko Vetelu (Jefe de Emergencias Navarra) contesta a unas preguntas. / Foto: Alberto Galdona

Todos los allí presentes pueden respirar, ha llegado el personal médico y están tomando sus posiciones. Mientras cada uno encuentra su sitio, Jesús, jefe de los Servicios de Gerencia de Atención Primaria, supervisa las acciones desde el corazón del recorrido. Con calma y guasa cuenta que “los nervios de antes no te los quita nadie; aunque sea sota, caballo y rey todo los días”; restándo así importancia a la gran capacidad que tienen estos profesionales de hacer frente a las situaciones inesperadas y responder perfectamente bajo una presión inigualable. Ahora bien, su tono se torna apagado y serio al rememorar la muerte de Dani. “Ver a los padres del chaval volver al año siguiente fue muy duro”. 

Los padres de Dani atan las flores en el poste 66. / Foto: Alberto Galdona

Los padres de Dani volvieron a aparecer esa mañana en el encierro, como cada 9 de julio desde 2009. Con un ramo de rosas blancas y rojas atado al poste 66 honraban la memoria de su hijo en el décimo aniversario de su muerte tras una cornada letal cuándo corría el encierro. 

José Aldaba, situado detrás de ese poste, narra con tristeza la impotencia que todos sintieron ese trágico día. Sin embargo, hoy se corre un encierro nuevo y deben estar preparados para hacer frente a lo que pueda deparar. Sin poder fijar la mirada en un punto durante más de dos segundo como consecuencia del nerviosismo, siendo ya las ocho menos cuarto de la mañana, enseña orgulloso la “app” que ha desarrollado el equipo de SOS Navarra para llevar un seguimiento de los heridos y traslados del dia. “Cuando usábamos la radio solo podíamos atender las peticiones de una en una; ahora nuestro trabajo es más cómodo y rápido”. Ataviado con un chaleco de la Cruz Roja explica que él no es médico, sino periodista, se encarga de contar cuál será el trabajo del personal sanitario ese día. A pesar de haber tenido que dar numerosas malas noticias, no concibe nada comparable con los momentos inmediatamente anteriores al encierro. Durante la conversación lo demuestra sentenciando: “este último ratico se hace eterno”. 

Sin embargo, como si de cuestión de segundos se tratase, un silencio sepulcral inunda el recorrido, se contagia en el entrevallado y se consolida entre los espectadores. Cada una de las personas que han venido a ver, a correr o a cuidar el encierro conoce con precisión qué va a ocurrir en escasos minutos. Y lo respetan con una solemnidad asombrosa y difícil de describir. 

La multitud esperando nerviosa la llegada de los astados. / Foto: Alberto Galdona
La multitud esperando nerviosa la llegada de los astados. / Foto: Alberto Galdona

Un golpe en la mano me hace salir de mi ensimismamiento. Es un corredor, supongo que aragonés por la camiseta de la Virgen del Pilar que ha escogido para la carrera de este 9 de julio de 2019, que desea saber la hora. Las 07:58. Con una mirada desafiante hace saber a los Jandilla que está preparado para que suene el cohete. 

Cohete que ni siquiera se escucha desde la Plaza de Toros. Es la marabunta de gente corriendo lo que indica “que vienen”. No sabes bien por dónde, la tensión se apodera del cuerpo entero porque puede que sea demasiado cerca. Y, de repente, los ves; ves a los toros avanzar imparables, ves a los corredores mirárlos atónitos en décimas de segundos. Los escuchas; escuchas las pezuñas de los animales resonar contra el adoquin, escuchas a los corredores gritar. 

El miura Rabanero arrolla a uno de los corredores, rasgándole la camiseta y propinándole un puntazo en el brazo / Foto: Alberto Galdonal
El miura Rabanero arrolla a uno de los corredores, rasgándole la camiseta y propinándole un puntazo en el brazo / Foto: Alberto Galdonal

Entonces entiendes cuál era el privilegio del que hablaban cada una de las personas encargadas de que eso saliera bien. Entiendes que la fiesta de San Fermin no es peculiar por lo excesos, a pesar de ser lo más llamativo. Es una fiesta sin igual por la emociones que provoca. Aunque esto sea más difícil de conocer y, más aún, de narrar.

Un mozo es arrollado por uno de los toros, que casi roza al fotógrafo. / Foto: Alberto Galdona
Un mozo es arrollado por uno de los toros, que casi roza al fotógrafo. / Foto: Alberto Galdona
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